La relación de Michoacán: un viaje hasta El Escorial

San Lorenzo del Escorial, referente de la cultura y un bien patrimonial

Liliana David, colaboradora La Voz de Michoacán

San Lorenzo del Escorial es un pequeño pueblo español que colinda con la Sierra de Guadarrama, un lugar que a simple vista da muestra de su valor histórico y natural. Un referente, sin duda, de la cultura y un bien patrimonial de interés para el turista. Cuando viajé hasta dicho pueblo, para el que hay que recorrer cerca de 53 kilómetros desde la capital madrileña, me encontré sobre todo con un bullicio de infantes y adolescentes disfrutando de su recreo escolar, jugando al aire libre, viviendo en su cotidianidad; por lo demás, sólo una cafetería abierta y pocos turistas esa mañana. Era un miércoles, un día de invierno, de ese invierno frío que hace ver los altos árboles con sus brazos secos y abiertos como ofrendándose para hacer una buena fogata y refugiarse en un cálido hogar. Aquel día, al arribar, lo que me impresionó a lo lejos fue presenciar el monumental Monasterio del Escorial, una construcción arquitectónica del siglo XVI en cuya biblioteca se resguarda el manuscrito original de la Relación de Michoacán, considerada una de las joyas de la literatura universal, como el Popol Vuh, la Ilíada y la Odisea.

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Emprendí mi viaje hasta ahí para intentar indagar por qué y cómo (cuestiones que pueden intrigar a cualquier persona nacida en Michoacán) se encontraba el documento que contiene la memoria del pueblo p´urhépecha. El paisaje que enmarca el Escorial nos retrotrae en el tiempo; en él se respira calma y serenidad. Por ello, no me sorprendió saber que, en la primera década del siglo XX, al reconocido filósofo José Ortega y Gasset le gustaba retirarse por temporadas de la frenética ciudad de Madrid para pasear, pensar y escribir en una casa familiar que allí tenía.

Fotografía: Liliana David

Mientras contemplaba la fachada del Monasterio, lo rodeé a paso tranquilo por su exterior para dar con el acceso principal. En la entrada, luego de pasar un control de seguridad, unos cuantos metros por delante, entreví una taquilla de cobro, así que antes de pagar me presenté como periodista, expliqué el motivo de mi visita y le pregunté a una mujer si habría alguien que me proporcionase información sobre la Relación de Michoacán, pues quería hacerle unas preguntas, por lo cual le pedí que me diera acceso. Ese día, por cierto, un miércoles, la entrada era libre, pues de lo contrario ni mis credenciales de periodista hubiesen ayudado porque “los periodistas no están exentos de pagar”, me informó la taquillera. Me sorprendió la desesperación de sacarle rápidamente el dinero a cualquier clase de persona con interés en el conocimiento y la cultura o, peor aún, lo desprestigiada que está la labor del periodista, pues en otros tiempos me hubiesen acompañado hasta la puerta donde se hallaba el “Padre bibliotecario”, a quien debía dirigirme, como me indicó la mujer.

Una vez dentro del monasterio, comencé a observar con detalle su arquitectura; iba recorriendo parsimoniosamente los pasillos como quien se introduce en un túnel del tiempo. Tras pasar distintas salas desde donde asomaban retratos de reyes y otros personajes de la época, vislumbré el patio principal donde se encuentra la Basílica escurialense. Supe que en dicha iglesia hay un asiento especial que se dedicó exclusivamente para que el rey Felipe II, bajo cuyo gobierno el imperio español alcanzó a ser una potencia europea, entrara por un pasadizo cada vez que lo deseaba sin interrumpir el rezo de los Padres Jerónimos, pues a los monjes los obligaría a ponerse de pie si lo viesen entrar a la misa. La anécdota la cuentan como si el rey se jactase de tener un gesto de sencillez o mesura con los Padres del Monasterio. Pero no iba a entrar en polémica con los guías, así que, al fin, me di la vuelta pensando que, tal vez más tarde podría acercarme mejor a ver dónde yacían los restos del rey Felipe II, aunque ahora tenía que seguir con mis pesquisas. Continúe, pues, el recorrido por mi cuenta. Al final del patio, después de la Basílica, en un rincón, encontré finalmente la puerta que dirigía a la biblioteca. Para acceder al recinto, tuve que subir unas pequeñas escaleras con techos que advierten poca altura, cuando, de pronto, el deslumbramiento del sitio me dejó sin aliento ante su belleza: libros en sus estanterías antiguas, pinturas en paredes y techos que daban color y vida a escenas diversas para enmarcar el gran salón de la biblioteca.

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La biblioteca


Fotografía: Liliana David

En 1565, dos años después de que comenzara la construcción del Monasterio, habían llegado los primeros libros que fundaron la biblioteca del histórico edificio. Antes de que fuese habitado por ningún monje de la comunidad de Jerónimos, se habían trasladado distintos ejemplares procedentes de la biblioteca personal del monarca Felipe II. Atesorar los libros en un mismo recinto respondía a uno de los ideales humanistas del rey y sus cronistas, que veían la necesidad de crear una gran biblioteca. A diferencia de las que existían en Italia, ya a mitad del siglo XVI, no se contaba en España con un espacio de ese calado. Así que reunir los tesoros literarios, tanto manuscritos como impresos, que existían dispersos por las distintas bibliotecas de monasterios, de catedrales o de particulares españoles, suponía el gran proyecto que dio finalmente vida a la biblioteca del Escorial, conocida también como la Regia Laurentina.

El espacio, que ocupó estratégicamente una parte del edificio que permitía a la comunidad de religiosos aprovechar la luz durante todo el día para el estudio de dichos documentos, cuenta con una cabal riqueza de libros antiguos, especialmente de ediciones de los siglos XV y XVI, así como de los más prestigiosos talleres tipográficos de toda Europa. El número de volúmenes que se encuentran ahí asciende a unos 40 mil, mientras que el número de incunables, supera los 600 ejemplares. Ni una vida entera sería suficiente para leerlos, siglos y siglos se condensan en esas estanterías en las que se aprecian los incunables y en donde se exhiben varias vitrinas, junto a mapas y esferas que recuerdan a antiguos aparatos geográficos. Tras recorrer con mis ojos el salón entero, intenté acercarme a otro grupo de personas a quienes un joven guía de turistas refería que entre los libros del lugar se hallaban varios que habían sido prohibidos por la Inquisición.


Fotografía: Liliana David

Me había dispuesto a seguir el recorrido de dicho grupo, cuando de pronto di con la vitrina donde se encontraba un facsímil de la Relación de Michoacán. Pero justo en ese instante sentí que alguien tocaba mi hombro, por lo que de inmediato me giré: “Perdone, ¿ha dicho usted en la puerta que busca al Padre bibliotecario?”. “Sí, respondí”. “¿Pero tiene cita con él?”, me preguntó otra mujer, a quien le dije que ignoraba tal requerimiento, pues en la vieja escuela de periodistas en la que me había formado no se pedía cita para salir a la calle en busca de la noticia. Además, debía comprender que venía desde muy lejos, desde México, para hacerle unas preguntas sobre la Relación de Michoacán al encargado de la biblioteca, y que por ello ni me era fácil volver otro día ni desde luego podía regresar con las manos vacías. Al intentar explicarle todo eso, la señora Paz Fernández -así se llamaba- me dijo que no encontraría allí el documento original de la Relación de Michoacán porque en el 2023 había sido trasladado a la Galería Real. “¿Cómo que se lo han llevado? ¿Por qué?”, le pregunté ipso facto. Por un momento, creí que había dado con una situación todavía más inesperada y que tendría que resolver un nuevo misterio, que daría pie para escribir una novela al estilo del italiano Umberto Eco. Mi imaginación voló: pero ¿dónde estaba entonces el documento original?

El encuentro


Fotografía: Liliana David

Transcurridas unas cuantas horas, regresé al despacho del director de la biblioteca, quien había respondido pronto a mi correo electrónico, el mismo que le había enviado esa mañana a solicitud de su secretaria. El señor del Valle, quien amablemente me recibió, estaba dispuesto a contestar mis preguntas. La primera de ellas fue, por supuesto, sobre el paradero del manuscrito original de la Relación de Michoacán. Me dijo que, efectivamente, había formado parte de una exposición temporal de la Galería de las Colecciones Reales, ubicada junto a la Catedral de la Almudena, en el corazón de Madrid, donde se han exhibido las obras más importantes del patrimonio nacional español: cuadros, estatuas, tapices, libros... Y, como parte de lo que se expuso sobre Mesoamérica, “llevamos la Relación de Michoacán”. ¿Pero cuándo la van a devolver a este recinto?, inquirí. En ese instante, debo confesar que se había instalado en mí una especie de fetichismo: ¡quería ver con mis propios ojos el original! No obstante, al libro antiguo, que sería devuelto en breve a su lugar de custodia, pocos días después de este encuentro, sólo tenían acceso los especialistas en códices, en codicología, la disciplina que estudia los manuscritos en cuero, papiro, pergamino, etc. “Para todo el que quiere hacer un estudio histórico del texto, existe un facsímil. Y desde que salió la edición en 1980 del Colegio de Michoacán (publicada por la editorial Fimax de Morelia) y otro libro de estudio, editado por Testimonio Compañía Editorial en 2001, todo lo que el público podía aspirar a conocer sobre la Relación de Michoacán lo tiene a la mano”, me dijo Del Valle.

Mientras me mostraba esos libros en su despacho, me pareció que con su respuesta quería dar por zanjadas mis dudas, añadiendo además que el facsimilar era de tan magna calidad que prácticamente ya no podía distinguirse del original. Me decía esto mientras se daba la vuelta para sacar de su estantería el ejemplar. En efecto, al mostrármelo tuve la impresión de estar viendo la primera edición. Toda la huella profunda y la grandeza que Michoacán tuvo un día gracias a su cosmovisión, se encuentra atesorada en ese relato con 44 ilustraciones que llegó como un regalo al rey de España. Tras salir del despacho del director, volví conmovida al salón principal para admirar el ejemplar expuesto en una vitrina única, donde quedó la página abierta de un relato mítico, en cuyo saber se encuentra la historia que explica en buena medida, aunque no por entero, nuestra antigua gloria y nuestra aún presente tragedia. Como escribió el premio nobel Jean Marie G. Le Clézio, se trata del libro fundamental, la epopeya de Michoacán, que contiene el alma de nuestro pueblo y cuya memoria no debe perderse.

HERRAMIENTAS:

40 mil libros impresos antiguos integran el acervo de la biblioteca del Escorial

600 incunables custodiados en la Regia Laurentina

1563 año en que se colocó la primera piedra del Monasterio

44 ilustraciones contiene la Relación de Michoacán

Liliana David es Doctora en Filosofía por la UMSNH. En 2001, comenzó su trayectoria como periodista cultural en los principales diarios del estado (Provincia, Sol de Morelia y La Jornada Michoacán). Del 2006 al 2013, fue reportera de la sección de cultura en La Voz de Michoacán y, tras siete años de diarismo, inició sus estudios de posgrado en la Maestría en Filosofía de la Cultura de la UMSNH, participando en Congresos y Seminarios internacionales tanto en México como Argentina y España. Desde el 2021, colabora en larevista española Contexto (Ctxt) y en Diario Red. Ha publicado en el libro colectivo Ctxt, una utopía en marcha, editado bajo el sello de Escritos Contextatarios. Actualmente, tiene interés en la investigación de las relaciones entre la literatura y la filosofía, la identidad y la migración, así como en la divulgación del pensamiento a través del periodismo.