ENTREVISTA | Gerardo Sánchez: Estudiar la historia con libertad y pasión

Reconocido por su compromiso social con la difusión histórica, ha recibido galardones como la Medalla al Mérito Civil de la Universidad Latina de América (2019) y, recientemente, el grado de Doctor Honoris Causa de la UMSNH

Foto: Sam Herrera Jr.

Víctor E. Rodríguez Méndez, colaborador La Voz de Michoacán

Docente e investigador todoterreno. Con más de 50 años desde su incursión inicial en el estudio de la historia, hoy día representa la esencia del pensamiento nicolaita: riguroso, accesible y al servicio de la historia que ilustra y dignifica a los pueblos.

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Gerardo Sánchez Díaz (Coalcomán, 1953) es un destacado historiador e investigador mexicano, especializado en la historia económica, social, agrícola y cultural de Michoacán y México, con énfasis en los siglos XVIII, XIX y XX. Licenciado en Historia por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH), obtuvo maestría y doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Desde hace más de 40 años, se desempeña como profesor-investigador titular C en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UMSNH, donde imparte docencia en licenciatura, maestría y doctorado, formando generaciones de historiadores y contribuyendo al desarrollo de la historiografía regional.

Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel III) y de la Academia Mexicana de Ciencias, ha publicado más de 40 libros -entre ellos Breve historia del café en Michoacán, Los cultivos tropicales en Michoacán: Época colonial y siglo XIX, Universidad Michoacana y sus rectores: 1917-2017 (coordinado) e Historiografía michoacana: Acercamientos y balances (coordinado con Ricardo León Alanís)-, junto con cerca de 170 artículos y más de 200 conferencias nacionales e internacionales.

Sus líneas de investigación abarcan la historia de la agricultura, la ciencia, el exilio republicano español y la formación del Estado-nación en Iberoamérica, con un enfoque en fuentes primarias y métodos cuantitativos para analizar procesos como la Independencia, la Revolución y la identidad regional michoacana.

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Reconocido por su compromiso social con la difusión histórica, ha recibido galardones como la Medalla al Mérito Civil de la Universidad Latina de América (2019) y, recientemente, el grado de Doctor Honoris Causa de la UMSNH (noviembre de 2025), el más alto honor de su alma máter, por su trayectoria excepcional y aportes al conocimiento con impacto transformador en la sociedad.

—Este reconocimiento ¿qué significa para usted?

—Me tocó compartirlo con dos mujeres, una profesora en proceso de jubilación, que es la doctora Catherine Ettinger, y la doctora Annie Pardo con una gran trayectoria en la UNAM. Es la primera ocasión que se da un reconocimiento de esta naturaleza a un profesor en activo todavía de la universidad. La mayoría a quienes se le ha otorgado han sido personas externas, y en muy pocos casos a universitarios con una gran trayectoria, principalmente quienes habían sido ex rectores de la universidad, como el doctor Ignacio Chávez, el doctor Manuel Martínez Solórzano y el doctor Eli de Gortari. A nivel de profesores en activo es la primera ocasión que se da este reconocimiento.

—Después de más de cinco décadas como parte de la Universidad Michoacana, ¿Cómo ha vivido esa experiencia?

—Sigo en la misma trinchera en la que me he formado y en la que he participado; por un lado, en un ejercicio permanente de aprendizaje, y por otro lado en la docencia y la investigación. En la docencia mi primera experiencia fue cuando estaba en la secundaria, a partir de 1972 y hasta ahora ha sido permanente, lo cual en este momento serían 53 años de docencia. El trabajo de investigación ha sido a partir de que terminé la licenciatura en Historia, con una etapa formativa en la UNAM, en la Facultad de Filosofía y Letras y siempre combinando la investigación histórica y la enseñanza de la historia. Tengo 46 años dando el curso de historia de Michoacán en forma permanente. Ha sido fascinante. He visto pasar generaciones enteras de historiadores; algunos de mis primeros alumnos ya están jubilados y yo sigo aquí. Es una experiencia que me ha permitido acompañar, casi en tiempo real, la profesionalización de la disciplina en Michoacán y en México.

—En términos de producción historiográfica, ¿qué ha cambiado desde que usted empezó hasta hoy?

—En los últimos cuarenta años se ha producido un volumen de conocimiento muy amplio que supera todo lo que se produjo desde el siglo XVI hasta 1980. Si hacemos un recuento de libros, artículos y tesis sobre la historia de Michoacán, la diferencia es inmensa. Buena parte de ese crecimiento se debe a la formación profesional de historiadores, y a mí me ha tocado acompañar ese proceso durante casi medio siglo.

—¿Cómo llegó a especializarse en historia económica y social de Michoacán?

—Todo empezó siendo estudiante de licenciatura con un trabajo sobre mi pueblo natal, Coalcomán. El licenciado Natalio Vázquez Pallares me sugirió estudiar la transformación de la propiedad comunal indígena. Ese primer acercamiento me llevó a los archivos y, al mismo tiempo, estuvimos muy influidos por el materialismo histórico que predominaba entonces en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Desde ahí me interesé por la descomposición de la propiedad comunal, la privatización de la tierra, la comercialización agraria y lo que Marx llamó acumulación originaria del capital, que era la forma cómo había surgido este sistema económico y cómo la comercialización de la tierra había generado una serie de fenómenos que influían en los procesos históricos. De ahí surge mi interés por el estudio de la agricultura. A eso se sumó un factor personal: vengo de una familia que tiene antecedentes de campo; todos mis ancestros fueron gente de campo. Por eso uno de los ejes de mi trabajo ha sido la historia de los cultivos, la producción, la tecnología agrícola y las transformaciones en la tenencia de la tierra.

—¿Se considera un pilar en esos estudios?

—Más que pilar, fui de los primeros que, por necesidad y porque no había casi nada escrito, incursioné en temas muy diversos, y eso me ha permitido tener una visión amplia; no me he centrado en un periodo, sino que he hecho trabajos desde la época prehispánica hasta el presente, pasando por economía, cultura, movimientos sociales, ciencia y tecnología. Esa amplitud me permitió abrir líneas de investigación que después han seguido y fortalecido muchos mis alumnos durante cuatro décadas.

—¿Cuál diría que ha sido su principal aportación a la historiografía michoacana?

—Hay una propuesta concreta con el establecimiento de un curso en la formación de la licenciatura de historiografía michoacana, dado que no había los elementos suficientes para acercarse a la enseñanza. Coordiné dos libros colectivos que fueron pioneros: uno sobre la historiografía de Michoacán desde la época prehispánica hasta fines del siglo XX (hace 25 años) y otro sobre los historiadores michoacanos del siglo XX (2002), una selección de los principales autores. En el primero se trataba de ver una visión prehispánica de lo que se había y cómo se había construido la historia de Michoacán hasta el presente; fueron los primeros balances serios sobre qué se había escrito, qué fuentes se habían usado y cuáles eran los retos pendientes. También hice un trabajo dedicado a La Relación de Michoacán, la primera historia de Michoacán que tenemos, que se transmitió en forma oral y en un momento fue escrita. Otro libro importante fue sobre las contribuciones de Michoacán a la ciencia nacional, donde rescaté, por ejemplo, la obra de Juan Manuel González Urueña, un médico michoacano que, en 1829, a sus veintitantos años, publicó un libro sobre la diabetes que lo puso a debatir de igual a igual con los especialistas europeos. González Urueña es el padre de la enseñanza de la medicina en Michoacán, y también fundador de la cátedra y después de la Escuela de Medicina. Creo que haber descubierto a estos personajes y el valor y trascendencia que tenían fue una invitación para que otros se adentraran en esos temas.

Identidad y pertenencia

—Se le reconoce una persistencia en el estudio de la identidad regional michoacana frente a los procesos de centralización nacional. ¿Cómo ve esa tensión histórica, sobre todo en los siglos XIX y XX?

—La historia siempre ha sido usada para fortalecer la identidad y pertenencia y explicar cómo se ha formado un sistema político, económico o religioso. En la época prehispánica se contaba en la plaza por el sacerdote mayor, el llamado Petamuti. Esa percepción de la historia cambió a partir de la Conquista, cuando la historia empieza a ser escrita por los religiosos, principalmente por los franciscanos y agustinos. Allí aparecen las primeras biografías de personajes sobresalientes que, por sus virtudes religiosas y su caridad, eran dignos de ponerse como ejemplo para las futuras generaciones. Esto cambió después de la independencia cuando se buscó a través de la historia construir los buenos ciudadanos que sean útiles para el desarrollo de la nación y formar la identidad. Son las diferentes percepciones que se tienen de la historia y creo que en ese sentido se convierte en un elemento importante para conocer y para resolver problemas; es decir, la historia puede ser un conocimiento que se puede aplicar. Tuve una experiencia concreta: la comunidad de Nuevo San Juan Parangaricutiro me pidió un peritaje histórico para un litigio agrario. Ese dictamen llegó hasta la Suprema Corte y generó jurisprudencia nacional: los conflictos agrarios similares deben resolverse con peritajes de historiadores profesionales. Una de las fuentes clave fue el fondo de Hijuelas del Archivo Histórico del Poder Ejecutivo de Michoacán, que después logramos que la UNESCO declarara Patrimonio de la Memoria del Mundo.

—Usted no se ha encerrado en una sola época ni en un solo tema. ¿Cómo se siente con esa amplitud?

—Me da mucha satisfacción saber que parte de ese conocimiento ha tenido utilidad para la sociedad. El libro sobre la historia del café en Michoacán, por ejemplo, ayudó a despertar la inquietud por recuperar ese cultivo en varias regiones. Lo mismo con la palma de coco, el añil, el algodón, el arroz o el tabaco, todo lo que implica el manejo de estos cultivos. Michoacán llegó a ser uno de los primeros productores de añil en el mundo, una planta que crecía silvestre, se aprovechaba, se llegó a domesticar y de la cual se obtenían los tintes que se utilizaban en la industria textil. Nuestro estado llegó a ser también un gran productor de arroz a finales del siglo XIX. Hasta el maíz: en la víspera de venir a la universidad estaba ayudando a sembrar maíz en el campo; por eso todavía hoy hay matas de maíz en los jardines del Instituto.

—Ha trabajado la Revolución, el cardenismo y la violencia revolucionaria en Michoacán. ¿Qué lecciones ofrece el estado sobre la relación entre movimientos sociales y transformación institucional?

—Michoacán siempre ha participado intensamente en los grandes procesos nacionales: Independencia, Reforma, Revolución. En la Reforma, el primer debate ideológico nacional sobre la separación Iglesia-Estado surgió aquí, entre Melchor Ocampo y un cura local, por el pago de las subvenciones parroquiales. Lo mismo ocurre en otros procesos posteriores y ahora algunos fenómenos que estamos viviendo los he estudiado un poco también. Michoacán está sumido en la violencia, y hoy día no encuentran por dónde o cómo aterrizar un proceso de paz y de armonía, pues ha habido una fractura social motivada por las ideologías y por las militancias partidistas. Hoy vivimos una violencia que tiene raíces históricas. He estudiado, por ejemplo, el contrabando de tabaco en el último tercio del siglo del siglo XVIII: las mismas rutas, los mismos mecanismos de corrupción, la misma solidaridad entre contrabandistas, la misma complicidad con autoridades locales y el mismo tráfico de armas que vemos ahora. Son las lecciones que ese pasado nos ayuda a entender el presente. ¿Por qué Michoacán parece ser un laboratorio permanente de esos fenómenos? Porque geografías, rutas comerciales históricas y una tradición de resistencia al centralismo han convergido aquí durante siglos. El contrabando del tabaco ya mostraba un entramado de corrupción y control territorial que hoy reconocemos en otros contextos. No es casualidad; es continuidad histórica. El tema de la corrupción es un proceso histórico también. Por eso les he dicho a mis alumnos que es un tema pendiente que tenemos de estudiar, la historia de la corrupción.

Apertura e interdisciplina

—¿Cómo evalúa el estado actual de la historiografía en Michoacán?

—Hay una diversidad enorme de temas y enfoques de la historia: económica, social, política, ambiental, cultural, de género… Ha habido una apertura y eso es muy saludable. estos ejercicios los están dando a los jóvenes que se están formando, porque con estas vertientes elaboran sus tesis y a partir de allí empiezan con su formación de especialistas.

—¿Qué consejo les daría para evitar caer en el provincialismo?

—Yo creo que podemos hacer la historia local, pero nunca en forma aislada. Tenemos que entenderla en el contexto. Un pueblo no es el centro del universo; es parte de procesos más amplios. Como historiadores debemos desarrollar nuestro trabajo en plena libertad. El día que el historiador trabaje sólo a la sombra de ideologías, creencias o militancias partidistas, la historia pierde sentido. Jamás debemos hacer lo que hacemos como historiadores para que sirva de justificación del poder. Sí, nuestra información la podemos acercar a quienes tienen el poder, pero para que se ilustren y puedan tomar las mejores decisiones que le faltan a este estado y al país.

—A propósito del centenario de Luis González y González, ¿qué rescata de su legado?

—La microhistoria es una metodología importante que estableció don Luis: nos enseña que hay que hacer historia con pasión, con identidad y que sirva al lugar de donde venimos, pero siempre entendida en un contexto universal. Pueblo en vilo no es solo la historia de San José de Gracia; es la historia universal vista desde un pueblo michoacano. Ese modelo tuvo un impacto grandísimo y renovó la historiografía en toda América Latina. Fue una renovación intelectual muy importante la que introdujo don Luis, que es el resultado de una generación universitaria que vivió en 1968, cuando surgió este libro.

—Aparte de la corrupción, ¿qué otros temas cree que siguen insuficientemente explorados?

—No tenemos un conocimiento de la historia política, de cómo se generaron los fanatismos en la política, pero también está otro fenómeno que también es muy importante, la historia económica: ¿de dónde viene el boom del aguacate?, ¿qué impactos territoriales y sociales tiene, más allá de las tentaciones que provoca con la delincuencia? Necesitamos entender esos fenómenos con la misma seriedad que el café o el añil en su momento. No tenemos líneas importantes de lo que es la economía michoacana.

—Su trabajo cruza constantemente con la geografía, antropología, biología, química… ¿Qué tan fructífero ha sido ese cruce interdisciplinar?

—Fundamental. El historiador debe tener una formación universal e integral, no tenemos que estar aprisionados en un tema ni en un periodo, tenemos que estar viendo lo que pasa aquí, pero también lo que está pasando en el mundo, porque eso es la historia. La historia es adentrarnos en cómo es la humanidad y en cómo se ha desarrollado, ése es uno de los grandes retos que tenemos. Como decía Manuel Moreno Fraginals en un artículo que leí en mis tiempos de estudiante que se llama “La historia como arma”: la historia es un arma, pero solo es útil si quien la empuña ve el mundo en toda su complejidad, y quien no sea capaz de emocionarse con una planta, una canción de cuna o un poema de amor, y al mismo tiempo entender las cifras y la violencia del mundo, está incapacitado para escribir historia.

—¿Qué más necesita un historiador, además de libertad y pasión, como ha dicho antes?

—Esos son los dos grandes ejes, hacer nuestro trabajo con convencimiento y como parte de la vida, sin que nadie nos influya y sin presiones externas. Eso es todo.

—¿Cómo le gustaría ser recordado?

—Prefiero no hacer balance yo mismo. Me conformo con seguir invitando a hacer historia en libertad, sin ataduras ideológicas ni partidistas. Sí podemos ser creyentes o ser militantes, pero no lo podemos meter como algo que nos impida desarrollar nuestro trabajo.

—¿En qué trabaja actualmente?

—En varios proyectos. Con el doctor Moisés Guzmán preparamos una obra conmemorativa de los 200 años del estado de Michoacán; el primer tomo ya salió y el segundo, sobre el Congreso Constituyente de 1824, está a punto de entregarse. También termino un libro titulado Ciencia y nuevos saberes para la Nación, sobre las contribuciones michoacanas a la ciencia nacional hace dos siglos, especialmente la obra botánica Novorum vegetabilium descriptiones de Juan José Martínez de Lejarza y Pablo de la Llave que, entre 1824 y 1825, dedicó especies nuevas a los próceres de la Independencia: Hidalgoa, Morelosia, Casimiroa (al líder otomí Casimiro Gómez) y hasta la Abasolo Taboada, el primer homenaje científico a una mujer independentista, Manuela Taboada, esposa de Mariano Abasolo. Es la primera mujer que tuvo un homenaje desde la ciencia y esos trabajos se hicieron en Michoacán.

Así, entre archivos, cultivos, tribunales, aulas y libros, sigue la vida de este historiador michoacano que lleva casi medio siglo tratando de que el pasado sirva para entender —y mejorar— el presente.

Víctor Rodríguez, comunicólogo, diseñador gráfico y periodista cultural.