Pueblos Mágicos, el encanto turístico de Michoacán para el último fin del 2019

En Michoacán existen 8 pueblos mágicos.

Redacción/La Voz de Michoacán

Morelia, Michoacán, a 28 de diciembre de 2019.- Por sus tradiciones, recursos naturales y tesoros intangibles, los ocho Pueblos Mágicos de Michoacán representan uno de sus encantos turísticos más importantes.

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En este último fin de semana del año, sectur invita a conocer y disfrutar la historia, cultura, gastronomía y la naturaleza generosa de estos Pueblos Mágicos.

Pocos lugares en México pueden presumir más de 500 años de historia como Pátzcuaro, lugar de calles empedradas, casas señoriales, plazas arboladas y portales siempre concurridos. Un pueblo que conserva el encanto provinciano de sus cuestas, fuentes, templos, y sus rituales cotidianos.

El Pueblo Mágico de Pátzcuaro fundado por Don Vasco de Quiroga, no necesita de artificios para cautivar al viajero.

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Está también el Pueblo Mágico minero de Angangueo, enclavado en una barranca, serpentea entre cerros boscosos, las montañas que lo rodean son el refugio invernal de millones de mariposas monarca, que pueden visitarse desde los santuarios de Sierra Chincua y El Rosario y, en sus entrañas, las montañas guardan celosas un preciado mineral.

Cuitzeo a orillas del lago, un pueblo que fue misión y hoy es Mágico, ahí los purépechas se asentaron en la ribera norte del lago de Cuitzeo y, en 1549 los agustinos eligieron Cuitzeo para ubicar el convento desde el cual emprenderían la evangelización de esta región. El conjunto conventual de Santa María Magdalena alberga hoy el Museo de la Estampa. Los murales en la capilla de indios, el claustro y especialmente la magnífica sala capitular demuestran la gran relevancia de Cuitzeo en la evangelización de Michoacán.

Jiquilpan Pueblo Mágico bohemio, hogar de artistas y refugio de tradiciones en la región Zamora, es un apacible pueblo de animados portales, frondosos jardines, hermosos templos y agradables paseos.

Un pueblo que se cubre de un velo azul cuando las jacarandas florecen, apasionado por el arte que está presente en cada rincón: en los talleres de seda y artesanías, en la música, en la gastronomía. También en los magiscopios de Feliciano Béjar o en las paredes de la Biblioteca, con murales del gran maestro José Clemente Orozco.

Santa Clara del Cobre al sur del río Silencio, en donde el martilleo del cobre suena familiar como el tañido de una campana. Cada casa en este Pueblo Mágico alberga un taller, donde la técnica del cobre se pasa de padres a hijos durante generaciones. Es imperdible la visita al Museo Nacional del Cobre, con una colección de piezas de concurso. En el patio, una fragua en funcionamiento, con varios artesanos trabajando.

Tacámbaro depara varias sorpresas al viajero, este Pueblo Mágico presume de temperatura perfecta, ubicado entre las montañas y Tierra Caliente, la brisa fresca y el viento cálido se alterna, bailan y se mezclan. Aguacate, zarzamora y caña de azúcar son tradicionales ahí. En el entorno del pueblo, cascadas como la del Arroyo Frío con su caudalosa caída y lagunas como La Alberca ofrecen múltiples opciones al viajante.

Tlalpujahua, es un pequeño pueblo de pasado minero, aferrado a un cerro, superviviente de tragedias y heredero de la tradición más hermosa de la Navidad.

En lo alto, la impresionante estampa de la Parroquia de San Pedro y San Pablo contrasta en su esplendor barroco con la sobriedad de San Francisco, el primer templo del pueblo, en su parte baja. En medio, una sucesión de calles empedradas, portales pintorescos, plazas soleadas y fachadas cubiertas de flores. El Pueblo Mágico de Tlalpujahua es hoy conocido en todo México por la producción de esferas navideñas.

Tzintzuntzan, el Pueblo Mágico que tiene un pasado glorioso como capital del imperio purépecha, en la conquista, se convirtió en la primera ciudad de Michoacán y fue, muy brevemente, sede episcopal. Del esplendor de la época prehispánica quedan las Yácatas, restos del centro ceremonial de una cultura que desde el S. XII dominaba estas tierras.

Vasco de Quiroga llegó a Tzintzuntzan en 1533. Ahí fundó el imponente convento de Santa Ana, alrededor del cual creció este Pueblo Mágico. Hoy pervive la arquitectura vernácula de casas de un piso, techos de teja y grandes alerones.