Palo dado ni Dios lo quita

La Voz de Michoacán. Las últimas noticias, hoy.

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Luis Sigfrido Gómez Campos

 

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Lo peor de todo es el país que heredará el futuro presidente de México: dividido y con una serie de problemas muy difíciles de resolver.

En un sistema democrático quien gana las elecciones asume el poder en representación de todos los ciudadanos, hayan o no votado por quien resultó victorioso; la minoría que no votó por el que resultó electo, al final acata la decisión de las mayorías. No les queda de otra, ese es el juego de la democracia.

La historia de la democracia mexicana ha sido demasiado accidentada. La revolución mexicana se inicia bajo el lema de “sufragio efectivo, no relección”, después de que don Porfirio Días se enquistara en el poder pensando que los mexicanos de entonces, en su mayoría, eran unos indios ignorantes que no estaban preparados para la democracia. Lamentablemente el triunfo de la revolución no cambió que los gobernantes siguieran pensando lo mismo.

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De la lucha por el poder y de la falta de acuerdos entre los generales revolucionarios surge la idea de crear un partido que unificara todas las tendencias. Nace entonces el partido único que tuvo su plena justificación porque acabó con las luchas intestinas, asesinatos y matazones para hacerse del poder. Sirvió porque dio origen a las instituciones políticas y jurídicas que sentaron las bases de la nueva nación. Pero desde mediados del siglo pasado, después de que terminara la segunda guerra mundial, empezó a carecer de sentido la existencia de esa hegemonía, porque si bien había resultado correcto para la pacificación del país, había dejado de cumplir con varios compromisos sociales y políticos, entre ellos el de acabar con las grandes desigualdades sociales. La existencia de muchos pobres y de otros pocos que acaparan la riqueza nacional.

Además, la existencia del partido único de estado, ponía en evidencia el gran fracaso de la principal bandera de la revolución. El sufragio efectivo era muy efectivo, pero para perpetuar a un grupo en el poder. La falta de alternancia, la gran brecha social entre los ricos y los pobres, y la tradición de la utilización de la política para fines personales, fue el escenario perfecto  el caldo de cultivo para que madurara un sector intelectual y crítico, tanto de derecha como de izquierda, que desde mediados del siglo pasado luchó por que hubiera alternancia política, es decir, una real democracia.

El nuevo siglo, nuevo milenio, trajo consigo la alternancia. Muchos pensaron que con ella llegaba la democracia. Pero aprendimos de manera práctica que la democracia no era simple alternancia. La democracia electoral no sirve para nada si no viene acompañada de una serie de condiciones que mejoren de verdad la vida de la ciudadanía.

El arribo al poder del Partido Acción Nacional no hizo sino agudizar una crisis que ya se venía dando; el cambio de estafeta sin reformas sustanciales despertó en el pueblo una sed de democracia verdadera, de esa democracia absoluta que pretende cambiar todo lo que considera malo, mediante procedimientos de participación de consulta directa cada vez que a su juicio se requiera.

La democracia es buena, no cabe duda. Tanto la democracia representativa como la participativa. Pero también es bueno el estado de derecho y la seguridad jurídica; es decir, el juego de la democracia, cualquiera que esta sea, debe estar establecido en el sistema jurídico con reglas claras y acotar en lo posible el abuso de que todo lo determinen todos.

Si muchas determinaciones deben ser consultadas directamente con el pueblo al que afectan las medidas políticas, perfeccionemos nuestro sistema de democracia participativa, haciéndolo más ágil y eficiente, pero establecido de manera precisa en la ley para que las determinaciones que se tomen puedan tener un efecto obligatorio.

Esta última experiencia de la consulta sobre el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) resultó a final de cuentas muy desgastante para el presidente electo, porque se convirtió en un blanco para los ataques de sus más fieros críticos. Y contrario a lo que muchos piensan, no hay vuelta de hoja; es decir, palo dado ni Dios lo quita. Andrés Manuel empeñó su palabra en que el resultado de la consulta era lo que iba a determinar si se hacía o no se hacía el nuevo aeropuerto, y ganó la opción del no, con todo lo que implica.

Lo peor de todo es que los opositores a López Obrador enseñaron músculo y se aprecia que no dejarán resquicio para el golpeteo. El futuro presidente requiere para gobernar, no sólo la mayoría del congreso sino del consenso de todos; es decir, que las minorías que perdieron la elección acepten su derrota y apoyen los proyectos del nuevo gobierno. Pero esperar eso es una ilusión.

Al actual gobierno, el de Peña Nieto, le tocó cargar todo su periodo con algo similar.La oposición, encabezada principalmente por López Obrador, mantuvo desde el principio una férrea crítica a toda acción política que emprendió el presidente. No le dieron respiro y no le han dado. ¿Podemos creer entonces que el grupo opositor a Andrés Manuel le dará un momento de respiro? Siempre he dicho que un presidente electo democráticamente debe contar con un voto de confianza por parte de sus opositores.