El poder de la literatura: Espejo y refugio ante la violencia de género

La literatura lleva décadas hablando, gritando, susurrando y acompañando a quienes buscan comprender, sanar o pedir justicia

Yazmin Espinoza, colaboradora La Voz de Michoacán

“Las quemas las hacen los hombres, chiquita. Siempre nos quemaron. Ahora nos quemamos nosotras. Pero no nos vamos a morir: vamos a mostrar nuestras cicatrices.”

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  •  “Las cosas que perdimos en el fuego”

Cada año, cuando llega el 25 de noviembre, me detengo con una mezcla de rabia, tristeza y determinación. El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer no es solo una fecha en el calendario, es un recordatorio urgente de aquello que tantas veces se intenta ocultar. No importa cuántas campañas se lancen o cuántas consignas se escuchen en las calles, la conversación sigue siendo necesaria porque la realidad insiste en demostrarnos que todavía queda mucho por hacer. Y en esa conversación, la literatura lleva décadas hablando, gritando, susurrando y acompañando a quienes buscan comprender, sanar o pedir justicia. Recurrir a los libros es asomarse a una ventana que no siempre es cómoda, pero que permite ver con claridad lo que socialmente se ha negado o minimizado.

Escribir de estos temas no es sencillo. En ocasiones me descubro pensando en cuántas historias he leído que nacieron en medio del dolor y, aun así, han logrado transformar a quienes se acercan a ellas. Otras veces me pregunto cuánto hemos aprendido gracias a estas voces que se atrevieron a narrar lo que muchos no querían escuchar.

La literatura se ha convertido en un espacio donde las mujeres encuentran una forma de nombrar lo que les hicieron y también un modo de reconstruirse. Y para quienes leemos, esos libros se vuelven una brújula ética que nos obliga a mirar de frente las violencias que atraviesan nuestra región y nuestras propias vidas.

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En América Latina, este ejercicio de nombrar ha sido especialmente necesario. No se trata solo de contar historias duras, sino de poner en palabras aquello que las estadísticas no alcanzan a transmitir. Cuando una escritora decide sumergirse en estos territorios, no lo hace para repetir lo que ya sabemos, sino para darle forma humana a lo que tantas veces queda reducido a titulares fríos. Por eso, en esta edición de Historias para mamá quiero compartir algunos libros que dialogan con esta conmemoración desde distintos ángulos. Son obras que incomodan, conmueven y acompañan, todas profundamente marcadas por la fuerza de quienes las escribieron.

Uno de los ejemplos más potentes es Temporada de huracanes de Fernanda Melchor. Su prosa es un torbellino que no concede descanso y que retrata un entorno impregnado de misoginia. Al seguir las pistas que rodean la muerte de la Bruja, la novela expone las raíces de la violencia machista en un pueblo donde la brutalidad parece cotidianidad. Melchor construye un clima sofocante que deja al descubierto cómo se gesta el odio hacia las mujeres, cómo se perpetúa y cómo termina por destruirlo todo.

Otro libro que sacude desde un lugar distinto es Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez. Cada cuento funciona como una alarma encendida. Enríquez se sirve del terror para hablar del terror real, el que viven las mujeres cuando vuelven solas por la noche, cuando un esposo controla cada detalle de su vida o cuando los feminicidios se multiplican sin consecuencia alguna para los agresores. Hay relatos que se clavan en la memoria, sobre todo aquel en el que las mujeres, cansadas de ser víctimas, optan por una acción extrema que provoca una reflexión dolorosa sobre el cuerpo femenino y su relación con la violencia.

Cometierra, de Dolores Reyes, abre otra puerta. La protagonista tiene un don que en realidad es una condena. Cada vez que come tierra, ve los rastros de personas desaparecidas, en su mayoría mujeres. La novela no solo denuncia la violencia feminicida, sino que muestra cómo esta atraviesa a comunidades enteras, especialmente a aquellas que ya cargan con múltiples formas de exclusión. Reyes escribe desde un lugar que combina lo mágico con lo social y logra que el lector sienta el peso de cada desaparición.

En una línea igualmente contundente está Perras de reserva de Dahlia de la Cerda. La autora recoge las voces de mujeres que habitan uno de los territorios más peligrosos para ellas, Ciudad Juárez. Sus historias reflejan un sistema que falla una y otra vez, que mira hacia otro lado mientras cientos de mujeres son violentadas o asesinadas. Lo valioso de estas páginas es que no se quedan en la denuncia, sino que también muestran la complejidad emocional y cotidiana de quienes intentan sobrevivir en medio de un territorio marcado por la impunidad.

Por qué volvías cada verano, de Belén López Peiró, es quizá uno de los testimonios más desgarradores de esta lista. La autora reconstruye los abusos sexuales que sufrió durante su infancia y adolescencia y también el proceso judicial que emprendió para buscar justicia. Lo que más impacta del libro es cómo la narración se fragmenta entre distintas voces, como si la autora quisiera mostrar que la violencia sexual no afecta solo a la víctima, sino que se extiende hacia familias, instituciones y comunidades enteras. A través de esta estructura, López Peiró ilumina las muchas formas en las que las víctimas son sometidas nuevamente por quienes deberían protegerlas.

Las malas, de Camila Sosa Villada, aporta una perspectiva necesaria sobre la violencia que viven las mujeres trans. La autora cuenta la historia de un grupo de travestis que se acompañan entre sí en un mundo que constantemente les recuerda que no las quiere vivas. La novela oscila entre el dolor y la ternura, entre la crudeza de la calle y la calidez de la comunidad que han creado. Sosa Villada abre un espacio literario para esas vidas que durante tanto tiempo fueron relegadas al silencio o narradas desde miradas ajenas y prejuiciosas.

Finalmente, La guerra contra las mujeres de Rita Segato es un libro imprescindible para comprender la dimensión estructural de esta problemática. La antropóloga profundiza en los modos en que el poder patriarcal se expresa en los cuerpos de las mujeres y en cómo la violencia se convierte en un mensaje para toda la sociedad. Sus reflexiones ayudan a entender que lo que ocurre en distintos países de nuestra región no son casos aislados, sino manifestaciones de un mismo entramado de dominación.

Cada uno de estos libros aporta una luz diferente. Al leerlos, no se trata solo de llegar al final de una historia, sino de escuchar, de aprender y de cuestionar. La literatura tiene esa capacidad de acompañarnos incluso cuando duele, de abrir conversaciones que no siempre sabemos cómo empezar y de recordarnos que la violencia no debe ser aceptada como parte inevitable de ninguna vida.

En este Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, vuelvo a estos títulos porque me recuerdan que la palabra escrita sigue siendo una herramienta poderosa, un espacio donde tantas mujeres han encontrado una forma de existir sin ser silenciadas. Y también porque creo que, al acercarnos a estas historias, algo dentro de nosotros cambia. Y ese cambio importa.

Yazmin Espinoza, es comunicóloga enamorada del mundo del marketing y la publicidad. Apasionada de la literatura y el cine, escritora aficionada y periodista de corazón. Mamá primeriza. Lectora en búsqueda de grandes historias.

Instagram: @historiasparamama