A 76 años del Parhíkutin

La Voz de Michoacán. Las últimas noticias, hoy.

Foto: Cortesía.

Redacción/La Voz de Michoacán

 

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Michoacán. En los albores del año de 1943, algo grande se anunciaba para los habitantes de Parangaricutiro; las torres rígidas y solemnes, los prístinos sones de sus campanas, el concierto mañanero, las notas vagabundas del viento que ruedan por los barrancos, que retozan por las praderas, que suben por los montes hasta llegar a todos lados, los pinos heridos por los garfios del sol naciente, el canto del jilguero, la naturaleza toda, hablaba según su idioma, de algo desconocido hasta ese entonces en sus dominios, de un monstruo ardiente que despertaba de su letargo, luego de haber guardado silencio durante miles de años, hasta el 7 de febrero de 1943 que se anunció con repetidos temblores.

 

El entonces presidente municipal de Parangaricutiro, Felipe Cuara Amezcua, acude en demanda de auxilio, a las autoridades de Uruapan; envía al mismo tiempo, un telegrama urgente, al presidente de la República, General Lázaro Cárdenas del Río, fechado el 18 de febrero de 1943, que dice: “Han seguido temblores esta región carácter trepidatorio, contándose varias oscilaciones durante día y noche. Suplicamos mande ingeniero geólogo investigue sismos. Suponemos hundimiento”.

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Dos días después, en una tarde crepuscular, en el llano de Cuyiutziro -aguililla-, cerca del poblado de Parhíkutin, Dionicio Pulido Mateo, hombre forjado en las duras faenas del campo, purhépecha bronceado por el sol y el viento, contempla, asombrado, que algo tibio late bajo las plantas de sus pies; quiere taparle los ojos al monstruo, pero todo es inútil, el nuevo huésped bosteza desde su averno, con su aliento fétido, azufroso.

 

Al poco tiempo, a manera de cientos de ramas que se quiebran mezclados con un sordo quejido, se levanta el dragón; sin comprender lo que sucede, Dionicio Pulido, presuroso se dirige a su poblado Parhíkutin, distante tres kilómetros.

 

Lo que nace, abre sus ojos al mundo, contempla el paisaje y envidioso, se levanta retando al ocaso empurpurado. Lleno de coraje, acomete contra la naturaleza, primero con bocanadas de humo, luego a manera de trueno, de relámpago, de cientos de cañones en tiempos de batalla, lanza su luz, su fuego, opacando así la claridad del día.

 

Sin ser la fiesta del pueblo, nos obsequia un castillo de mil colores.