El cuerpo que materna en “Las Malas”, autobiografía sobre el prejuicio del prototipo de la mujer

Camila Sosa narra los marcos patriarcales, sus vivencias ante ellos, como la destruyen y como los deconstruye

Foto: Cortesía

Silvia Alejandra Salgado Ulloa colaboradora de La Voz de Michoacán

Desde la ignorancia con la que iniciamos nuestros despuntes en la investigación, nombré uno de los capítulos de mi trabajo doctoral “Hay mujeres que no son madre, pero no madres sin ser mujeres”, intentando vindicar la relación de intimidad entre la madre y el humano que se gestó en su cuerpo. No había considerado otras maternidades: las adoptivas, las impuestas, las añosas (sigo en búsqueda de una nomenclatura menos situada en la pesadez del tiempo), y otras formas de maternar, fuera del prototipo de la mujer madre, que resguardamos en nuestro imaginario, sin cuestionarlas ni robustecerlas con la crítica filosófica.

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Me fue necesario confrontar las estructuras arraigadas que había en mi prejuicio sobre la mujer madre al incursionar en la literatura sobre maternidades, con circunstancias experienciadas por los sujetos ficcionales —sujetos del discurso, dado que en las líneas de los diálogos son gestores de mundos simbólicos, de los que también somos parte porque accedemos a ellos… o ellos a nosotras.

Las malas es una ficción autobiográfica, en donde las revelaciones de los personajes transgénero abren significados y matices diversos a la mirada que el prejuicio condena a tonos grisáceos. La autora toca dos escenarios distintos en la novela: el de la identidad y el de la familia. Ella no cabe en los marcos patriarcales de estas construcciones, los vive, la destruyen, los deconstruye y, al resignificarlos, se crea en ellos de otros modos.

Encarna, la tía, uno de los personajes de la novela, materna a los demás personajes que, como Camila, se prostituyen en el parque Sarmiento de Argentina. Este personaje desmoronó las concepciones iniciales que llegué a tener sobre el estereotipo de la madre, así como la determinación patriarcal de esbozar lo materno en un cuerpo femenino —lleno de progesterona y de prolactina.

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Encarna escucha un llanto infantil en medio de la noche mientras las muchachas trabajan esperando a los clientes. Es el momento en que todo se detiene para ver nacer de una manera extraordinaria —en todo el sentido de la palabra— al niño de la zanja. Un bebé a punto de morir, si no de frío, devorado por la naturaleza en forma de animales urbanos y hambrientos.

Llega al mundo a través de un canal y la tía Encarna lo recibe con su abrazo tibio, con su voz, con su susurro, con el calor anímico, con la ternura que solo puede provenir de la carne. Los pezones “masculinos” de la tía Encarna, redondeados e inflamados por aceites o prótesis, son para el bebé una fuente de vida y de conexión, de acuerpamiento. La tía Encarna adopta a “El brillo de los ojos”, como lo nombra porque es lo que provoca en todas las muchachas que se acercan a él.

“El brillo de los ojos” es gestado de un modo distinto por un cuerpo diferente al de la mujer que lo gestó. Así, la tía Encarna se vuelve un símbolo de la ruptura de la noción de madre que llevamos histórica y culturalmente arraigada, incluso desde las argumentaciones biologisistas o psicologisistas respecto al “instinto materno” de las mujeres.

La noción de lo materno persiste ligada a lo femenino, a los adjetivos calificativos que remontan a las madres ancestrales, como si así hubiese sido siempre y por eso debiera permanecer. Esa es la semilla de una lógica patriarcal que se vuelve cuestionable desde el brote materno que nace de la tía Encarna y de todas las hijas que se acurrucan en ese deseo de madre que todas llevamos en algún lugar de nuestro cuerpo.

Camila y las otras muchachas del parque se dejan adoptar por la tía Encarna. Se recrea una familia entre ellas, una red de apoyo mutuo, un espacio de cuidado, a pesar de todos los peligros, la violencia y las tantas formas de discriminación y rechazo que ellas reciben de la sociedad circundante.

La tía Encarna ejerce una maternidad de facto. Su cuerpo tiene testículos en lugar de ovarios, pero ofrece cuidados al cuerpo de las otras y a “El brillo de los ojos”. Esos cuidados íntimos que tienen que ver con lo que nos guardamos en secreto por carecer de importancia, por perderse en lo efímero o en el instante. Esos cuidados, que procuran el bienestar diario y constante hacia alguien más, confrontan el estereotipo de la mujer madre naturalizada y, a la vez, coloca una pregunta sobre el ser madre.


Silvia Alejandra Salgado Ulloa es mamá de Maya, feminista y profesora interina en la UMSNH. Psicóloga social de profesión, egresó de la Maestría en Filosofía de la Cultura. Estudia el Doctorado en Estudios Psicosociales en la facultad de Psicología, en donde realiza la investigación El íntimo materno: acercamiento psicoanalítico a tres obras de la literatura mexicana contemporánea.
Imagen de Camila Sosa: https://www.newyorker.com/
Imagen de Las malas: https://www.buscalibre.com.mx/