Josephine Baker, la primera mujer en el estrellato musical del siglo XX

La primera estrella femenina de la música, antes que Billie Holliday, antes que Ella Fitzgerald, antes que Madonna, fue Josephine Baker en los años 20

Jorge Ávila / La Voz de Michoacán

Scott Fitzgerald definió los años 20 del siglo pasado como la era del “Jazz Age”, que marcaba por primera vez la contribución de los afroamericanos a la cultura norteamericana. Y de esa Jazz Age, la estrella más rutilante de los años 20, emerge y poderosa, fue Josephine Baker, como una metáfora, una experiencia existencial de los afroamericanos en París, una de las ciudades vitales del Jazz Age. Las otros dos eran Nueva Orleans y Washington.

PUBLICIDAD

Baker, para sus celosos oponentes, “bailaba como un mono”. La envidia se engendró desde sus primeros tiempos en Harlem, a comienzos de los años 20. En cambio, para sus grandes admiradores, por ejemplo, Pablo Picasso, era la gran Nefertiti negra del jazz. Josephine no tardó tiempo en desarmar a sus detractores con su carismática personalidad, su talento, su simplicidad, su absoluta libertad para la expresión corporal y espiritual. Era algo más que un alma libre.

Josephine Baker asombró literalmente con su danza mitad comedia, mitad feminismo, con su torso desnudo y su faldita de 16 bananas en octubre del año 1925, cuando se presentó como estrella en “La revue negree”, en el Music Hall los Campos Elíseos. Ese fue el gran despegue en su carrera.

Pero por encima de todo, tuvo la habilidad esencial de introducir el Charleston en París. La música y danza revolucionaria de los negros de Charleston, en Carolina del Sur, que se suele recordar como hit-hat. Josephine conocía aquella obra maestra del Charleston, el musical “Running wild”, que vio en el año 1924 en Nueva York. Aplicó la técnica del baile y el canto con una inteligencia supina. Era el Jazz Age en estado puro. No sólo se movía y bailaba con un estilo extraño, cómico y único, también sabía cantar. Eso significó que superaba a las grandes estrellas que la desafiaban como Valaida Snow y Elizabeth Welch.

PUBLICIDAD

Hay un número musical de Baker en el film de Joe Francys “La revue desde revise” (“La revista de las revistas”) , del año 1927, que demostraba su magia en el escenario con un grupo de jazz. La película es muda y bailaba, realmente, con un estilo casi burlesco.

Probablemente no era otra que Le Jacob’s Jazz, cuyo líder era el trompetista belga de Lieja, Leon Jacobs, que había trabajado en la banda del Moulin Rouge. La ambición de Josephine había tenido que contratarle porque ya había abierto en 1927 el primer cabaret-jazz en la calle Fontaine de Paris.

Grabar música en los años 20 todavía era un ejercicio harto complicado, pero ella se las apañó para conquistar a Max Straus, uno de los dueños del más poderoso sello discográfico de la época, en una de sus venturosas giras por Berlín; el decir, el gran sello fonográfico Odeón, cuya central estaba en la capital alemana, la ciudad que también acababa de conquistar Josephine y que incluso prefería a París porque allí no eran tan finos y no se reían de ella cuando se comía las “gambas con caparazón y todo”, como proclamaba ingenuamente.

Para los amantes de la música, a través de los primeros vinilos es importante revelar cuál fue el primer disco que grabó Josephine Baker. Lo registró en la delegación de Odeon en Paris, muy cerca de los Campos Elíseos. Las sesiones se desarrollaron en octubre del año 1926. La banda que le acompañaban era la Jazz Oliver and His Boys des Folies- Bergere. Su bautismo discográfico, su primer tema grabado, fue ”Who”, de Jerome Kern, así figura con el numero Odeón Ki 920.

La primera grabación

“Who” había sido la canción de moda gracias al musical “Sunny” de Jerome Kern. Con los años se convirtió en una de las canciones que más desarrollaba el gran director de orquesta y clarinetista Benny Goodman.

El primer hit de Josephine suena a Charleston, con un banjo que no para de sonar. Pero su voz tiene magia. La grabación nos ha llegado pésima de sonido pero se trata de un documento revelador del Jazz Age y de la historia del pop.

Quizá otra de las canciones estelares de esta primera sesión fue su versión de “Dinah”, que había sido un gran éxito por Eddie Cantor en el año 1923. Eddie Cantor ejerció de Sinatra de la época y ha pasado a la historia de la música por negarse a interpretar el papel de cantante en la primera película sonora “The jazz Singer”. El éxito y la memoria de la historia fueron para Al Jolson.

De aquellos primeros tintineos hay que quedarse de como afinaba todas las notas, incluso en falsete, cuando todo se grababa a una sola toma. La favorita de aquella primera sesión de grabación el otoño de 1926 fue su versión de “That certain feeling”, el tema de George e Ira Gershwin que había cantado maravillosamente Queenie Smith en el musical “Tip toes”, en Broadway, antes que la Baker llegara a París. Por supuesto, Baker la conocía perfectamente. Con el tiempo se convirtió en uno de los clásicos de Ella Fitzgerald a partir del año 1959, que fue cuando la grabó por primera vez: 22 años más tarde que la Baker.

Nadie la ha cantado con el estilo de Josephine Baker. Tenía un extraño tiempo para medir las canciones y su voz no sonaba a una voz negra. Era algo más sofisticado que todo ello. A pesar del sonido infame y el soplo de grabación del desgaste de las agujas de aquellos días, esos temas son el comienzo de la primera estrella del pop en el mundo.

En el sello de los Beatles

La segunda sesión en los estudios de grabación ya no fue en Odeon. Había logrado un contrato con el sello Parlophone, de Londres, que ya existía en aquellos tiempos, el mismo de los Beatles que conquistarían el éxito más de 35 años después. Para apoyarse, en lugar de una guitarra, Josephine se acompañaba con un ukelele que tocaba bastante bien. Sólo una canción en condiciones ha sobrevivido a esa segunda sesión. Hay una tercera sesión de la que sólo se ha salvado “Skeedle um” y otros temas insignificantes del estilo vaudeville.

Una vez inaugurado el “Chez Josephine”, con la banda del belga Leon Jacobs, empezó a grabar bastantes canciones. Una vez más en el sello de Berlín, Odeón. Ahí grabó su versión de “Always”, de Irving Berlin, escrita para los Hermanos Marx para su musical de Broadway “The Coconuts”, pero Berlin, al final, se negó en rotundo en incluir el tema en ese musical porque los Marx se reían del tema como una despótica identificación del sentido del humor de los hermanos.

Las grabaciones decisivas y supremas llegaron en el año 1930, en el mes de septiembre. Todas ellas dirigidas por Edmond Mahieux y su grupo Le Jazz Mélodie del Casino de París. En esas sesiones se grabó el mayor éxito de toda la carrera musical de Josephine Baker. Por supuesto, la perla de las perlas es “J´ai deus amours”, cuando ya se atrevió a grabar en francés, con un excelente francés.

La música era de Vincent Scotto, uno de los héroes de la primitiva canción francesa, marsellés y posible amante de la Baker. Vincent canta con ella en la versión original. Josephine se atrevió a cambiar la letra y entonaba “mi país es París”. Es muy posible que se convirtiera en la canción fetiche de Josephine porque la cantaba en el Casino de París durante el tiempo de la gran Exposición Colonial francesa, una egomaniaca celebración de los excesos del imperio colonial francés. Curiosamente, Scotto la había escrito bastantes años antes para una cantante de varietés llamada Polin. Tenía una historia sórdida. Formaba parte de un número llamado “Ounawa”, en la obra “Paris que Remue”.

Josephine aparecía en una especie de selva tropical acompañada por su leopardo “Chiquita”, que había comprado poco antes en su carrera por convertir su casa en pequeño zoológico. La canción cuenta la historia de una joven africana enamorada de un colono francés. Él la invita a que se escaparan a París, su tribu no permite esa deserción y Josephine se queda dividida en “J´ai deus amours”. Es decir, su identidad nacional y racial y, el otro amor, el romance, el sexo y el gran Paris frenético que vivía la propia Josephine. Esta como un poco la historia de su vida. Como decía cuando viaja a Estados Unidos, “mi única patria y amor es París”. Y también decía ser una “negra francesa”.

Josephine, número uno en las listas

En aquel tiempo Josephine era la cantante más famosa del mundo e incluso le hacían canciones especiales como “Dis-moi Josephine”. Josephine Baker ya grababa para un sello discográfico americano, el famoso sello Columbia, que pasaría a ser CBS, ahora en manos de Sony.

La más notable grabación para Josephine llega en enero del año 1933, cuando canta fantásticamente “Si J´étais blanche” (“Si fuera blanca”), una genial extravagancia con el color de su piel, grabada con Jacques Metethen y su orquesta. Ese mismo año, en febrero, registra con la famosa orquesta Lecuona Cuban Boys que está de gira en París. Registran una versión muy latina de “Madiana”.

Josephine Baker besa la ópera de alguna manera con una revisión de la obra de Jacques Offenbach, “La créole”. Estrenada a finales de 1924, Josephine se preparó extraordinariamente, incluso llegó a tomar clases de canto y su técnica alcanzó una enorme calidad. Seguía saltando sobre tabú tras tabú. Hasta podía cantar ópera.

En septiembre graba su experiencia más dramática con el grupo Comedían Harmonists, cuyos miembros eran judíos y acababan de ser prohibidos por la Alemania de Hitler. Probablemente los tres judíos eran sefarditas. Josephine canta en español “Espabílate”, que aparecía en la película “La virgen Morena” del año 1935, un drama mexicano en el que aparece Luis Alcoriza.

La apertura de la mente de Josephine Baker se revuelve hacia el negro latino, los esclavos del Caribe. Sobre todo, durante los peores años de Josephine con sus actuaciones en los Estados Unidos, acompañada de Pepito, su marido, el falso conde siciliano que la cuida y que la explotaba a su manera.

Pero este es un desarrollo musical más que biográfico, aunque la vida siempre descarrila a la música. En cualquier caso, es de destacar una versión formidable que hizo de “Nuit D’algier” con la John Ellsworth Orchestra.

La última gran etapa como cantante éxito se celebra en el otoño del año 1937 cuando Cole Porter, el mago, el mejor compositor del siglo XX, también se enamora de su voz. Con la Wal-Berg Orquesta canta majestuosamente “Vous faltes parte de moi”, es decir, “I’ve got you under my skin”. Hace dos versiones. La segunda la llama “Cet’s si facile de vou aimer”, bastante más solemne, más jazzística. Excelente y romántica. Era ya una gran cantante. Siempre viajaba hacia un pequeño paraíso musical. Resguardada en los “tempos” de sus canciones, en los sincopados ritmos del jazz y la extraña libertad de sus versiones, incluso con su caprichoso cambio de notas en algunos acordes.

Un mensaje para ti

Es de recomendarse como absoluta garantía para conocer a esta primera estrella del jazz-age un disco titulado “Un message pour toi. Original Paris recordings 1926-1937”. Es como encontrarse con el génesis de un mundo musical maravilloso, la “negro dance” como el idioma de un nuevo narcótico a pesar de la triste calidad de las grabaciones.

La irrupción cruel de la Segunda Guerra Mundial nos privó de más grabaciones de Josephine Baker, que se alinea rápidamente con la resistencia. La primera referencia discográfica relevante no aparece hasta el año 1957, en un sello llamado Pacific, con su sentido “Revoir Paris”. En la portada aparece como la perfecta Nefertiti negra.

Josephine con sus hijos, una familia contra el racismo.

Dos años más tarde, con el éxito de la revista “Paris mes amours”, graba en directo en el Olimpia de París, incluyendo su inicial versión de “Don’t you my tomates”. Ese mismo año, ahora con la RCA, publica su álbum “Marchande de Bonheur” con su último y más querido marido, el director de orquesta Jo Bouillon, que aparece en la portada con los doce hijos adoptados por Josephine, la famosa “Rainbow Tribe”, con niños de todos los continentes.

Su última gran obra es el álbum “Josephine Baker chante L’amour”, con la orquesta Jo Duval para el sello Guide du jazz, a comienzos de los años 60. Al final, las canciones que más le gustan son las de Cole Porter. Excelentes resultan sus versiones en esta obra de “Night and day” y “Begin the Beguine”, cuya letra es casi es el impacto de su vida.

La tragedia acosa a Josephine cuando en 1964 pierde el castillo donde vivía con la Rainbow Tribe. Arruinada, se queda en la calle. Es su amiga Grace de Mónaco quien acude al rescate y le deja aojarse gratis en su apartamento de Roquebrune, cerca de Mónaco.

Incluso diez años después, en pleno “revival” de la gran Josephine Baker, la princesa Grace, su marido Raniero y Jackie Onassis le pagan su último espectáculo, la verdadera cortina final para celebrar sus 50 años en el “show-bussiness” . Tenía 68 años y aún podía bailar a su estilo de “mono mareado” y cantaba mejor que nunca. El 8 de abril de 1975, cuando se produce la “premiere” en el teatro Bobino, entre las butacas están admirándola Sophia Loren, Mick Jagger, Shirley Bassey, Diana Ross y Liza Minelli.

No pudo dar el quinto concierto. En la noche del cuarto murió tranquilamente en su cama, víctima de una hemorragia cerebral. El disco de “Josephine a Bobino 1975” existe, pero es muy difícil de encontrar. Sólo apareció en vinilo, pero lo más increíble de esta historia musical de la primera estrella del pop es que una de las últimas canciones que cantara en su cuarta aparición del Bovino fuera una versión increíble del tema de Bob Dylan, “The times they are changing” (“Los tiempos están cambiando”), como ella bien sabia como imponente progresista.

Josephine escribió un pequeño poema en prosa, este es un extracto:

“Decían que era fea, que bailaba como un mono, pero sigo bailando. Amo el jazz, tengo una religión, adoro a los niños, ayudo a los pobres, amo los animales, son los más sinceros. Gano mucho dinero, pero no amo el dinero”.

Cruzada contra el racismo y la guerra

Durante la Segunda Guerra Mundial, la también llamada Venus colaboró con la Resistencia. A las órdenes de los servicios de inteligencia del gobierno de la Francia Libre, recabó información vital, ya fuera guardando mensajes en su ropa interior o camuflándolos con tinta invisible en sus partituras. Acabado el conflicto, Charles de Gaulle la condecoró con la medalla de la Resistencia, que Baker luciría durante la Marcha de Washington, y la nombró Caballero de la Legión de Honor.

La artista inició una cruzada por los derechos civiles que la llevó a incluir en sus contratos una cláusula de no discriminación, por la que no actuaría en locales que vetaran la entrada a los negros. Además, junto a su cuarto marido, el director de orquesta Joseph Bouillon, adoptó a doce niños de distintas nacionalidades y religiones. Con su “tribu del arco iris” –así la llamó– quiso demostrar que la fraternidad internacional era posible. Baker siempre invirtió en exceso en proyectos utópicos como este y acabó arruinada. Sin embargo, su legado ideológico es indudable.