COLUMNA | Mechoacan Tarascorum Ricardo Carvajal Medina El estudio de la guerra amerindia, es decir, la guerra concebida y practicada por las sociedades indígenas de América a lo largo de la historia, ha despertado interés en los últimos años, y diversos trabajos han logrado proporcionarnos visiones renovadas del pasado. El caso mesoamericano llama particularmente la atención, ya que fue un área cultural con un proceso civilizatorio propio, donde está documentado que las sociedades mesoamericanas del Posclásico Tardío (1200-1521) eran militaristas; por lo que sorprende que hayan sido derrotadas por los conquistadores europeos, interrumpiendo y trastocando su devenir histórico en sólo unas décadas del siglo XVI. El estudio de la guerra en el México Antiguo permite conocer mejor los procesos históricos de cómo se conformó el arte de la guerra en la época prehispánica, lo que determinó los acontecimientos durante la conquista. Una de las subáreas culturales de Mesoamérica menos conocidas, es el Occidente de México, donde las evidencias de guerra se remontan a los inicios de su conformación (2500 a. de n. e.). La región y período mejor historiados corresponden al imperio tarasco de Michoacán, la segunda potencia militar mesoamericana en 1519. Las fuentes históricas, arqueológicas y lingüísticas, nos permiten conocer los tamaños de sus ejércitos prehispánicos, sus tácticas y estrategias, el aspecto de los guerreros, su sistema de armamento, los artefactos que usaron como armas, el nombre de éstos en idiomas indígenas, etcétera. Un testimonio iconográfico poco conocido sobre un guerrero prehispánico en territorio michoacano fue una pintura rupestre que existió en el abrigo rocoso de “La Piedra Grande”, entre Cuitzeo del Porvenir y San Agustín del Pulque, hoy desaparecido por la erosión de la intemperie. Fue descubierta por el historiador y arqueólogo José Corona Núñez* el 15 de mayo de 1935, y reportada hasta 1946, proporcionando pocos datos de su contexto arqueológico, y sólo registrando su ubicación y un dibujo de la pintura, cuyo color original era rojo oscuro, y medía 33 cm de altura. Cuitzeo del Porvenir se localiza a 30 km al norte de Morelia, cabecera del municipio homónimo. Esta población se estableció en la península que se adentra en el casi extinto lago de Cuitzeo, en el centro geográfico de la cuenca. Se sabe que la cuenca de Cuitzeo ha estado habitada desde épocas prehistóricas, ya que, gracias a sus riquezas naturales, han sido sustento para seres vivos y humanos durante milenios. La historia prehispánica de Cuitzeo ha logrado ser investigada gracias a las exploraciones arqueológicas, principalmente en los centros ceremoniales de “Tres Cerritos” y “La Nopalera”, en el vecino municipio de Huandacareo, donde los habitantes prehispánicos construyeron basamentos piramidales, plataformas, plazas, patios hundidos, sistemas hidráulicos, tumbas y adoratorios. A pesar de la distancia cultural y temporal de los autores de dicha pintura rupestre y nosotros, y que desconocemos la intencionalidad con que fue pintado, consideramos que existen los elementos suficientes para interpretar la representación como un guerrero prehispánico michoacano; lo cual hace de este testimonio, parte de ese pasado estudiado por la historia de la guerra en Mesoamérica. Corona Núñez barajeó la posibilidad de que los autores de esta pintura rupestre hayan sido tarascos u otomíes, por ser los grupos étnicos mayoritarios en la región de Cuitzeo antes de la conquista; aunque no hay certeza de la fecha de elaboración, el sistema de armamento parece corresponder a los períodos Epiclásico (650-900) y Posclásico (900-1521). La pintura que estaba en el abrigo rocoso, era una representación antropomorfa; cuatro elementos parecen justificar la interpretación de que se trataba de un guerrero: 1) sobre la cabeza porta un tocado, que proponemos interpretarlo como un penacho; 2) en su mano izquierda porta un objeto circular que puede leerse como un chimalli o escudo; 3) en la mano derecha, porta un objeto oblongo en dirección al suelo, que podría ser una porra o una macana; 4) al nivel de su abdomen y en ambos costados se observan ligeros realces, que proponemos identificar como parte de un escaupil o armadura de algodón; 5) en la pierna derecha tiene un elemento alargado a la altura de la tibia, que no hemos podido interpretar. En el Occidente de México y Michoacán, existen cientos de pinturas rupestres ocultas en los abrigos rocosos, que todavía esperan ser registradas e investigadas por los especialistas del pasado, y cuyo objetivo principal es la conservación del patrimonio arqueológico e histórico de nuestro país, para que pueda ser contemplado y comprendido por las generaciones venideras. *PARA SABER MÁS: Corona Núñez, José. (1976 [1946]). Cuitzeo. Estudio Antropogeográfico. Balsal editores, pp. 14 y 34. / Corona Núñez, José. (1984). A través de mi vida. Historia de mi pueblo. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, p. 68. Ricardo Carvajal Medina, es Licenciado en Historia y pasante de maestría en Filosofía de la Cultura, por la UMSNH. Se ha especializado en el pasado michoacano, poniendo el acento en la cultura tarasca y la guerra amerindia. Ha presentado trabajos en diversos encuentros, seminarios, coloquios y congresos; impartido varios talleres, y publicado varios ensayos, artículos y capítulos de libro. Es miembro cofundador de Mechoacan Tarascorum.