Jorge Orozco Flores, colaborador La Voz de Michoacán Casi cuarenta años llevaba guardado en un cajón el diagnóstico que, en 1986, hizo el gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas sobre las danzas y fiestas tradicionales de Michoacán. Aquel trabajo de campo nunca llegó a imprenta y muchas de las tradiciones que registró ya desaparecieron. Ahora, en la primavera de 2025, el Gobierno del Estado rescata, actualiza y publica por fin el Catálogo de danzas y fiestas de Michoacán, un volumen de casi cuatrocientas páginas coordinado por Humberto Urquiza Marín y Manuel García Contreras, con fotografía de Florence Leyret y editado por Cuarta República, sello del gobierno michoacano. El libro nace con conciencia de emergencia. En su introducción, Urquiza Marín cita al promotor cultural Humberto Méndez Campos: la migración de los jóvenes y la muerte de los viejos maestros músicos —que no dejaron partituras— están borrando del mapa danzas enteras. Cuando un violinista o un compositor fallece sin sucesor, la pieza se modifica o simplemente se extingue. El volumen, por tanto, no es un ejercicio nostálgico: es un intento serio de documentación antes de que sea demasiado tarde. La estructura es clara y funcional. Tras un prólogo institucional de la secretaria de Educación, Gabriela Molina Aguilar, y un breve texto poético de la fotógrafa Florence Leyret titulado “Los rituales de la fe”, el libro despliega un estudio preliminar que clasifica las danzas según su origen histórico y cultural, abarcando desde las raíces más antiguas hasta las formas mestizas y contemporáneas. El recorrido es amplio y ordenado: danzas de origen mesoamericano, danzas de moros y cristianos con todas sus derivaciones regionales, la danza de la Conquista, danzas de representación guerrera, las relacionadas con ceremonias petitorias o agrícolas, la danza de la tradición nahua-costera michoacana, las danzas-drama en la tradición otomí-mazahua, las danzas y bailes propios de la tradición p’urhépecha, los bailes mestizos de Tierra Caliente y, finalmente, las distintas formas de teatro tradicional que aún perviven en el Estado. Esta clasificación no solo orienta al lector, sino que revela la extraordinaria diversidad y la superposición de capas históricas que conviven en el territorio michoacano. El cuerpo principal divide el estado en siete zonas geográficas y ofrece fichas detalladas de cada expresión viva o recientemente desaparecida. Cierra con una relación de bailes tradicionales que funciona como índice rápido. Lo mejor del libro, sin duda, es la fotografía. Sus imágenes no son mero adorno: tienen fuerza documental y artística propia. Hay retratos de danzantes de Los Viejitos con el rostro curtido y la mirada perdida, Kurpites saltando entre el polvo, Negritos bajo la lluvia de Pátzcuaro, Moros... La calidad formal —luz, encuadre y respeto— es sobresaliente; varias piezas llegaron a exhibirse en el Centro Cultural Clavijero de Morelia. El trabajo de campo también convence. Se nota que el equipo de producción regresó a las comunidades, hablaron con los cargueros, los capitanes de danza y los últimos músicos que quedan. La obra registra no sólo lo que sobrevive, sino lo que ya se perdió en las últimas décadas y, en algunos casos felices, lo que ha resurgido gracias al empeño de nuevas generaciones. Se echa en falta, eso sí, algún código QR o enlace que dirija a videos o audios; en 2025 eso ya no debe considerarse un lujo. Aun así, el libro deja la puerta abierta —y ojalá pronto se cruce— a una edición digital enriquecida o a una app complementaria. Y las fichas son un acierto: las de la Meseta Purépecha y la zona lacustre son mucho más ricas que las de Tierra Caliente o la Costa, donde la información escasea. A pesar de ello, el balance es ampliamente positivo. Este Catálogo de danzas y fiestas de Michoacán es, ante todo, un acto de resistencia cultural. Llega a las escuelas públicas del Estado y aspira a ser herramienta pedagógica, además de documento de consulta. Ojalá cumpla su propósito mayor: que los niños y jóvenes michoacanos —los que se quedan y los que sueñan con regresar— vuelvan a ponerse las máscaras, los cascabeles y los huaraches de danza. Porque, como bien dice Humberto Urquiza Marín, una tradición no muere cuando deja de bailarse: muere cuando ya nadie recuerda cómo se bailaba. Un libro clave en su materia. Lectura obligada para quienes quieran descubrir cómo Michoacán, a pesar de las pérdidas, conserva viva su tradición danzante. Jorge Orozco Flores, es autor del libro “La duda ofende” (2017); fue secretario de Difusión Cultural de la UMSNH.