Diana Ivonne Rufino Martínez, colaboradora La Voz de Michoacán Durante este año, conmemoramos los quinientos años de presencia franciscana en la provincia y obispado de Michoacán. El pasado 2024 presenciamos el quinto centenario de la llegada de los primeros doce frailes[1] de la Orden Franciscana a territorio novohispano. Para algunos es momento de celebrar, para otros de conmemorar, reflexionar y por supuesto de dialogar en torno a estos acontecimientos. Hablamos de quinientos años de un proceso complejo de adoctrinamiento muy largo, tanto que, a finales del periodo novohispano aún seguían las misiones de exploración y evangelización en diferentes partes del continente americano, mismas misiones que eran encabezadas por frailes preparados exclusivamente para ello, como el caso de frailes misioneros franciscanos y sus Colegios de Propaganda Fide; asimismo, estaban también los conventos y hospitales, que fueron pilar fundamental para continuar y mantener de manera permanente la labor evangelizadora en Nueva España. La presencia evangelizadora de órdenes religiosas en Nueva España tan temprana no fue casualidad. Uno de los acuerdos entre la Iglesia de Roma y la Corona Española, con relación a las tierras descubiertas, era sobre la conquista espiritual y material. La Bula, expedida por el Papa Julio II en 1508, le concedió al soberano español el privilegio para poder ejercer el Real Patronato Eclesiástico, que consistía en el “derecho de enviar misioneros para evangelizar a los indios, crear y señalar los límites de las nuevas diócesis americanas, presentar candidatos a obispos, otorgar licencias para la construcción de iglesias, hospitales y monasterios y percibir importantes sumas de ingresos por concepto de los diezmos que deberían pagar todos los habitantes de los territorios conquistados para el sostenimiento de la Iglesia”[2], misma fue cumplida en Nueva España. Para Michoacán, la llegada de los primeros franciscanos fue en 1525, con la llegada de fray Martín de Valencia y fray Martín de la Coruña (o de Jesús), quienes fueron los primeros en introducir las ideas del cristianismo entre la población indígena, uniéndose más adelante la labor evangelizadora de la orden de San Agustín y la presencia de Vasco de Quiroga, como primer obispo en 1536, (y que antes de esto había sido oidor de la segunda audiencia), terminaron de establecer la presencia de la Iglesia católica en Michoacán. Dos sectores del clero: el regular (órdenes religiosas) y el secular (ministros de la Iglesia que por Derecho Canónico están subordinados a la autoridad del Papa). Más concreto, para el caso del oriente michoacano, tomamos como ejemplo de labor evangelizadora y su permanencia, el caso del convento franciscano de San José, ubicado en el municipio de Hidalgo, Michoacán. En las siguientes líneas presentamos un recuento histórico del acontecer de este convento franciscano. Taximaroa, como era llamada en la época novohispana, fue un enclave fronterizo entre el imperio tarasco y el imperio mexica, que pasó a ser parte del imperio tarasco hacia principios del siglo XV y así se mantuvo hasta la llegada de los españoles. Para 1522 en Taximaroa, se efectuó la primera celebración eucarística en territorio michoacano, según el autor Warren, fue realizada por un sacerdote católico, integrante de la expedición de Cristóbal de Olid[3]. Entre 1526-1530, se registra la presencia de dos religiosos, fray Ángel de Jesús y el hermano lego Alonso de Palo, que tenían a su cargo las misiones de Taximaroa y Zitácuaro. El autor, León Alanís, menciona que ambas misiones estaban ligadas a la expansión franciscana de la Custodia de México y no a la de Michoacán[4]. Es importante mencionar que según el autor Gonzales Flores, estos dos frailes habían venido a bautizar y catequizar por orden de Cortés, de manera que “juntaron los idolos que se habían derribado y en su lugar se empezó a fabricar una iglesia encima, donde estaba la casería”[5]. Hacia 1541-1545, se habla ya de un convento en Taximaroa, que está bajo la custodia de un fraile franciscano llamado “fray Gonzalo”. Para ese momento, el convento es considerado como el principal centro evangelizador en la zona oriente de Michoacán[6]. Durante cinco años, hasta 1550, posiblemente estuvo bajo el cuidado de un párroco secular[7]. Algunas fuentes coinciden en que el convento comenzó su construcción en 1550 con materiales más duraderos y terminándolo hasta 1585, al inicio de su construcción el convento estaba dedicado a San Francisco y posteriormente puesto bajo la advocación de San José[8]. En el año de 1550, se tenían cuatro religiosos para la administración de los santos sacramentos y uno de ellos para la predicación[9]. La actividad de los frailes franciscanos no se reducía solo a la predicación y la conversión de los naturales, sino también a la administración del culto en las parroquias que tenía bajo jurisdicción, como los pueblos de San Lorenzo Queréndaro, San Bartolomé Cuitareo, San Lucas Huarirapeo, San Pedro, San Matías y San Sebastián Chapatuato, así como ranchos, rancherías y haciendas. Para el año de la realización del Concilio III Provincial Mexicano, en 1585, Taximaroa, era un pueblo con gran vecindad de naturales tarascos, otomíes y mazahuas, con una plaza y una fuente en su centro, un convento franciscano bajo la advocación de San José, un claustro con dormitorios, una iglesia y, que para ese año moraban dos religiosos encargados de velar por la doctrina y la religiosidad del pueblo.[10] Durante el siglo XVI, los franciscanos no solo se enfocaron en la construcción del convento, sino también en la organización social y religiosa de la población indígena. A finales de ese siglo promovieron la fundación de varias cofradías indígenas, como la del Santísimo Sacramento, la de la Purísima Concepción, la del Cordón de San Francisco, entre otras, que fueron fundamentales para mantener la cohesión social y evitar la desintegración de la comunidad tras la colonización. El conjunto conventual y la labor franciscana en Taximaroa son una muestra clara del proceso de conversión al cristianismo y colonización española en el territorio michoacano durante el siglo XVI, reflejando no solo una construcción material sino un proyecto político y social que buscaba incorporar a los indígenas a un nuevo orden colonial bajo la fe cristiana. Diana Ivonne Rufino Martínez. Egresada de la Licenciatura en Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Paleógrafa. Docente. Cofundadora y coordinadora general de Mechoacan Tarascorum. Correo: 1310310G@umich.com / ivonne.tb.rufino@gmail.com [1] Los doce frailes franciscanos o “los doce”, como también se les conoce, fueron: fray Martin de Valencia, fray Francisco de Soto, fray Martín de la Coruña, fray Juan Suárez, fray Antonio de Ciudad Rodrigo, fray Toribio de Benavente (Motolinía), fray García de Cisneros, fray Luis de Fuensalida, fray Juan de Ribas, fray Francisco Jiménez, fray Juan de Palos y fray Andrés de Córdoba. [2] León Alanís, Ricardo. Los orígenes del clero y la iglesia en Michoacán, 1525-1640. [Colección Historia Nuestra 16]. IIH-UMSNH. Morelia, Michoacán. 1997. Pp. 23-25. [3] Warren, J. Benedict. La conquista de Michoacán 1521-1530. Traducción Agustín García Alcaraz. 3° edición. [Colección “Estudios Michoacanos VI”]. FIMAX Publicistas. Morelia, Michoacán. 2016. P. 52. [4] León Alanís, Ricardo. Los orígenes del clero. Óp. cit. P. 67. [5] González Flores, José Gustavo. Religiosidad en la parroquia de Taximaroa 1585-1666. Tesis para obtener el grado de licenciado en Historia. Facultad de Historia de la UMSNH. Morelia, Michoacán. Noviembre de 2006. Pp. 83-84. [6] Ibid. [7] Nettel Ross, Rosa Margarita. Colonización y poblamiento del Obispado de Michoacán. Gobierno del Estado – IMC. Morelia, Michoacán. 1990. P. 247. [8] Pérez Escutia, Ramon Alonso. Taximaroa. Historia de un pueblo michoacano. Instituto Michoacano de Cultura. México. 1986. P. 72. [9] Espinosa, Fray Isidro Félix de. Crónica franciscana de Michoacán. 3° edición. IIH-UMSNH/Morevallado Editores. Morelia, Michoacán. 2003. P. 241-242. [10] Ciudad Real, Antonio de. Tratado curioso y docto de las grandezas de la Nueva España. Tomo II. México. UNAM. 1993. P. 67-68. Tomado de González Flores. José Gustavo. Religiosidad en la parroquia de Taximaroa. Óp. cit. Pp. 20-21.