Sobre el terror envuelto en la cotidianidad

“Las quemas las hacen los hombres, chiquita. Siempre nos quemaron. Ahora nos quemamos nosotras. Pero no nos vamos a morir: vamos a mostrar nuestras cicatrices”, Mariana Enríquez, Las cosas que perdimos en el fuego

“Las cosas que perdimos en el fuego”, de Mariana Enriquez, es un ejemplo de cuando la literatura puede dejarte helada. Son pocas las veces que me he adentrado en el género del terror en mis lecturas, y es la primera vez que leo a la escritora argentina, sin embargo, definitivamente no va a ser la última.

Cada cuento sin duda te genera terror, pero no estamos hablando de ese que se apoya de la fantasía para lograrlo, aunque en varios de sus cuentos lo inverosímil y fantasmagórico se hace presente. La verdad es que lo que a mí me voló la cabeza, fue la capacidad de Enriquez para desarrollar un terror social, más humano, personal, e incluso íntimo.

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Las historias en sus cuentos se desarrollan a tal punto que el terror lo puedes encontrar desde la aparición de un fantasma en medio de un recorrido turístico, hasta en tu propio patio trasero o en el hecho de caminar sola de noche por la calle.

Otro punto que me pareció increíble fue que, en la mayoría de los casos, ella no describe escenas de terror en directo, si no que, a través de la creación de ambientes y contextos, la violencia va dejando un eco que no hace necesaria sangre explícita en las páginas para hacerte sentir terror y llenar tus sueños de pesadillas si es que tomaste la mala decisión de leer este libro antes de ir a dormir.

“Me daba cuenta, mientras el chico sucio se lamía los dedos chorreados, de lo poco que me importaba la gente, de lo naturales que me resultaban esas vidas desdichadas…”.

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En “Las cosas que perdimos en el fuego”, vemos a mujeres que protestan contra una forma extrema de violencia doméstica que se ha vuelto viral; a una estudiante que se arranca las uñas y las pestañas, y otra que intenta ayudarla; el famoso asesino en serie llamado Petiso Orejudo, que sólo tenía nueve años; hikikomori, magia negra, los celos, el desamor, supersticiones rurales, edificios abandonados o encantados...

En estos once cuentos el lector se ve obligado a olvidarse de sí mismo para seguir las peripecias e investigaciones de cuerpos que desaparecen o bien reaparecen en el momento menos esperado. Ya sea una trabajadora social, una policía o un guía turístico, los protagonistas luchan por apadrinar a seres socialmente invisibles, indagando así en el peso de la culpa, la compasión, la crueldad, las dificultades de la convivencia, y en un terror tan hondo como verosímil.

Así, no me queda duda de que Mariana Enriquez es una de las narradoras más valientes y sorprendentes del siglo XXI, no sólo de la nueva literatura argentina a cargo de escritores nacidos durante la dictadura, sino de la literatura de cualquier país o lengua.

Y es que Mariana transforma géneros literarios en recursos narrativos, desde la novela negra hasta el realismo sucio, pasando por el terror, la crónica y el humor, y ahonda con dolor y belleza en las raíces, las llamas y las tinieblas de toda existencia.

“El terror, en los cuentos de Mariana Enriquez, se desliza como un jadeo de agua negra sobre baldosas al sol. Como algo imposible que, sin embargo, podría suceder”, dice sobre la argentina la escritora Leila Guerriero.

Y no podría tener más razón, porque todos los sucesos que Enriquez narra en los cuentos que conforman “Las cosas que perdimos en el fuego” finalmente “bailan” entre la línea que divide lo imposible y lo imposible, entre ese mundo de fantasía que se describe tanto en las historias de suspenso, y el terror que como sociedad sentimos todos los días al encender el televisor y echarles un vistazo a las noticias del día.

Y tú, ¿ya te atreviste a leer a Mariana Enriquez?