EL SIMULACRO

La Voz de Michoacán. Las últimas noticias, hoy.

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Gustavo Ogarrio

La imagen de Eva Perón perturba la dimensión política de la literatura argentina contemporánea. Por ejemplo, en la novela “Santa Evita”, de Tomás Eloy Martínez, el personaje de Eva se define por el propio cuerpo y el eco “embalsamado” de su significado emocional y político. Es evidente la dimensión performativa de las figuras tanto de Eva y de Juan Domingo Perón, tanto así que, en un juego de espejos, los actores políticos “reales” se confunden con la misma ficción literaria.

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Pero quizás el relato que asume de manera más enfática esta condición performativa de la conducción política “bicéfala” del peronismo es “El simulacro”, de Jorge Luis Borges. Este relato se ubica en un pueblito del Chaco, en julio de 1952, donde se monta una escena, la del velorio de Eva Perón y el pésame a Juan Domingo Perón, en una representación casi teatral donde un “enlutado”, “flaco, aindiado, con una cara inexpresiva de opa o de máscara”, recibía una cuota de “dos pesos” de aquellos que decidían llevar a cabo este simulacro emocional y político para desplegar toda la potencia de una ficción política, entre la farsa, el mito y la tragedia: “¿Qué suerte de hombre (me pregunto) ideó y ejecutó esa fúnebre farsa? ¿Un fanático, un triste, un alucinado o un impostor y un cínico? ¿Creía ser Perón al representar su doliente papel de viudo macabro? La historia es increíble pero ocurrió y acaso no una vez sino muchas, con distintos actores y con diferencias locales. En ella está la cifra perfecta de una época irreal y es como el reflejo de un sueño o como aquel drama en el drama, que se ve en Hamlet. El enlutado no era Perón y la muñeca rubia no era la mujer Eva Duarte, pero tampoco Perón era Perón ni Eva era Eva sino desconocidos o anónimos (cuyo nombre secreto y cuyo rostro verdadero ignoramos) que figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa mitología”.