Agencias / La Voz de MichoacánEn 1975, la reina Isabel II y el príncipe Felipe de Edimburgo visitaron México por primera ocasión; también fue la primera vez que figuras reales visitaron el país. El Zócalo lució imágenes de Charles Chaplin y Cantinflas, como parte del evento. Isabel II dijo durante su visita: “Los mexicanos son alegres. Me di cuenta por la forma festiva en que actuaban en las vallas, por la música y por el bullicio”. La reina visitó primero Cozumel y después la Ciudad de México. La pareja real ofreció una cena al presidente Echeverría y a su esposa. Durante la celebración se bailó la marcha “Montmartre”, pero también “La Cucaracha”. Isabel II pidió de comer melones de Uruapan, fresas de Zamora y agua de limas de Silao. La reina incluso comió recalentado. Lilibeth, apodo de cariño debido a que ella misma no podía pronunciar su nombre de pequeña, llegó al trono en 1953. En ese momento, Inglaterra percibió la coronación como el fin de la austeridad económica después de la Segunda Guerra Mundial. Además de eso, ha sido testigo de la Revolución Cubana, de la Caída del Muro de Berlín, la llegada del hombre a la luna, y un largo etc. Ahora, en tiempos de pandemia ofreció un discurso al pueblo inglés en el que pidió mantenerse unidos y con buen humor. Dicha transmisión recordó a aquella que dio en 1940 durante la Segunda Guerra Mundial. Ofreció la pareja real una cena en honor de los esposos Echeverría 26 de febrero de 1975 La Reina Isabel II, luciendo un espléndido vestido de seda azul turquesa, adornado con aplicaciones en hilo de oro y en hilo de seda color turquesa, sin mangas, desplegó sus exquisitas dotes de anfitrión a anoche, para recibir en la embajada de su país al presidente de México y a su esposa, con motivo de la cena que les ofreció. Pollitos tiernos rellenos de paté, con guarnición de corazones de alcachofa, fue el platillo principal del menú que se sirvió en esta cena de gala. El Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo, estuvo al lado de la Reina; cuando el Presidente de México y su esposa hicieron su entrada a la embajada británica y fueron saludados por Su Majestad y Su Alteza Real. Un conjunto musical, bajo la dirección del Capitán J. R. Mason, ejecutó música de autores europeos y estadounidenses, e incluyó en el programa un arreglo de “La Cucaracha”, así como piezas contrastantes que de la marcha “Montmartre” de la Suite París pasaban a la mucho menos solemne “There is no Business Like Show Business”, de Irving Berlín, para luego saltar a la costumbrista norteamericana “Paint Your Wagon”. Isabel II estuvo cerca del pueblo de México Por la mañana por medio de sus damas de compañía, la soberana pidió su metódico desayuno a base de fruta fresca, té, leche y huevos revueltos con tocino. El monumento al Pípila fue el primero de los lugares que visitó. Desde ese sitio observó a Guanajuato e hizo preguntas sobre la historia de esta ciudad colonial. Las campanas de todas las Iglesias a las 10.17 echaron a vuelo y no dejaron de tañer todo el tiempo que duró la visita de la Reina a la ciudad. El sombrero blanco con franjas verde y rosa mexicano de la soberana tenía pequeños papelillos de confetti y sus zapatos blancos, que hacían juego con su bolso y sus guantes, también, sobre todo en los tacones, donde se pegaron por el chapopote del piso de la estación y no le permitían caminar bien. El rostro de la Reina estaba totalmente fresco y al voltear hacia el monumento, preguntó al licenciado Ducoing el significado del letrero que decía; “Aún hay otras alhóndigas por incendiar”. Arriba del monumento, un viejecito, con un fusil, asomaba medio cuerpo para ver a una reina. Ya en el Teatro Juárez el tumulto era impresionante. Más de 5 mil personas esperaban para verla. Gente que llegó de los alrededores, habitantes de la ciudad y de otros Estados aledaños a éste le dieron la bienvenida. Una “diana”, Interpretada por una de las lo bandas que vinieron del interior del Estado, la recibió en este lugar, y al entrar al palco principal levantó el rostro para ver la cúpula, los candiles y los demás detalles del mismo y dijo al licenciado Ducoing que eso es realmente una maravilla artística. Sólo unos minutos estuvo allí y en medio de tumultos abordó su automóvil para trasladarse a la Alhóndiga de Granaditas, edificio que también le impresionó por su majestuosidad. Isabel II no podía comprender por qué un lugar como éste, con una arquitectura tan bella, habla sido un granero. El pintor José Chávez Morado, le respondió que se debió a que q para Guanajuato, ciudad minera por excelencia, el grano era oro. Firmó el libro de visitantes distinguidos, mientras las estudiantinas cantaban canciones que nos recordaban otras épocas. Observó los murales de Chávez Morado y éste le dio amplia explicación sobre los mismos. Bajó de la Alhóndlga hacia la Universidad y, en ese lugar, sucedió lo increíble. Los estudiantes, miles y miles de ellos, que esperaban en los callejones, en verdaderas oleadas humanas, trataban de acercársele. Gritaban, silbaban, todo ello por tratar de verla. La Reina charló con ellos y les preguntó cada una de las materias que estudian y cuántos son . Todo el tiempo el automóvil estuvo dispuesto para que lo abordara de inmediato, en vista de lo empinado de las calles y de la dificultad que representa trasladarse con rapidez de un lugar a otro. Llegó al mercado y el verdadero pueblo de México allí reunido le obsequió tlacoyos, charamuscas, fresas, bisna- gas, quesos, cobijas y todo tipo de antojitos, muestras de artesanía, mismos que su edecán colocaba en una canasta de mimbre. Comida digna de una Reina La embajada británica escogió el menú, confeccionado con los mejores productos de la República: melones de Uruapan y, curiosamente, fresas de Zamora y no de Irapuato, y agua de limas de Silao. El pepián se escogió —según dijo el personal de la embajada— porque este platillo le gustó a la Reina cuando el Presidente Echeverría le ofreció una comida en Londres. Fueron mil raciones, de 400 pollos, las servidas A ella la atendieron un maitré, tres capitanes y tres meseros. Y la Reina comió recalentado. La comida se elaboró en León y se recalentó en la hacienda. Y los mariachis callaron y Juan Torres, al órgano, Interpretó música de Agustín Lara, “popurrís” de canciones mexicanas. Cuquita de Castro López, la cocinera, se esmeró, al igual que Margarito Corona, en elaborar el pepián, que estuvo delicioso y la soberana degustó en vajilla de Bavaria, con cubiertos de plata, El agua de lima la tomó en cristalería finísima, todo puesto sobre un encaje de bolillo hecho en Tolucha especialmente para esta ocasión. Pedro Vargas, “El Tenor Continental”, hizo su aparición y después de cantar “Solamente una vez”, siguió con “Noches de ronda” y recibió los aplausos de todos. Al pasar ante la reina, le hizo una reverencia y ella le sonrió.