La prosa sobre la violencia y la guerra

Premio Nobel de Literatura del 2015 Svetlana Alexándrovna Alexiévich

Foto: Redes

María Teresa Cortés Zavala / Colaboradora de La Voz de Michoacán

Svetlana Alexándrovna Alexiévich nació el 31 de mayo de 1948 en Ucrania. En 2015 fue reconocida con el Premio Nobel de literatura por la Academia Sueca, por el carácter documental y estilístico de su obra. Es una destacada periodista y escritora bielorrusa que a lo largo de su vida y por más de cuatro décadas se ha dado a la tarea de recopilar los testimonios de los sobrevivientes de las guerras que han devastado en el pasado reciente a los ucranianos, desde la segunda guerra mundial, la invasión alemana, su pertenencia a la Unión Soviética y la descomposición del sistema socialista.

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Su labor literaria se inserta en un nuevo género al ejercer el oficio de la escritura a través de la novela documental, al recuperar las voces de quienes fueron los protagonistas anónimos de la guerra. Sus personajes hablan de la violencia en la guerra, los sentimientos que provoca en los seres humanos y el paisaje devastado que deja a su paso. Este último aspecto propone la autora, debe ser cuantificado, pues en la guerra sufren los seres humanos, los animales y la naturaleza. La pluma de Svetlana Alexiévich se desliza con facilidad para escribir las historias que le son contadas. Los relatos que escucha con preciado interés sobre la muerte y el amor. Sus habilidades para prestar atención a las voces de otros, la transportan por el universo doloroso de la memoria. Los testigos de la guerra a quienes entrevista, depositan en sus manos fragmentos conmovedores e irrecuperables de su vida personal, de los sentimientos que no son registrados en los libros de Historia. El orfeón de personajes que habitan las páginas de sus novelas, describe los hechos más dramáticos de la violencia ocurridos en Bielorrusia en el siglo XX: la segunda guerra mundial; la catástrofe en Chernóbil; los relatos de los jóvenes rusos que fueron enviados a Afganistán; la caída de la URSS y el derrumbe moral de los bielorrusos que lucharon por el comunismo. Todos y cada uno de los temas se encuentran personificados por hombres y mujeres sencillos que fueron arrastrados por el torbellino de los conflictos ideológico-políticos que ironizaron el siglo XX. El escenario de la violencia da personalidad propia a la obra de Svetlana y el ámbito en que se inscribe su creación literaria, al dedicarse a transcribir las adversidades que han golpeado a distintas generaciones de bielorrusos.

El método de trabajo de la catorceava mujer en recibir el premio nobel, convierte a la periodista en escritora única que se ha dedicado a transcribir a quienes están dispuestos a confiarle pequeños trozos de su vida. Gracias a su entrega y devoción Alexándrovna Alexiévich se ha convertido en una escritora única, que se reconoce a sí misma, como la historiadora de los sentimientos, de la belleza y la tristeza. Su estilo rompe con la retórica convencional de la ficción y antepone a su escritura el carácter testimonial del relato. Por esa razón Svetlana narra en primera persona del singular e invisibiliza todo registro de su participación. En alguna de sus novelas reportaje sabemos de su presencia por un par de citas en lugar de prefacio.

Son varios los títulos que dan cuerpo a la labor periodístico-literaria que realiza la escritora de madre ucraniana y padre bielorruso. En el año de 1984 en la revista Octiabr y Nioma, dio a conocer La guerra no tiene rostro de mujer. Este su primer título fue editado en 1985, cuatro años antes de la perestroika y tuvo muy mala acogida entre los lectores de la URSS. En Francia la novela recibió algunos comentarios positivos del periodista Jean-Marie Chauvier, especialista en asuntos sobre la URSS, aun cuando fue hasta el 2004 en que la novela fue publicada en Francia. El relato causó mucha molestia entre los excombatientes rusos, pues en su prosa se derrumba la visión apologética de la guerra a partir de las historias particulares que le contaron alrededor de doscientas mujeres que se unieron espontáneamente al Ejército Rojo. La guerra no tiene rostro de mujer es un texto poético que rompe con la exaltación varonil del espacio bélico, en una sociedad altamente militarizada y donde las mujeres que participaron en el conflicto tuvieron que aprender a sobrevivir en un mundo masculino.

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El conjunto de recuerdos que depositan las protagonistas en las cintas magnéticas a la reportera, pone al desnudo las duras condiciones en que esas guerreras enfrentaron su día a día como combatientes. Una de esas experiencias, quizá la más lacerante que tuvieron que experimentar, fue la de inhibir su feminidad para que ésta no se confundiera con la falta de carácter o debilidad. Tal vez por ello, La guerra no tiene rostro de mujer, es una composición que al mismo tiempo que abre un nuevo horizonte en los géneros literarios como novela reportaje, pasó casi inadvertida al público de un país en donde se tiene tanto aprecio a la guerra.

Algunos críticos literarios han señalado que La guerra no tiene rostro de mujer, es una polifonía que entreteje la suma de testimonios de las excombatientes que con conmovedora agudeza reconocen la pasión juvenil con que abrazaron los ideales patrióticos de los soviéticos. Sin embargo, también son conscientes que al interior del Ejército Rojo fueron discriminadas aun cuando se alistaron como voluntarias. La guerra no tiene rostro de mujer, es una conmovedora exploración por el sufrimiento de las mujeres en la guerra.

Últimos testigos. Los niños de la segunda guerra mundial, fue impresa en 1985 y publicada por primera vez en castellano en 2016. En ella Svetlana ensaya por segunda ocasión el estilo que caracteriza su intervención literaria, el cual podríamos denominar, novela documental o novela reportaje al unir dos disciplinas, una objetiva e informativa, y otra, subjetiva y estética. Últimos testigos es un texto poético, pero también un testimonio histórico de las tragedias particulares y colectivas que enfrentaron las familias bielorrusas, en el país que más sufrió durante la invasión fascista a Rusia. El desplazamiento de comunidades enteras como Minsk, Ielsk, Lepel, Kobrin, Brest, etc., lugares en donde se desarrollan muchos de los hechos contenidos en el libro, formaban parte de los territorios ocupados, que en la estrategia militar de los rusos fueron destinados para dejar avanzar al ejército alemán para que conforme se incrementaba el invierno, minar su fuerza. Los costos humanos de esa maniobra castrense y los miles de niños huérfanos forman parte de las experiencias contenidas en las narraciones de los Últimos testigos. La novela es conmovedora de raíz, como toda la prosa de la escritora ucraniana bielorrusa. Se compone de pequeños fragmentos (collages)de los recuerdos de quienes eran niñas y niños durante la Segunda Guerra Mundial.

En 1989 Svetlana dio a conocer: Los muchachos de zinc, en donde con la información que le comparten las madres de los soldados soviéticos que fueron enviados a Afganistán, continua el ejercicio literario de crear un coro de voces para contar lo acontecido en sus vidas durante la guerra y a su regreso al hogar. Aquellas experiencias de las cuales no se había hablado públicamente o divulgaba información en la prensa.Con las confidencias de Muchachos de Zinc, la premio Nobel, dota de una nueva sensibilidad al conflicto bélico. El título del libro es una alegoría a los ataúdes metálicos que comenzaron a llegar a la Unión Soviética con los cadáveres de los soldados fallecidos o con lo que había quedado de ellos. La escritora bielorrusa se explaya en contar el sufrimiento que experimentaban los familiares y amigos de los soldados al abrir el contenido de esas cajas metálicas selladas y el infortunio que sentían, mezcla de impotencia e incomprensión hacia los reclutas que regresaban a casa lisiados o con enfermedades mentales. Una de las madres reconoce con amargura: “en su rostro no había alegría” y más adelante, dice: “Afganistán me quitó a mi hijo”.

En 1993 después de la aparición de Muchachos de Zinc, la periodista y premio nobel se ratifica como una escritora incómoda para el régimen soviético, cuando da a conocer Cautivados por la muerte. En esta nueva novela, ofrece su pluma a quienes quieren relatar los sentimientos de fracaso y derrota que produjo la caída de la URSS. En esta ocasión el coro épico de la autora lo conforman las historias de los que no pudieron resistir la caída de la idea del socialismo y decidieron suicidarse. El mar de historias que le confiaron a Alexiévich se convierten en un homenaje a los soviéticos que experimentaron el desplome de un mundo que con amor, dolor y sacrificio ayudaron a edificar. Sistema, pues era como reconocer lo inútil de su vida.

Cautivados por la muerte, no es una novela pesimista como ha señalado su autora, sino una obra colectiva de la desesperanza, que afirma el estilo narrativo creado por Svetlana Alexiévich y la fuerza con que aborda temas públicos socialmente censurados o prohibidos. Aun cuando es un texto que no ha sido traducido al castellano, de acuerdo con lo que ha señalado la crítica, la novela es una celebración a la decepción que trajo consigo la caída del régimen socialista y la degradación moral a que llevó al hombre soviético el apego a los nacionalismos y las ideologías.

Voces de Chernóbil título con que en 1997 reúne diez años de trabajo periodístico Svetlana, con grabadora en mano se trasladó de un lugar a otro visitando las zonas más afectadas por la explosión de la planta nuclear en Bielorrusia, escuchando a los testigos oculares y afectados. El resultado de un arduo trabajo con las víctimas y conocer la magnitud de la catástrofe material para el medio ambiente, en sus manos se convierte en un discurso desgarrador. El ramillete de testimonios son la crónica de la ineficiencia burocrática, el ejemplo más dramático de la ineficiencia y la corrupción del régimen. En esta novela retrata con fidelidad la ignorancia con que actuaron las autoridades en las primeras horas, días y semanas de la explosión del reactor nuclear. Voces de Chernóbil, como su nombre lo indica conjunta los mensajes de alerta de los mártires de la tragedia ocurrida el 26 de abril de 1986. Es el testimonio hecho palabra del daño de la radioactividad a la tierra, a sus animales, personas y la humanidad en general, cuyas consecuencias aún no podemos dimensionar. “La tierra está enferma. Y nosotros sobre ella, más enfermos que siempre”, dice categórica la autora. En una entrevista concedida en 2022 ratifica sus opiniones cuando señala: “la radiación es el enemigo de nuestro tiempo. La radiación borra la frontera entre los nuestros y nosotros, la radiación está allí donde va el viento y no podemos controlarla”.

El fin del ‘Homo sovieticus’, editada al castellano en 2014 es otra de las muchas caras de la desilusión que sufrieron los soviéticos respecto de una era de heroísmo y guerras. La caída de la URSS es para la periodista bielorrusa el derrumbe no únicamente del Estado socialista, sino del modelo soviético del hombre rojo y su ética humanista. A lo largo de esta crónica y conforme se colapsaban las estructuras del sistema, la polifonía que acompaña a la autora y su obra, saca a la luz la rusofobia y los nacionalismos que como la rabia habían permanecido ocultos, contenidos. Los relatos del desmembramiento social agudizan la mirada de quien intenta descorrer la cortina de lo que verdaderamente sucede en el alma de los soviéticos en el siglo XX.

Del breve recorrido por la obra de Alexándrovna Alexiévich son varios los aspectos estilísticos que queremos resaltar de la periodista bielorrusa. Como cronista de la guerra en el mundo contemporáneo, advierte: “No escribo sobre la guerra, sino sobre el ser humano en la guerra”, es decir, su interés es describir los comportamientos del alma humana, por eso a lo largo de sus novelas deja que hablen los afectados en la guerra y ella desaparece de esa épica para ubicarse en medio de dos espacios antagónicos a los que su vez conecta: escribe sobre lo que le trasmite la gente común y con quienes establece una sólida complicidad. La forma literaria en que desarrolla el texto, le permite no caer en la ficcionalidad. Esa simbiosis artístico-literaria que logra armonizar en cada una de las páginas de sus libros, colocan a Svetlana Alexiévich y las voces que la acompañan, a ser galardonada el 10 de diciembre de 2015 en Estocolmo, como la primera periodista en recibir el premio Nobel, al dibujar la delgada línea que siempre ha existido entre el amor, la violencia y la guerra, de allí que ella defina su quehacer de la siguiente manera: “Reconstruyo la historia de la gente que quiso construir el Reino de los Cielos en la tierra. ¡El Paraíso! ¡La Ciudad del Sol!”.


María Teresa Cortés Zavala, es doctora en Geografía e Historia por la Universidad Complutense de Madrid, España. Profesora investigadora en la Facultad de Historia de la UMSNH, Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel II y Miembro de la Academia Mexicana de Ciencias.
maria.cortes@umich.mx