Jaime Vázquez Los primeros compases ejecutados por la pequeña orquesta y el saludo en yoruba a la deidad, el orishá del trueno y la justicia, en la voz de Beny Moré, el llamado Kabiosile a Shangó, enmarcan la entrada de Tin Tan, ferrocarrilero y Rey del barrio al cabaret y sitio de reunión de la imposible y disparatada banda de ladrones. Antes de ajustar cuentas con sus secuaces, observa el ambiente. En el centro de la pista se encuentra recostada una bailarina: la estampa de una divinidad exótica, un felino agazapado antes de dar el salto y atacar con todo el cuerpo el ritmo de la música afrocubana, una perfecta “diosa pantera”. Los tambores marcan el ritmo del corazón de la concurrencia dentro de la película y al mismo tiempo entre los espectadores, en la orilla de la butaca. Tin Tan, como nosotros, no puede contenerse y salta a la pista para dar algunos pasos con la bailarina, de ojos claros, de larga y negra cabellera, que lleva un mechón blanco como espuma que surge de su frente. La bailarina es Yolanda Yvonne Montes Farrington, que un día en México, jugando con las palabras, encontró el nombre con el que apareció en las pantallas, en las marquesinas de los teatros, el cabaret, nuestros sueños, en la cultura, en la historia: Tongolele. Yolanda nació el 3 de enero de 1932 en Spokane, al oriente de Washington, cerca de Seattle. La familia de su madre, de origen tahitiano, conservaba como tesoro los sonidos y los bailes de su cultura. Yolanda contó que un día, sin permisos de por medio, tomó los discos de su abuela, los escuchó, sintió el llamado del espíritu y se volcó a bailar al compás de los latidos de los tambores y de su corazón de niña. Tal vez ahí nació su muy especial manera de agitarse, el goce absoluto por el movimiento, la percepción íntima del ritmo, del elocuente lenguaje del cuerpo, un idioma que quería salir como explosión. No tenía que acudir a las clases de baile. El gusto por expresar la música con el cuerpo fue magia que nació con ella. Casi una niña, a los 15 años, comenzó su vida profesional en el baile. “Era mi destino”, afirmó. Su primer escenario en México fue un cabaret en Tijuana y de ahí a la gran capital, la urbe que conquistó de inmediato. Eran los años cuarenta y el país vivía un tiempo de modernización. Todos –o casi- se rindieron ante una “ombliguista” que sin palabras conquistó al público. Las “buenas conciencias”, críticas de lo público y defensoras de la moral, la catalogaron de inmediato junto a María Victoria, las rumberas o la música de Pérez Prado, como almas “demoniacas”. Se comenzó a hablar del “tongolelismo”, que describía a personas, actitudes, movimientos u objetos con el sobrenombre de la causante de ese huracán de caderas ondulantes. Hoy en día conocemos a una turgente copa de vidrio que en algunos restaurantes sirven como la “tongolele”. El debut en el cine fue en 1947 con tres películas: Nocturno de amor (Emilio Gómez Muriel), melodrama entre enamorados y pianistas; La mujer del otro (Miguel Morayta), un drama policiaco; y Han matado a Tongolele (Roberto Gavaldón), un acertijo policiaco que sucede dentro de un teatro, ya con la bailarina en el centro de las luminarias como protagonista, y con la presencia del gran maestro de la actuación Seki Sano. Lo mejor en cada película: los bailes de Tongolele. El rey del barrio (Gilberto Martínez Solares) fue un episodio más de su vertiginosa carrera. En 1949, año de filmación de esta película, Yolanda Montes tenía 16 años. Ya con 18 años, Tongolele es Santanela, hija de Marcelo Chávez, el carnal de Tin Tan en ¡Mátenme porque me muero! (Ismael Rodríguez). Aquí es una bailarina que quiere asesinar a nuestro héroe pachuco para quedarse con el dinero. La cinta es una adaptación muy libre de Te espero en Siberia, vida mía, de Enrique Jardiel Poncela. Con Tin Tan aparece de nueva cuenta en Chucho el remendado (Gilberto Martínez Solares, 1952) y con su gran amiga María Victoria en Pensión de artistas (Adolfo Fernández Bustamante, 1956), pretexto para las canciones y los bailes. La última aparición de Tongolele fue en El fantástico mundo de Juan Orol (Sebastián del Amo, 2012), una actuación breve y especial que rindió con admiración un homenaje al mito creado por Yolanda Montes. Amiga de artistas, testigo de una época, protagonista del tiempo sobre los escenarios, pintora por afición, prodigio de la naturaleza, dueña del movimiento, diosa de la danza, exótica y sencilla, elegante y bella, Yolanda Montes falleció el 16 de febrero de 2025 y escribió para siempre el nombre de Tongolele en el lugar eterno de la memoria: el cine.