Víctor E. Rodríguez Méndez Si buscamos una referencia que pueda encajar la historia de la imprenta en México y el son jarocho, no debemos dudar de que hay una y tiene nombre propio: Juan Pascoe. Nacido en Chicago, en Estados Unidos, desde 1987 Juan vive en la ex Hacienda Santa Rosa, una vieja construcción agustina que se ubica a unos diez minutos de Tacámbaro y a la que se llega por una carretera serpenteante, primero, y luego por una brecha —coronada por pinos, encinos, zarzamoras, ciruelos y, más allá, plantas de café y plátano, además de los grandes cultivos de aguacate que pueblan hoy el paisaje tacambarense. Ahí mismo se encuentra el Taller Martín Pescador, la editorial e imprenta de Juan Pascoe, de quien sobra decir que es un reconocido impresor en la manufactura y encuadernado de libros a mano, a la vieja usanza, con prensa decimonónica, tarea que inició en Mixcoac, en la Ciudad de México, desde mediados de los 70 del siglo pasado, tiempo en el que imprimió su primera producción: Eólicas de Cristina de la Peña. Hace unos meses, Juan Pascoe escribió en una de sus redes sociales que, si se le presentaran seis posibles premios a escoger, entre dinero, salud, amor, éxito literario, comunicación con los animales y regresar al pasado, y de los cuales sólo pudiera escoger uno, con tantas cosas que saber sobre Tacámbaro en el siglo XVI —decía— escogería el último, es decir, regresar al pasado, lo que nos habla de su apreciada e importante vocación editorial. Y es que Juan Pascoe es también un notable bibliómano y otrora músico y profesor de inglés, pero, sobre todo, es un devoto investigador, escritor, tipógrafo, impresor de literatura en prensa manual de hierro fundido e iniciador del Taller Martín Pescado, lo que lo convierte en un personaje poco común, una mezcla maravillosa que sólo el placer por el arte y la tradición de un oficio antiguo pueden moldear. Con todo este espíritu nace Tacambariana. Documentos históricos y literarios, del taller de Juan en coedición con Cuarta República, libro que, por cierto, si lo hubiera impreso Juan sería el 969 en su lista bibliográfica. A diferencia de un primer tiraje de 15 que Juan regaló a personas de Tacámbaro que le ayudaron, y del que compartió públicamente una versión en PDF, la edición que recientemente se presentó en Morelia contiene un prólogo de Antonio García de León, quien asegura que este libro es “una experiencia fascinante de principio a fin”, cuyos textos “hablan mucho del mismo compilador, empeñado, como muchos de los personajes de su antología, en arraigarse a un Michoacán profundo”. En este caso, la introducción es del propio Juan Pascoe, que por sí misma vale la pena para descubrir a este personaje, dado que en un texto más o menos breve nos muestra un estilo y una gramática con tanto ritmo y claridad como los textos que ha compilado con tanta paciencia y dedicación. Pero, sobre todo, el rico aporte de las letras escritas por Juan está en el atisbo que nos ofrece sobre su llegada a Tacámbaro y su deseo de ser un impresor artesanal con el fin de hacer libros literarios e históricos, tal como lo ejemplifica la edición que hoy se presenta, dado que el interés de Juan por hacerla data prácticamente desde el primer momento en que se estableció en el llamado balcón de Tierra Caliente. Tacambariana es un libro de 360 páginas que compila documentos referentes a Tacámbaro y sus alrededores, que van desde 1529 hasta 1939, transcritos en su sintaxis, ortografía y terminología original. En los contenidos, aclara el propio Juan, “no se homogeneizó la ortografía, sino que se favoreció la variedad de estilos y, si se tomó el texto de una fuente modernizada, éste se respetó, pero si los textos provenían de manuscritos originales, se dejó la norma de su escritura”. Impresa a dos tintas, esta publicación viene acompañada de fotografías y mapas antiguos, y en la portada —¿cómo no iba a ser?— el dibujo de una palmera, creado por Dionisio Pascoe (recordemos que Tacámbaro significa en purépecha: “lugar de palmeras”), y en la contraportada un daguerrotipo decimonónico de varios tacambarenses, en el que se distingue con traje blanco a Juan Cárdenas Cruzaley, maestro carpintero. Esta edición muestra cómo el calígrafo precede al tipógrafo y éste, a su vez, anticipa al editor y al diseñador gráfico de los tiempos modernos. Quienes hemos trabajado en la parcela editorial, podemos confirmar lo dicho por el filólogo español Juan Manuel Macías, quien dijo que la producción de libros siempre funcionará mejor con la vieja división de poderes: el autor escribe, el tipógrafo compone y el editor edita. Más aún, Macías cree que el tipógrafo debe expresar al autor, no a sí mismo (citando a Morison), “y no ha de agredir al lector con excesos y narcisismo”. El del tipógrafo es el arte siempre de la invisibilidad, asegura. El caso es que un libro realizado con esta claridad de intenciones debe, por fortuna, producir sensaciones y emociones. Hace poco menos de tres años entrevisté a Juan en el antiguo trapiche rural donde imprime sus publicaciones y entonces me dijo que él no hace libros para que la gente los vea bonitos. Textualmente dijo: “Yo quiero que la gente lea el libro y se pierda en el proceso de la lectura”, Y es que la original presentación de los textos de Tacambariana no es otra cosa que un laberinto de palabras en el que se siente la inspiración de las referencias que provienen de fuentes inimaginables en el pasado, y su lectura nos ayuda a reflexionar, a ejercitar la mente y la inteligencia, a adivinar —por el tono o por el contexto— la importancia del relato, a mejorar nuestro dominio de la sintaxis y la gramática, además de que fortalece nuestra cultura y hace que conozcamos mejor la historia de Tacámbaro con una riqueza y deleite estético que no tienen muchísimos libros diseñados y diagramados en programas informáticos de hoy día. En esta edición podemos comprobar el carácter artístico del manejo tipográfico en toda su extensión con el uso de letras en función de su organización, perspectiva, espacio, forma, línea y color. En este sentido, Tacambariana es algo más que un libro o, al menos, no es un libro más, valga la expresión; es, incluso, más que un acontecimiento de difusión histórica; es acaso un recordatorio de la importancia del oficio de Juan Pascoe en nuestro tiempo, más aún hoy en el que la industria de la impresión ha sido digitalizada por completo para mal y para bien. Por tanto, con Tacambariana celebramos sobremanera a un investigador, tipógrafo e impresor cuyo trabajo se desborda en un lenguaje único e imperecedero, y a quien debemos agradecer por mantener viva una profesión que combina técnica, estética y pasión por el detalle en favor de las letras, los libros y la literatura. Víctor Rodríguez, comunicólogo, diseñador gráfico y periodista cultural.