Con poco respeto a las medidas sanitarias, pero con un fervor evidente, Tzintzuntzan vuelve a sentir la Pasión de Cristo

La fe es palpable en Tzintzuntzan en Semana Santa, pues los fieles viven la Pasión de Cristo con tradiciones arraigadas en esta tierra enclavada en la meseta purépecha,

Foto: Christian Hernández, La Voz de Michoacán.

Omar Cuiriz / La Voz de Michoacán

Tzintzuntzan, Michoacán. Viernes santo, este día los pobladores de Tzintzuntzan sienten el dolor por la muerte de Jesús y convierten el atrio de los Olivos y las calles del pueblo en escenarios para representar la Pasión de Cristo y posteriormente el padecer de la Virgen en procesión.

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Desde el Jueves Santo los espías a caballo recorrieron las calles en busca de Jesús. Por la tarde de este viernes, luego de dos años de no realizarse a causa de la pandemia, se llevó a cabo el Viacrucis; las tres caídas y la crucifixión fueron apreciados de nuevo por cientos de turistas y pobladores que permitieron que la tradición continuara como si nunca hubiera sido interrumpida.

Durante toda la tarde se escuchó el sonido de la trompeta que significa el luto por la muerte de Jesucristo. Simultáneamente se oyeron los grilletes amarrados a los tobillos de hombres originarios de esta tierra enclavada en la meseta purépecha, quienes colocan unas capuchas en sus rostros y semidesnudos realizan recorridos pidiendo limosna para el Santo Entierro, Cristo de pasta de caña que veneran en este pueblo. Agradecen los favores recibidos.

A las siete de la noche las familias protectoras de los 14 cristos de pasta comenzaron a cargar sobre los hombros, es hora de la procesión. La imagen del Santo Entierro, una Dolorosa, la Virgen Maria, tres ángeles vestidos de negro y cientos de personas con veladoras emprenden la marcha y abarrotan las calles angostas entre varias casas aún de adobe.

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PENITENTES DE CRUZ

En punto de las nueve de la noche llegó la hora en que los penitentes de cruz cumplieron su promesa y lo hacen hasta entrando la madrugada. Entre la oscuridad de las calles corren con una pesada cruz de madera simbolizando el padecimiento de Jesucristo antes de ser crucificado. Cada ciertas cuadras marcadas con una cruz de flores se detienen; un cirineo los ayuda a sostener la cruz, otro lo toma del hombro y el pendiente ora con fervor, se levanta y moviendo los pies como en una danza, golpean su espalda con un látigo con espinas. Uno, dos y hasta 6 golpes por estación.

Ofrecen sus sacrificios por los suyos: sus padres, hermanos, esposas e hijos que posiblemente repetirán esta tradición.

El silencio inunda estas calles oscuras, solo se escuchan los roces de las pesadas cruces. Los que cumplen su primer año de penitencia salen por la puerta poniente del exconjunto conventual y caminan en el sentido de las manecillas por las calles, para terminar en el punto de salida; los que cumplen su último año salen por la puerta oriente y comienzan en sentido opuesto a las manecillas del reloj. 

De los cientos de visitantes que inundaron el atrio y las calles, en medio de una baja de muertes y casos positivos de COVID-19, quedan unos cuantos observando la flagelación de estos hombres, que honran y guardan en su memoria la esencia de una religión que marcó su cultura y que los impulsa a conservarla.