Purhembe, será acreedor a la presea José Tocavén 2015

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Comparar la belleza de la mujer con una flor, relatar la tragedia del nacimiento del volcán Paricutín que sepultó a una comunidad entera y testificar el triunfo de Casimiro Leco, defensor de los indígenas, esta
es parte de la historia que se resguarda en las letras de las pirekuas, uno de los géneros de la música purépecha y que junto a los sones abajeños y sonecitos forman parte del repertorio que investiga, resguarda y promueve la familia Bautista Rangel, a través del grupo Purhembe.

El 19 de junio, este grupo orgullosamente michoacano será acreedor a la presea José Tocavén 2015
Mérito musical, la máxima distinción que otorga La Voz de Michoacán, por su entrega y trascendencia en los escenarios.

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En 1989, Francisco Bautista Ramírez fundó Purhembe, con el propósito de romper fronteras y difundir la música tradicional purépecha; el violinista y director del ensamble es originario de Ahuiran,
municipio de Paracho; hijo de Julia Ramírez, quien realizaba finos rebozos, y Juan Bautista Silva, de
quien Tata Francisco -como se le conoce en la comunidad- heredó el gusto y la habilidad musical.

“Cuerdas Bautistas” es el nombre que formó con su padre, tocaban en las fiestas patronales en las comunidades y así conocieron los maestros de diferentes regiones. Es por ello que la familia mantiene un fuerte lazo con las comunidades indígenas, donde nutre su trabajo, ya que los músicos interpretan tanto a los compositores antiguos, ya fallecidos, como a los autores vivos que buscan innovar y crecer el repertorio.

Cuando Francisco y Rosalba Rangel se conocieron, él comenzó a contagiarle el amor por la música tradicional a la joven moreliana, y no sólo escucharla, sino interpretarla.

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En casa, tocar juntos era una tradición familiar; después se extendió a los eventos sociales, en las fiestas se presentaban para complacer a conocidos y compartir su alegría; sin darse cuenta, ya estaban en los escenarios profesionales, comenta la pireri conocida como Nana Rosita, quien ha cantado pirekuas por 15 años.

Convencido de que la música es una manera de estar siempre unidos a sus raíces purépechas, Francisco
Rangel enseñó a todos sus hijos a tocar un instrumento. Uno a uno se fueron uniendo al grupo “yo vi
como mis hermanos se integraban, hasta que me tocó”, relata Marco Antonio, tenía 12 años cundo comenzó a subirse a los escenarios.

Además enseñarles de manera personal, procuró que desde niños tuvieran formación académica en solfeo y en sus respectivos instrumentos.

Rosalba Rangel disfruta además el estar en familia, “en las salidas no dejo pendientes. Como mamás queremos que lo que uno ve y saborea nuestros hijos también lo vean y saboreen”.

“Los músicos de la zona del lago tienen agua, tienen flores, cuatro estaciones bellísimas, peces, tzin tzunes (colibrís), los temas son más alegres; la sierra tiene un verde esmeralda precioso, pero es lánguida, de tristeza poética, los compositores manifiestan dulzura, es más romántico. Es un contraste, pero es la música es tan fina la una como la otra”, dice quien tiene ya 60 años dedicados al violín.

En su trayectoria ha vivido los cambios “siempre conservando el aspecto rítmico que es lo que ha caracterizado a nuestra música. Para mí es muy valioso que el son no se haga balseado”, advierte, por otra parte, que en la melodía, “La música purépecha tiene una característica muy especial, las cadencias de sus sones y abajeños, siempre, siempre, van a ser libres. No hay necesidad de que los compases sean tipo europeo, de 8, 16, 32; puede ser libre de 7, 9 o 10, es su inspiración y no se puede cortar. La música es libre como su espíritu de raza: libre” asegura.

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