COLUMNA / De animal a vegetal. La vegetariana de Han Kang

Es el camino de fuego y cenizas desde el que surge el encuentro con lo vegetal

Adriana Sáenz Valadez, colaboradora La Voz de Michoacán

Una novela que pone en cuestión cada célula de nuestra existencia, La vegetariana interroga tanto los roles de género patriarcales, como lo que consumimos y a quienes carcomemos. La vida insatisfecha que, bajo la máscara de felicidad, nos propone el neoliberalismo voraz.

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El hecho de que una mujer asiática ganara el premio Nobel. No es pequeña situación. A lo largo de la entrega de los premios, la escritura de mujeres ha sido menos reconocida que la de varones. Entre ellos, los provenientes de Asia, son los menos. ¿Y mujeres asiáticas? El número es casi invisible: Han Kang ha sido la única. Ella abrió la puerta desde un espacio textual magnífico. Sus obras son críticas, están realizadas desde una técnica narrativa meticulosa y pulida que se trenza con la propuesta analítica. Desde ahí surge un espacio ficcional que nos provoca, nos atraviesa y nos deja pasmados porque nos permite observar el horizonte que nos presenta.

La vegetariana logra, en términos narratológicos, lo que los modernistas pusieron en boga: distintas voces narrativas protagonistas que guían una obra. Este recurso es complejo. Casi me imagino al editor de las obras de Han Kang, al conocer la intención de la autora, diciéndole que la propuesta era muy compleja, que, si lo conseguía, obtendría un libro magnífico; si no, sería un texto simple y confuso.

Portada: https://books.apple.com/us/book/la-vegetariana/id6501954117

La novela está narrada en tres capítulos. El primero, “La vegetariana”, está construido a través del monólogo interior del esposo de Kim Yeonghye, la protagonista. El segundo, lleva por título “La mancha mongólica”. En él, mediante el mismo monólogo, conocemos los pensamientos y los actos del esposo de Kim Inhye, hermana de Kim. Finalmente, “Los árboles en llamas”, expuesto a través de los pensamientos de Kim Inhye, nos lleva a la cúspide de la transformación de la protagonista.

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Uno de los grandes logros de la obra es el trenzado que existe entre las diferentes voces que exponen el relato, las repercusiones sociales e individuales de una sociedad neocapitalista y la crítica a la violencia patriarcal. Es una trenza de varios hilos que la autora va tejiendo con maestría.

El primer apartado es narrado por una voz masculina. Mediante este recurso, poco a poco, cada vez más íntimamente, vamos conociendo a Yeonghye. Su voz, que pareciera casi inaudible, en pocas ocasiones se escucha; sin embargo, sus gritos están presentes a través de acciones.

En este apartado, el ritmo es tan intenso que no podemos apartarnos de la lectura. A manera de introducción, nos presenta a todos los personajes y también el inicio de la transformación de la personaja principal. Desde este movimiento, que excede al marido de la vegetariana, la voz narrativa logra fusionar ritmo narrativo, relato y crítica. El esposo muestra la vida de la pareja. Ellos están casados, aburridos, conformes con una vida que cumple con las normas patriarcales y los anhelos capitalistas. Devela el bostezo que esta rutina les provoca. La falta de aliento vital, de ilusión. La ruptura a este transcurrir comienza con la transformación de la protagonista.

Yeonghye, desde un camino trazado por un sueño que se repite (que al inicio no comprende, pero que le marca sensaciones y deseos en el cuerpo), actúa. Ya no soporta comer cadáveres de animales. Desde ahí el íncipit de la transformación de animal a vegetal. El marido no comprende los motivos del cambio. Le incomoda el desasosiego a su aburrida existencia, el sostener una cotidianeidad en donde ella cumplía los roles patriarcales para las mujeres. Cocinaba bien, aceptaba tener sexo cuando él lo deseaba, y no solicitaba –mucho menos exigía– afecto, reciprocidad, satisfacción sexual o cariño.

Él, ante los cambios y ciego a las necesidades de ella, recurre a la herramienta patriarcal que conoce: la familia. El padre utiliza las acostumbradas formas que tiene para atender los conflictos. La regaña, le grita, la golpea y la obliga a comer. Yeonghye, sola ante esta estructura patriarcal, no tiene otro recurso sino auto lacerarse.

El segundo capítulo: “La macha mongólica” es narrado por el esposo de la hermana de Yeonghye. El ritmo narrativo asciende en espiral hacia la cúspide del deseo. Consciente de la medianía que sostiene como creador, acepta una vida soporífera al lado de la hermana que no quiere. Se ha enterado que la vegetariana mantiene la mancha mongólica que limita el inicio y final de sus nalgas. Movido por el deseo de ver esta imagen que colorea sus sueños, modifica sus pautas y costumbres. A partir de la obsesión por esa mancha resurge como creador artístico.

Movido por la violencia, por el deseo de poseer sexualmente a la protagonista, cabila la forma de grabarla teniendo sexo con él. Actúa desde esa pulsión de muerte. Pinta flores en el cuerpo de Yeonghye y en el suyo para, en esta creación, devorarla. Aun con todo, evita asumir la falta moral y legal. Para la hermana, que los encuentra abrazados posteriormente al encuentro sexual, se trata de un abuso al frágil estado mental de Yeonghye. Para el ámbito médico, es motivo de una nueva internación al psiquiátrico.

Para la protagonista, es el camino de fuego y cenizas desde el que surge el encuentro con lo vegetal. Ése que se hila desde las ramas, las hojas y las coloridas flores de su ser planta.

En “Los árboles en llamas”, mediante un ritmo lento, a través de los pensamientos de la hermana de Yeonghye, conocemos el desenlace del relato. Valga decir que el ritmo es intencionado y es parte de lo que hace a esta obra magnífica. A través de este tiempo, la narración establece varios elementos. El ritmo narrativo coincide con la vida marcada por el deber ser de Kim Inhye. Es una mujer sin ánimo, triste, marcada por el deber ser patriarcal –que ha cumplido a la perfección.

Ha sido la mujer ideal. No muy bella, no fea, buena cocinera, mamá atenta, empresaria exitosa, solvente económicamente. Es todo lo que su familia quiso que ella fuera, pero está aburrida. Es infeliz, sabe el marido no la ama. Entiende que ha sido la madre del marido y del hijo, del padre, de la familia. Ha llevado simbólicamente a cuestas a todos y todas. Ahora finalmente, después del abandono del marido de Yeonghye y del de ella, tiene/debe hacerse cargo de su hermana.

El ritmo narrativo está marcado por sus pensamientos, que derivan de una vida monótona. Por el compás del deber cumplido, que ha generado una vida insatisfecha. Desde este cambio en las voces y el ritmo, conocemos el desenlace. La vegetariana, internada en el psiquiátrico, ha encontrado el sentido del sueño recurrente. El camino a la metamorfosis está llegando a su fin. Ha dejado de ser animal para ser un árbol.

Un libro que, a partir de figuras simbólicas, cuestiona varios elementos. Los roles de género patriarcales. La intolerancia a quienes rompen las normas y la nula capacidad de pensar y de dialogar los cambios. Las insatisfacciones que están presentes en las personas que habitamos el mundo neoliberal. Las compras, el matrimonio, el trabajar hasta que las fuerzas se extingan y no nos quede ni el más mínimo atisbo de energía para pensar, dialogar o crear. En fin, el cuestionamiento a lo que consumimos y a quienes devoramos.

Adriana Sáenz es doctora en Humanidades, trabaja en la Facultad de Filosofía de la UMSNH y usa toda trinchera para desestabilizar las opresiones: desde la academia, la calle, el pensamiento, el amor, la escritura, la irreverencia.

Fotografía de Adriana Sáenz: Archivo personal de la autora