Mujeres en el crimen organizado, más que víctimas o parejas de narcos, según investigadora

Un libro de la periodista Deborah Bonello examina los roles de las mujeres en el crimen organizado y argumenta que su participación en actividades criminales requiere de más investigación.

Margarita Calderón Ojeda, alias La China, se atrevió incluso a desafiar al Cártel de Sinaloa cuando Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera era uno de los capos más poderosos del país. Su poder y violencia la convirtieron en una de las sicarias más crueles y sanguinarias en México.

Redacción / La Voz de Michoacán

Morelia, Michoacán. En Narcas: The Secret Rise of Women in Latin America’s Cartels [Narcas: el ascenso secreto de las mujeres en los cárteles de Latinoamérica], Deborah Bonello, una exeditora e investigadora de InSight Crime, explora los roles que han desempeñado y siguen desempeñando ellas en el panorama criminal en la región y las visiones erróneas sobre su participación en grupos criminales, representaciones en las narrativas de los medios y su relación.

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El libro narra las historias de varias mujeres que se abrieron paso y ascendieron en el violento mundo del crimen organizado. Comienza con la líder criminal Digna Valle, quien dirigió el clan familiar de los Valle en Honduras desde las sombras. Marixa Lemus, parte del clan político y narco Lemus de Guatemala, y quien es conocida como “El Chapo de Guatemala” por sus constantes escapes de prisión. “Narcas” también da una mirada a prolíficas narcotraficantes como la mexicana Luz Irene Fajardo Campos, la colombiana Yaneth Vergara Hernández y la guatemalteca Sebastiana Cottón, así como la tristemente célebre lavadora de dinero Marllory Chacón. En cada caso, Bonello detalla cómo estas mujeres han construido su poder de diferentes maneras, en muchos casos a través del uso de los estereotipos de género para pasar desapercibidas, y forjaron un nombre propio en el mundo criminal de América Latina.

Al ser cuestionada por InSight Crime sobre cuál fue la historia más interesante de las que narra en el libro, Deborah Bonello señala que es difícil elegir porque “en cuanto empecé a investigarlas quedé pasmada por la gran diferencia de sus historias con las narrativas más conocidas que vemos en los hombres. Digna Valle: fui a su ciudad natal en Honduras, y fue difícil averiguar en detalle lo violenta que fue. Las mujeres que me recibieron la veneraban y eran muy simpatizantes de ella, mientras que varios solicitantes de asilo en Estados Unidos me dijeron que ella enviaba sicarios a matar personas, pero Digna no fue juzgada y condenada por delitos violentos. Marixa Lemus también fue fascinante, y Luz Irene Fajardo Campos dirigió su red de tráfico desde Sinaloa hasta su captura en Colombia”.

La investigadora y periodista reconoce que la imagen de las mujeres en el crimen organizado ha sido en gran medida desde el lente de las víctimas, “que es importante, por supuesto, pero creo que tiene que ver con la forma como se percibe a las mujeres y por la forma como se nos despoja de nuestra agencia. Con Luz y con muchas de las mujeres que investigué se me ocurrió que las organizaciones criminales podrían estar mucho más alineadas con los valores corporativos de las organizaciones empresariales legales que con la misoginia y violencia extrema que se les ha atribuido. Eso no quiere decir que no perpetren grados repugnantes de violencia, en especial la MS13 en El Salvador. Pero al mismo tiempo, me parece que si las cabezas masculinas ven que las mujeres pueden desempeñar las tareas de manera eficiente hasta el nivel de los hombres o más, tienden a darles un empleo o tienden a trabajar con ellas. Cuando se ve a personas como Digna que trabaja junto a sus hermanos o a Sebastiana Cottón, que reemplaza a su marido, puede verse que ellas son los actores y que las organizaciones criminales trabajan con ellas”.

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Sin embargo, resalta que es incómodo para las sociedades latinas ver que las mujeres se empoderan y toman decisiones en industrias tan violentas y que tienen un efecto tan grande en la salud pública. “Es más cómodo pensar que esas mujeres se vieron forzadas a ingresar que pensar que decidieron seguir allí”.

“Creo que la verdad de esas mujeres contribuye a nuestra comprensión sobre el funcionamiento del crimen organizado. Las mujeres en las familias y los matrimonios son focos de influencia constantemente. Como me dijo la historiadora Elaine Kerry en una ocasión, nunca se quedan frente al fogón simplemente revolviendo la salsa. Las mujeres tienen una tremenda influencia política y social dentro de la familia, y es absurdo pensar que no tienen influencia en las decisiones de negocios, que no controlan de alguna manera a los hombres a su alrededor y que no están absorbidas en esta cultura criminal, esta cultura empresarial que es tan prevalente”.

Cuando una mujer decida ingresar a las filas del narco, dice la periodista, es porque esa actividad forma parte del modus vivendi de su región, estando muy arraigado en su cultura. “Muchas mujeres del libro nacieron en entornos donde era prevalente el tráfico de drogas. Las ganancias estaban muy al alcance de cualquiera y los requisitos de ingreso eran pocos. En lugares como San Marcos, en Guatemala, y Copán, en Honduras, donde vivía Digna, en los 80 cuando la cocaína comenzó a llegar desde Colombia a ese nivel, era como la oportunidad que tocaba a la puerta. Si se descartan por un instante los presupuestos morales, eso es simplemente lo que pasa. Muchas de esas mujeres comparten esas oportunidades geográficas y esos factores socioeconómicos —la necesidad de sostener a sus familias, por ejemplo— que [entrar en el crimen organizado] era algo lógico para ellas”.

Sin embargo, recalca, el crimen organizado nunca es la única opción, “pero no cabe duda de que, en los países que cubrí, las opciones son la migración o conseguir algún empleo mal remunerado. Es muy difícil si se viene de una familia de clase trabajadora, que es el caso de muchas mujeres, en especial de la clase trabajadora rural. Incluso es muy difícil concebir que pueda llegarse a hacer parte de la élite política y empresarial de su país. El crimen organizado ofrece oportunidades laborales y de empoderamiento y estatus para mujeres y hombres que no ven otras vías para lograr eso”.

Contrario a lo que pudiera pensase, de que las mujeres ejercerán menos violencia que sus compañeros varones, la investigadora encontró que no necesariamente es así, úesto que la violencia es un elemento de la vida cotidiana en zonas rurales de Centroamérica, y en México. Esas mujeres ya han estado expuestas a la violencia, y el manejo de la violencia es una estrategia de negocios, es una de las divisas más poderosas en el crimen organizado. “Sea la extorsión o hacer acuerdos o si alguien amenaza con hacerte daño a ti o a tu familia, con quemar tu negocio, es difícil resistirse o tener una defensa. La mayoría de las mujeres estaban mucho más acostumbradas a la violencia, aún sí estaban delegándola o practicándola por sí mismas. Digna, por ejemplo. Varios solicitantes de asilo me contaron que ella mandaba sicarios a matar a personas a quienes descubría que estaban dando información sobre ellos, pero también toleró y ayudó y fue cómplice de la violencia ejercida por sus hermanos. Quizás para muchas de estas mujeres, el haber experimentado la parte cruda de la violencia en carne propia, habría facilitado ese paso. Reconocer que si no se defendían a sí mismas, nadie más iba a hacerlo”.

La investigadora y periodista además sostiene que las mujeres son muy adaptables, tienen sus propios poderes y sus propias maneras de hacer las cosas como quieren que sean, pero hay tan poca movilidad social y oportunidades para ellas que cuando ven una apertura, se adaptan. Y la violencia se convierte en el negocio; es una forma de promover y proteger sus intereses de negocios. Lo interesante de la forma como se percibe en el mundo es que la violencia tiene un peso moral y ético —y eso es importante—, pero en ocasiones estas mujeres, al igual que los hombres que la ejercen, en especial si la delegan y no aprietan el gatillo por sí mismas es que la racionalizan como una estrategia de negocios”.

Siguiendo con el tema de la violencia y el papel de las mujeres, hay una delgada línea entre ser víctima y ser perpetradora, una valoración más bien moral, ya que la obsesión con el papel de víctima en oposición al de perpetrador tiene que ver con el juicio moral sobre la culpa. “Creo que debemos ser un poco menos categóricos y tomar distancia de conceptos binarios de bien y mal y de víctima y victimario nos ayuda a entender mejor esos mundos”.

Y es que muchos perpetradores de violencia han sido a su vez víctimas de violencia y se han visto expuestos a la violencia, y ese es el caso en gran parte de muchas mujeres y menores de edad. “Debemos entender todo el panorama, no solo la experiencia de las víctimas, sino también por qué ocurre esa violencia, y cómo funcionan las organizaciones criminales”.

Esta visión maniquea obedece a que al analizar la forma en que funcionan las organizaciones criminales es pensando que los hombres están a cargo y que si hay una mujer, es la seductora y los manipula de esa manera. Pero el poder asume muchas formas y trabaja de muchas maneras. “Griselda Blanco fue un ejemplo interesante de eso: fue mentora de Pablo Escobar y la narcotraficante más famosa de la historia. Estaba rodeada de estos hombres y mujeres y la forma como los manejaba y los controlaba para beneficio propio muestra que ella entendía las dinámicas sexuales y cómo se movían hombres y mujeres, y eso es mucho más fascinante que esas nociones binarias de ‘mujer seduce a hombre’”.

Es muy difícil encasillar el comportamiento de las mujeres en el crimen organizado en comparación con el de los hombres, varía mucho en términos de sus personalidades, sus experiencias de vida y la manera como habían sido tratadas por hombres y mujeres en el pasado. Muchas de las mujeres en el mundo del narco han sido víctimas de violencia cruda y de abuso, entonces vienen de esa posición también, “lo que no las inclina a confiar naturalmente y acoger a algunos hombres en sus vidas. Las posibilidades son infinitas, pero creo que fue preciso abrir la conversación”.

“Otra cosa importante que quería disipar con el libro es que ha habido esta minimización de las mujeres porque ellas toman el control de sus esposos o están casadas con esos tipos”. Pero el crimen organizado es en esencia un asunto de clanes en Latinoamérica, entonces ¿por qué minimizaríamos a las mujeres por entrar al negocio por medio de sus familias y no a los hombres? Los estereotipos de género tienen algo que ver. Las organizaciones criminales no desean un liderazgo femenino porque sienten que eso pone en entredicho la violencia bruta masculina y el poder y la amenaza tan necesarios para que se hagan las cosas en este mundo.

Vivimos una época en la que estamos más dispuestos a cuestionar estos tipos de presupuestos fundamentales sobre el género, y como mujeres estamos más activas en el ámbito económico y político, y con el crimen organizado, debemos abordarlo de la misma forma como analizamos los negocios y los matices de estas otras instituciones y dinámicas que vemos en la sociedad, concluye Deborah Bonello.