Oriel Gómez Mendoza Era marzo del 2020. Teníamos vagas noticias de que una enfermedad epidémica atacaba al mundo con brutal saña. Sin saber ni entender bien, el 11 de marzo oficialmente fue el día que la tierra se detuvo a causa del COVID. Nos tuvimos que confinar en las modernas cuevas sin que la ciencia, nuestro faro racional, pudiera dar una respuesta o solución que frenara la calamidad. En el involuntario encierro, todas las profesiones entraron en crisis; yo historiador de repente sin materia prima, porque el moderno padre de la Historia, Leopold von Ranke, había determinado que el fundamento epistemológico de nuestro quehacer yace -si o si- en los archivos y sus documentos, las “fuentes primarias”, sin las cuales la Historia no es posible. Con el paso de los meses, el encierro y la inactividad eran cada vez más insoportables, pero tuvimos la oportunidad, en la forzada calma, de pasar mucho tiempo en el ejercicio mental de repensar muchas cosas, entre ellas una fundamental: ¿Verdaderamente la Historia sólo se nutre de documentos de archivo? Obligado por las circunstancias, comencé a comunicarme a través de medios electrónicos, a intercambiar libros en formatos digitales e información de múltiple índole; de tal suerte que un buen día amigos chilenos y mexicanos en las mismas circunstancias de encierro, comenzamos a charlar sobre cómo seguir historiando con los archivos cerrados. ¿Qué había a mano? Seguramente volteamos cada uno a su estudio y encontramos películas, novelas, cómics, fotografías, videojuegos… y coincidimos en un tópico fundamental que consistió en dilucidar que es posible hacer análisis histórico-social de fuentes alternas, con una validez y rigor como cualquier investigación con fuentes convencionales. De ahí derivamos una serie de encuentros en videoconferencias en las que discutimos y debatimos de manera fresca e irreverente acerca de cómo los objetos cotidianos alrededor nuestro pueden servir para explicarnos costumbres, hábitos y circunstancias de las sociedades humanas. El resultado se convirtió en un libro llamado Ficción, performance, cómics y videojuegos. Aproximación a fuentes no convencionales para la investigación, bajo el sello editorial de Cuarta República; el cual está conformado por una serie de aportaciones analíticas que tuvieron un eje transversal adicional a lo ya mencionado: hacer del relato histórico algo no “académico” y sí coloquial, más preparado para impactar en una audiencia amplia que en los propios colegas del ámbito formal y académico. Le llamamos tentativamente Historia Pop, en una clara referencia a lo que alguna vez Andy Warhol emprendió a través de sus construcciones visuales; es decir, la ruptura con el “gran arte” excluyente y aburguesado, para dar paso a una real democratización del consumo visual, por ejemplo. Para cerrar y provocar… no hay manifiesto, pero estamos de acuerdo en algunos elementos: la Historia Pop puede echar mano de las citas al pie de página, pero nunca abusar de ellas; de preferencia no usarlas. El lenguaje no puede ser rebuscado, sino debe asemejar una charla entre dos personas que beben un café o cerveza, que es lo que hace aún mejor la convivencia. Los héroes, batallas y gestas heroicas están bien allá, en los libros convencionales, pero aquí no, gracias. En todo caso, esta es una invitación a leer y debatir nuevas formas de producir conocimiento histórico, pero sobre todo, compartirlo y divulgarlo, si es en libro impreso está bien, pero si es posible, también en TikTok, x, Instagram, ¿por qué no? Oriel Gómez es Doctor y Maestro en Historia por el Colegio de Michoacán. Egresado de la Facultad de Historia, de la cual ha sido director. Ha cultivado líneas de investigación en torno a la Historia social, política y de la cultura; así como en docencia. Ingresó como profesor e investigador de tiempo completo en la UMSNH en 2004.