Otra conversión

Una escapatoria que se había congelado en el tiempo y cuyos detalles brutales a veces se difuminaban.

Gustavo Ogarrio

Por ejemplo, con una chilena que muy joven fue a parar a Moscú después del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 en Chile para estudiar agronomía en la Universidad Patrice Lumumba. Viene a mi mente un primer invierno relatado tan frío como cruel, siluetas anegadas en la nieve, balbuceos de una lengua que pasa de la aridez a la sobrevivencia, discretas reuniones en las que se comentan en voz muy baja las primeras adversidades y corrupciones del socialismo real, suicidios nada ejemplares, depresión…voces dispersas de refugiados latinoamericanos y comunistas en la Lumumba, asombrados porque las mujeres rusas paseaban en carriolas a sus hijos sin calcetines, los dejaban así afuera del lugar donde compraban el pan o algo de beber y regresaban alegres por los infantes de pies helados y sonrisas violetas. También me contó algo de su único viaje a Moscú después de haberlo dejado hace más de tres décadas. Fue en 2017 y dice que una de las huellas del Moscú ya borrado por la Perestroika, por la locura alcohólica de Boris Yeltsin y por ese entusiastamente criminal e implacable capitalismo ruso, fue una conversación nocturna con un tipo que estaba borracho pero que hablaba con un acento rugoso que le hizo evocar el mercado negro de mercancías, vodka, dólares y abrigos; lo que más le impactó fue cierto candor en las preguntas y su interés genuino por las experiencias de una chilena que había vivido en unos viejos apartamentos que ahora eran un renovado hotel que jugaba con la idea de habitar un lugar del pasado soviético, que hablaba un ruso hasta cierto punto anacrónico y que había vuelto a Moscú solamente para que su madre conociera el lugar donde había vivido hace 30 años como una escapatoria que se había congelado en el tiempo y cuyos detalles brutales a veces se difuminaban.

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