Leticia Servín: la voz de una pajarita que florece

Entrevista con la compositora, cantautora, conductora, productora y directora musical michoacana.

Víctor E. Rodríguez Méndez

Ella recuerda que un día, cuando tenía siete años, en su pueblo San Ignacio de Loyola (en el municipio de La Huacana) su madre la mandó a la tienda a comprar el almuerzo para su abuelo. Apenas verla entrar, el tendero le dijo: “Ah, tú eres la hija de Elena, eres la que canta”. Entonces supo que le iba a pedir una canción, por eso le dijo al hombre: “Huele a pan”. “¿Quieres un pan?”, le preguntó él. “Tres”, contestó ella. “Y tres refrescos”, añadió. Y eso le dio el tendero por una canción. Recuerda que él se reía cuando le cantó “La basurita” y le gustó mucho. Cantó “como pajarita”, asegura con satisfacción. Desde entonces aprendió que cantaba bien; le gustó ver reír al hombre y pensó que tal vez más adelante podría vivir de cantar. Esos tres panes y los tres refrescos —dice ahora entre risas— los considera como su primer salario.

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Se llama María Leticia Servín Moreno y le dicen Leto. Ahora es mamá; antes era —según nos comenta— “sólo un personaje que hacía música y al que también le gustaba escribir”. Hizo teatro y también le gustó hacer cine, aunque le resultó muy pesado. Hoy señala convencida que es materia dispuesta para todo lo que tenga que ver con música. “Me gusta mi trabajo como músico y me considero, sobre todo, un músico, porque es lo que he sido más en mi vida que otra cosa”. Y aclara: “Después del nacimiento de mi hijo he tenido una transformación porque la naturaleza te exige que te concentres en ser mamá. Por eso ahorita ando de gallinita cuidando el pollito”.

Compositora, cantautora, conductora, productora y directora musical, Leticia Servín llegó a Morelia a los 21 años para estudiar la carrera de canto operístico con la maestra Guadalupe Góngora, e hizo estudios complementarios de piano, guitarra, historia y teoría musical. Aquí dio con sus raíces intelectuales, según explica en entrevista durante su más reciente visita a la capital michoacana. “En Morelia encontré a mis maestros, con los que continúo trabajando y que ahora forman parte de mi familia. Este lugar para mí fue el detonador, porque yo encontré aquí mi escuela, el Conservatorio de las Rosas, que me dio elementos y herramientas, pero Teresa Sánchez me dio la inspiración y Fernando Ortiz me subió al escenario. Aquí tuve la oportunidad muy bonita de crecer y estudiar con gente muy talentosa. Pero, luego de tocar en todos los cafecitos y bares, decidí que no había más, y por eso me fui a la Ciudad de México. Morelia es un lugar entrañable que representa para mí una familia”.

            A tres décadas de ese momento, Leticia Servín señala que actualmente se siente “florecida”, pese a que aún se encuentra en una situación de juzgados “muy lamentable e injusta”, dice. Está en un momento de florecimiento porque está con su hijo Dante: “Mi niño es la luz que me ayuda y me da una ternura que yo ya no recordaba. Estoy en un momento de alegría y por eso les vengo a cantar esa alegría, porque mi hijo me ha cambiado la vida. Si hubiera sabido que iba a cantar y reencontrar la alegría, hubiera sido mamá más temprano”.

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¿Cuál es el momento que más disfrutas en el día?

—Hay dos momentos: el primero es en la mañana cuando amanezco y estoy junto a mi pollito, que me abraza y me aprieta y se queda dormido en mis brazos; el segundo es cuando termina el día y nos vamos a acostar, le llamamos “el acurrucamiento”. Ahora sí tengo un horario de trabajo. Antes dejaba que me hablaran a las 10 de la noche; ahora la oficina se cierra a las 8 y me dedico a llevar a mi hijo a dormir. Yo quería hacerlo, lo elegí, no quiero que nadie lo haga por mí. Y anda conmigo porque yo quería que él viera mi trabajo y que viera que es un trabajo digno y decente. Estoy contenta, hasta siento que me borró algunos años de tristeza.

¿Cómo ves el ambiente musical independiente?

—Estoy muy contenta porque encontré mi comunidad de músicos; se trata de unos músicos exigentes y no estas porquerías que quieren ser famosos y salir en Telehit. Ellas y ellos hacen música verdadera, que le dan continuidad a la música grande que se ha hecho en México. Actualmente estoy trabajando en mi disco número siete. Estoy feliz porque yo soñaba trabajar con Juan Cubas Fridman, un músico extraordinario que ha colaborado con todos los músicos de este país. Cuando me dijo que sí aceptaba que hiciéramos el disco creció mi comunidad. Es un momento interesante. Por ejemplo, yo conozco a Vivir Quintana desde antes que se hiciera famosa, tengo la fortuna de tener una hermandad con ella y de verdad te lo digo: esta generación a mí me ha iluminado. Yo ya había perdido las esperanzas. Hemos dado varios pasos adelante; veo a las mujeres tomando los espacios, aunque sigue habiendo injusticias: en el Vive Latino hubo sólo un cuatro por ciento de mujeres artistas. Lo que veo es un movimiento interesante de mentes con muchas propuestas.

¿El papel de la mujer en el momento actual?

—Soy muy cercana a María Elena Ríos, estuve desde el principio en todas las manifestaciones que se hicieron y ella es la heroína de los músicos. Me siento también distinguida porque mis compañeras me cuidan, me mandan mensajes de “cómo estás”, “cómo vas”… Como tengo un proceso legal de juzgados no puedo hacer público mi asunto, como ella, y a pesar de eso tengo las mismas repercusiones. No cuento con los jueces, que son exactamente como ella dice; en el caso de mi hijo y mío sí tenemos un abandono de las autoridades, una falta de sensibilidad a nuestra clara tragedia: nos están matando, golpeando, nos quitan los hijos, son chingaderas, y las autoridades están para hacer su trabajo y no lo hacen. Por eso encuentro interesante el movimiento de la música en las mujeres, porque estamos apoyándonos, estamos atentas y esto para mí es un tiempo nuevo que lo festejo. Y creo que son ellas, las millennial.

—¿Qué es lo más valioso de la experiencia humana en torno al arte?

—El arte transforma y ayuda. De todas las medicinas que tenemos para sentirnos bien hay dos muy importantes: el arte y la risa. Olvidamos reírnos. Los niños se ríen y se deben de reír aproximadamente 400 veces al día; y cuando llegas a adulto ¿cuántas veces te ríes? La medicina que encontramos en la música es natural, no tiene efectos secundarios. Creo que el arte en general nos ayuda, aunque parezca que no, sí hay una transformación del mundo y necesitamos sensibilizarnos urgentemente.

—¿A qué recurres cuando el mundo parece derrumbarse?

—Oigo música. Cuando de niña conocí algunas canciones no tenía discos y por eso me las aprendía para poder cantarlas y así tenerlas de alguna manera; ahora que ya tengo discos y que cuento con un equipo en mi casa, lo primero que hago es escuchar música. Actualmente escucho música en varios idiomas: tengo una banda alemana que se llama Seed, extraordinaria; también oigo mucho portugués, a Arnaldo Antunes porque es un compositor que me llama mucho la atención, tiene canciones con mensajes hermosos, de armonía y amor a la vida, habla de vencer los obstáculos y agarrar la libertad y disfrutarla. Oigo mucha música, sinceramente, para mi consuelo.

¿Qué es lo que más te indigna en estos momentos?

—La violencia contra los niños y la violencia contra las mujeres mexicanas. Lo que está pasando en Irán con las mujeres, que ya no me las van a dejar ir a la escuela, estoy preocupada por esas mujeres, quisiera hacer algo porque eso de verdad me atormenta, no sólo me indigna. Y, por favor, la tortura en la que han mantenido a Julian Assange, yo sigo a su esposa y lloro con ella.

—¿Ante qué te revelas?

—Ante la injusticia, ante lo que no debe ser, ante las dictaduras, ante el manejo del poder y esto de chingar porque pueden.

—¿Qué te causa mayor alegría?

—Mi hijo. Sobre todo cuando está feliz; a veces cuando estoy estudiando se oye él atrás, riéndose con sus compañeros: ésa es la música más bonita que he escuchado.

—¿Qué lugar ocupa la risa para ti?

—Si tú quieres aspirar a la música tienes que aflojar la dureza, la dureza rompe. He leído mucho sobre la depresión, porque por mi realidad de vida he arrastrado algunas patologías, y en un libro que leí de Alejandro Jodorowski que se llama La sabiduría de los chistes explica psicológicamente por qué ocurre este rompimiento de la risa y es porque vamos cambiando nuestros hábitos mientras la vida transcurre y crecemos, pero olvidar la risa es una de las cosas que el humano no debe perder. He estudiado sobre la risa por Teresa Sánchez, quien es un ser que me impresiona por la manera en que nos hace reír. Un día le pregunté: “Oye, ¿cómo le haces?”, y ella me dijo: “En la noche escribo todo lo que voy a decir al día siguiente”… ¡y yo le creí! Debemos recuperar la risa, ¿sabes? Yo misma la perdí en algunos momentos porque tuve una infancia violenta. Hay algo que tengo claro en mí y es que es no me debo vencer. Hay un párrafo que dice que si tú estás muy mal tu boca se va hacia abajo, entonces sólo tienes que subir tantito las comisuras y eso le dice a tu cerebro que todo va a estar bien. Yo aprendí eso y de ahí me amarro porque suelo ponerme triste, porque soy una persona muy sensible y emocional, y también he vivido demasiadas injusticias, entonces ya no las tolero y exploto, y esto me ayuda a no perder la calma y a no perder la risa.

—¿Qué nombre le pondrías a la calle donde vives?

Sor Juana Inés de la Cruz.

—¿Qué palabra usas más?

Digo mucho “buenos días”. “Buenos días”, le digo a mi plantita, y a la gatita hace rato le dije: “Buenos días”.

—Si tuvieras una tienda de objetos maravillosos, ¿cuál sería el que más te gustaría vender?

—La felicidad. Mi mamá fue una persona que sufrió mucho, y mi frustración más grande en la vida es no haberle podido dar más felicidad.