Sobre el fanatismo

La Voz de Michoacán. Las últimas noticias, hoy.

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Leopoldo González

Al arribar a sus primeros 100 días de gobierno, que en nada se parecen a los 100 días con que el presidente Franklin D. Roosevelt atajó la secuela de crisis dejada por “La Gran Depresión” (1929-1932), el presidente Andrés López se sitúa en la curva más alta de su popularidad.

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A primera vista, leyendo la realidad objetiva de estos 100 días, no parecería haber motivos ni fundamentos suficientemente veraces, ni reales, para sustentar los niveles de confianza de que goza el presidente.

Igual que a muchos, también a mí me han llamado la atención los índices de aprobación y respaldo más recientes, publicados por el Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE) y México Evalúa (ME), que dan al presidente Andrés López, o a sus decisiones y políticas, calificaciones que oscilan entre el 63 y el 86 por ciento de los encuestados.

Sin duda, ha habido aciertos en poco más de tres meses de gobierno: sería el colmo que no los hubiera. Pero esos aciertos, en realidad menores, no guardan proporción lógica con los números de respaldo al primer mandatario.

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Si fuésemos más exigentes, incluso podríamos decir lo que puede probarse con cifras, números y argumentos incontrovertibles: que el arranque de gobierno, además de ser uno de los peores en la historia reciente, ha estado marcado por falta de planeación, dogmatismo, promoción consciente de un clima de confrontación, contradicciones programáticas, visión estrecha de la realidad, propensión a la mentira, irresponsabilidad declarativa, etcétera.

Entonces, ¿dónde radica el secreto, o los secretos de la calificación aprobatoria que mantiene al alza el respaldo el presidente? La respuesta está en una combinación de factores, los cuales han hecho de López Obrador una especie de “Robin Hood” tropical, el “héroe de mil caras” al gusto del cliente, el sueño posible de los “deseos ocultos” de la masa. Esto, porque al analizar los fenómenos de masas que fueron Hitler, Mussolini, Castro y otros, inmediatamente ocurre la asociación con los comportamientos típicos de la multitud (impulsos-caprichos-volubilidad-pulsiones), en la línea de estudio que plantearon Gustav Le Bon y Sigmund Freud.

El despliegue de un modelo de comunicación política que distorsiona la verdad o la ajusta a su óptica e intereses, además del “lavado de cerebro” con que diariamente se uniforma a la opinión pública y se bombardea a la sociedad, sin duda cuentan en el manejo de una estrategia de manipulación de masas.

La ignorancia que en general rige los actos, los gustos, el pensar, el proceder y el elegir de las masas en cualquier tema o aspecto de la vida pública, es un componente esencial del éxito de toda estrategia que se proponga mantener y aún expandir el control de un mercado, en este caso, de un mercado electoral. Sin duda, esto también cuenta.

Sin embargo, lo que en la política mexicana es el argumento rey para manipular un nicho o universo de mercado, e incluso para llevarlo al fanatismo más extremo, es dar dinero, como afirmó hace unos días María Amparo Casar. Esto lo sabe muy bien Andrés López. Por eso figura en el presupuesto de 2019 un gasto social que supera los 191 mil millones de pesos, cuyos 25 millones de beneficiarios esperan, con impaciencia y ansiedad, el gran momento: ese en el que habrán de recibir el “maná” milagroso de la chequera clientelar del Estado. Por tanto, el argumento rey de la popularidad de AMLO es el dinero, que, en palabras de Oscar Wilde, “es tan importante que hasta sirve para comprar cosas”.

Hay que advertir, de paso, que el poder corruptor de ese dinero desdibujará la frontera entre lo que es conciencia cívica y lo que es fanatismo. Klaus Heinrich (“Ensayo sobre la dificultad de decir no”/FCE), amigo y discípulo de Jürgen Habermas, invitó a no ser cómplices y a deslindarse a tiempo de “las devastadoras consecuencias a que arrastran tanto la autoafirmación fanática como la entrega fanática” a una causa, en lo cual veía el mayor riesgo para las democracias del siglo XXI.

El fanatismo, en su modalidad de entrega ciega e incondicional a una causa, es un mecanismo de compensación psicológica que brinda al crédulo o subordinado la posibilidad de “liberarse” de sus déficits emocionales, complejos y frustraciones, al tiempo que genera en él un sentido de pertenencia que le hará sentir más pleno, completo, relajado y quizás feliz.

Ahora que las creencias se han desplazado del ámbito religioso al ideológico y político, es posible que cualquiera crea ver a Dios en un gesto o en un signo gubernamental, o incluso en el guadalupanismo simbólico del gran benefactor. Cualquiera puede sucumbir a la sugestión de sus propias creencias, pero no tiene derecho a hacer de ellas el último referente de lo Absoluto.

Pisapapeles

Lo leí hace muy poco, y me encantó: El peor fanático es aquel al que no le importan la verdad ni la realidad, sino sólo la victoria de su fanatismo.

leglezquin@yahoo.com