El Top 5 de leyendas en Michoacán para leer en casa y ya después, si te atreves, visitar esos lugares

Te presentamos cinco relatos michoacanos: historias fantásticas que son un componente esencial de la tradición cultural y que se han difundido de boca en boca a través del tiempo.

Foto: Especial.

Redacción / La Voz de Michoacán

Morelia, Michoacán. Michoacán es un estado místico lleno de una gran diversidad cultural, gracias a su pasado indígena y sus leyendas abonan a crear todo un halo de suspenso gracias a los mitos y relatos que narran experiencias que envuelven a diversos lugares o personajes michoacanos.

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Te presentamos en esta ocasión cinco relatos que tuvieron su origen dentro del territorio michoacano, donde el imaginario popular ha dado lugar a la generación de historias fantásticas que en la actualidad son componente esencial de su vasta tradición cultural y que se han difundido de boca en boca a través del tiempo.

¿Listo para conocerlas? Te invitamos a que conozcas estas cinco leyendas y que, luego de la cuarentena, te atrevas a visitar estos escenarios místicos.

1. El Hospital Fantasma de Morelia

Este relato terrorífico es una de las originales leyendas de Michoacán, la cual se origina en un hospital de Morelia, el cual es una instalación que aún hoy en día se encuentra operativa pero que a lo profundo de sus corredores, salas y habitaciones incontables fantasmas y presencias sobrenaturales medrán.

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Son contados quienes han vivido en carne propia alguna experiencia con tales espectros, siendo el caso del centinela del edificio de quien se ha tenido mayor certeza de las cosas insólitas que acontecen dentro del hospital cuando efectivamente no hay persona alguna circulando por sus interiores.

Se comenta que en el quirófano del hospital se muestra todas las noches un hombre que incomprensiblemente atraviesa las paredes y en ciertas oportunidades se oyen alaridos lastimosos, los cuales se considera que provienen de esa alma en aflicción que aún no ha conseguido reposo.

En la sala de la morgue, a la cual llevan los cadáveres de los fallecidos, se oyen con frecuencia ruidos extraños, sonidos de vidrios partidos y un rechinar de las puertas como si alguien las abriese y cerrase. Igualmente al circular por ese lugar se percibe una sensación horrenda como si alguien estuviera observando todo el tiempo.

En el salón de cuidados intensivos que se localiza en el octavo piso del hospital, los testigos que han podido observar a esta aparición relatan que por las noches se muestra una mujer con una bata blanca que deambula por los corredores en total silencio, y que deja a su paso una manchas de sangre en el piso y las paredes que al pasar del tiempo se desvanecen.

El centinela del edificio dice que la extraña mujer que se presenta en el octavo piso, cuenta con un historial de miedo, le habían practicado un trasplante de riñón pero desafortunadamente el órgano no llegó a funcionar como se esperaba y al conocer de las pocas expectativas que le quedaban de vida, resolvió optar por el suicidio arrojándose desde una ventana de ese piso.

2. El Tesoro de la Catedral de Morelia

En una de las leyendas de Michoacán se narra que en la ancestral ciudad de Morelia, denominada entonces Valladolid, en un cuesta de la loma de Santa María se hallaba el ingreso a un túnel que cruzaba la ciudad y estaba obstruido por unas cuantas inmensas piedras. No había construcciones en esos terrenos, ya que eran de propiedad del ayuntamiento. Los vecinos de las áreas cercanas señalaban que de ese túnel provenían gritos de pánico.

Foto: Víctor Ramírez

Hace mucho tiempo un banda de ladrones había resuelto hurtar las riquezas que ellos sabían que se hallaban en una habitación especial de la Catedral de Morelia. Eran abundantes las riquezas, ya que en ese recinto se atesoraba mucho dinero y gemas que el sacerdote obtenía mediante limosnas o donativos que las familias opulentas de estado le donaban a la iglesia.

Los ladrones habían resuelto ingresar a ese cuarto accediendo por el túnel de Santa María del cual se sabía que llegaba hasta la Catedral. Se adentraron y al arribar al lugar señalado comenzaron a excavar el piso del cuarto de los tesoros.

En tres ocasiones los ladrones lograron robar sin que nadie se diese cuenta de los faltantes en el tesoro. No obstante, cierto día el obispo estaba requerido de una pieza que era parte del tesoro y la mandó a buscar. Al no ser conseguida por el responsable de buscarla, éste lo notificó y un grupo de religiosos se dedicó a chequear el inventario con los objetos disponibles. De inmediato se percataron de que faltaban muchas cosas que debían estar allí.

Todos se enteraron de los robos los cuales se estiman habían venido ocurriendo por los últimos tres años. Las autoridades hicieron investigaciones más nunca pudieron capturar a nadie ni hallaron explicación de cómo habían podido ingresar los ladrones del tesoro. Les denominaron los “robos enigmáticos”

Pero aunque los ladrones se enteraron de que los religiosos ya se habían percatado de los hurtos y se les estaba buscando, resolvieron repetir sus desvelamientos e ingresar de nuevo al recinto del tesoro. En un par de oportunidades más pudieron llevarse dinero y un cofre colmado de monedas de oro. La gente de la ciudad estaba atemorizada y hasta pensaron que los robos eran ocasionados por el Diablo.

Cierta noche, uno de los monjes ingresó a la habitación y se consiguió con tres hombres que estaban introduciendo oro en una bolsa. Al verlos el cura alertó a todos los religiosos de la catedral, los cuales sumados a los criados que se les aunaron se adentraron por el túnel por el que habían huido los ladrones para seguirlos y capturarlos. Todos iban rápidamente por el túnel cuando un repentino temblor provocó su derrumbe dejando a los religiosos atrapados.

Soldados llegaron para intentar sacarlos, cuando se percataron de que después del área derrumbada, el túnel se separaba en dos partes. Una de las cuales iba hacia el oriente y arribaba al sótano de un mesón, y la otra les llevaba hasta la entrada de la loma de Santa María. En ninguna de ellas consiguieron a los malhechores, quienes se habían desvanecido enigmáticamente. .

Jamás se supo que ocurrió con ellos; no obstante, algún tiempo después por toda la localidad de Valladolid y otras de Michoacán, comenzaron a ser de corriente circulación monedas de oro y plata.

3. La Dama de la Cascada

Una de las leyendas de Michoacán transcurre en Tepuxtepec, en la cual se cuenta que en la cascada de El Salto, en el municipio de Contepec, una agrupación de jóvenes entusiasmados fueron a nadar. Aunque conocían del riesgo que podían correr, resolvieron retar al destino. Se encontraban deleitándose de las plácidas aguas, a horas avanzadas por cierto, bajo una preciosa luna llena, cuando repentinamente alcanzaron ver a una mujer ataviada con una túnica blanca.

La fémina era muy hermosa, su extensa cabellera de un color negro como ala de cuervo, le descendía más abajo de la cintura. Su piel era excepcionalmente blanca, casi igual que su vestido. La mujer deambulaba, o más bien flotaba, por el borde del río donde se localizaba la cascada; iba sollozando lastimosa y dolorosamente.

Al contemplarla, los jóvenes se percataron de que iba aproximándose a ellos, Se alegraron, ya que consideraron que la mujer iba a nadar y así podrían observar al que consideraban un precioso cuerpo. No obstante, al irse aproximando todos percibieron un pavoroso escalofrío y la impresión de que los pelos se les ponían de punta.

Foto: Instagram.

Inmediatamente, todos surgieron del agua y arrancaron a correr desnudos, escapando del horrible chillido que despedía la fantasmal mujer de blanco. Al próximo día, la totalidad de los osados jóvenes se enfermaron, no podían tragar bocado, no podían lograr el sueño y cuando lo alcanzaban experimentaban horrendas pesadillas.

Una de las progenitoras de los espantados, angustiada por ver a su hijo tan asustado, resolvió ir con una curandera. Las madres alcanzaron a reunir a todos los jóvenes y la bruja se dedicó a realizarles una “limpia” con hierbas especiales. Por fortuna, todos se pudieron curar del susto, y mas nunca retornaron a la cascada en la cual se les había mostrado tan perversa mujer: La Dama de la Cascada.

4. La Cañada de las Vírgenes

En uno de los recodos de la sierra Madre Occidental, quebrando las rocas a una elevación considerable, un alborozado chorro de agua penetraba al vacío y se precipitaba desprendido sobre un embalse transparente de fondo verdoso y peces amarillentos. Ya que las pliegues de la sierra eran muy estrechos por allí, no había quién se aprovechara del agua fresca que provenía de las montañas.

En ocasiones los habitantes de Uruapan o sus inmediaciones se aproximaban en osadas expediciones, pero eran muy exiguos los atrevidos ya que sobre el sitio pesaba una sombría leyenda. De acuerdo a algunos, las evidencias de que era verídica, yacían a un lado del embalse. Constaba de tres rocas colocadas dos de ellas conformando una cama y la tercera, de figura triangular y puntiaguda, echada a un lado.

La gente relataba que en la época prehispánica allí se congregaban los mexicas de las cercanías a efectuar los sacrificios que la ley de los tarascos les imposibilitaba realizar en Michoacán. Existía un rumor de que las vírgenes inmoladas habían quedado atrapadas en las muros y las cavernas de la cañada. Y más de una persona contaba con un conocido cuyo primo o hermano se había ahogado en ese lugar. “A los hombres que se meten al agua, las vírgenes les tiran de los pies”, decía la gente.

A inicios de 1795 arribó a Uruapan Carlos de Labastida, un funcionario del gobierno borbónico que se encontraba en Michoacán a causa de los comentarios de que allí se cultivaba tabaco, lo que no era legal de acuerdo a las leyes españolas. Labastida hizo un recorrido por todas las áreas de montaña cuyo clima fuese propicio para cultivar la planta proscrita, sin conseguir nada que lo confirmara.

Casi al concluir la búsqueda, don Carlos se consiguió con la Cañada de las Vírgenes , cuyo fresco embalse lo invitó a tomar el baño de aquel mes. Don Carlos ingresó a las aguas acompañado de uno de sus asistentes, que era su hijo Ignacio. Ante la mirada del restante de la expedición constituida por tres personas más, los Labastida se bañaban y repentinamente se hundieron bajo el agua, hundiéndose cada vez más jalados por numerosas manos.

En lo profundo del estanque, las vírgenes colmaron de besos y mimos a los Labastida, conservándolos vivos con su atrayente aliento cavernoso y mágico. Eran unas treinta féminas cuyas almas, solitarias y ardorosas, se hallaban dispuestas a saciar los apetitos de sus cuerpos mutilados, carentes de corazón.

Empero las vírgenes no podían realizarlo con los vivos, así que sugirieron a los Labastida un pacto: la vida del trío hombres que se hallaban arriba a cambio de las suyas. Los hombres habrían de bajar al fondo del embalse ya sin corazón. Ellos deberían sacárselo a cada uno con las tres rocas de la superficie.

Algunos días después, fue don Carlos a la ciudad de Uruapan y se retiró para Valladolid sin decirle adiós apropiadamente a aquellos que le habían cobijado. El empleado borbónico retornó a la ciudad de México, en la cual entregó su renuncia al gobierno aludiendo razones de salud. Luego se embarcó en Veracruz con destino a la Coruña para llegar a su natal Cuenca, donde dejó familia y riquezas y se enclaustra en un monasterio, al igual que su hijo Ignacio.

Se narra que numerosos años después, en la cañada de las vírgenes el agua proseguía espléndida y la vegetación abundante, pero algo era distinto. Cierto campesino de la zona cayó al embalse accidentalmente y pudo emerger del agua auxiliado por una cuerda, sin que nadie le tirara de los pies. Considerándolo un milagro, el hombre trajo al cura para que bendijera el agua y para que se olvidase la leyenda, el cura ordenó que las tres piedras fueran lanzadas al fondo del embalse.

No obstante, el sitio no fue recuperado por la gente, fue vuelto a abandonar cuando se mostró allí el cuerpo de un español suspendido de una rama. Se trataba de Ignacio Labastida, que de acuerdo a esta, una de las leyendas de Michoacán, había retornado al lugar para purgar sus culpas.

5. La leyenda de La Llorona

Dice la leyenda que La Llorona es una mujer que vaga por las calles de varios regiones del país siempre buscando a sus hijos, a los que ella misma mató en una noche en que perdió el juicio. Comentan que se exhibe en ciertos sitios por los cuales alguna vez corrió un río. Igualmente se dice que es una mujer ataviada de blanco y de gran hermosura.

Otros dicen que apenas se puede ver su silueta flotando por los aires. Solamente concuerdan en que siempre que se muestra se oye un prolongado y terrorífico alarido: «¡Ay, mis hijos!».

Acerca del origen de esta relato hay diversas interpretaciones: una es la del periodo de la colonia, la cual está fundamentada en las crónicas de Bernal Díaz del Castillo, quien fue parte de la conquista del Imperio mexica. Se dice que una mujer de procedencia indígena era amante de un noble español y, en el momento que ella le pidió concretar la relación, él se rehusó porque era integrante de la alta sociedad, lo cual desencadenó la desgracia por la que su alma vaga en pesadumbre.

Prosigue la narración explicando que esa noche la mujer hizo despertar a sus pequeños hijos, varón y hembra, cogió un puñal y los condujo al río, el cual se hallaba muy próximo a su casa. Llegada allí y enceguecida por el coraje, los acuchilló en varias oportunidades hasta que los quitó la vida.

En corto tiempo pudo reaccionar y, al percatarse de lo que había hecho, salio corriendo en desesperación por el río y emitió el espantoso grito por el que se ha hecho famosa.

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