¡Un sepulcro para ellos de honor!

Inicio con el relato de los atentados no solo en forma de homenaje a las víctimas y de recordatorio necesario, sino también para hacer un paralelismo con el contexto actual.

Diego Herrejón Aguilera

Entre gritos de auxilio, se entonó el Himno Nacional. Las tradicionales campanadas que inician la fiesta patria, y que hacen revivir periódicamente los gritos independentistas y los sentimientos patrióticos, inauguraron en 2008 el alarido por los atentados terroristas. La celebración continuaba: el gobernador ondeaba la Bandera Nacional desde el balcón de Palacio de Gobierno, donde por la altura parecía no distinguir el humo de las granadas y la sangre de las victimas entre la pirotecnia y el rojo vivo que caracteriza la unión entre los mexicanos en el simbolismo patriótico.

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Como crónica de una muerte anunciada, entre el 1 y el 12 de septiembre, los centros de emergencia del Estado, aquellos cuyo presupuesto está destinado al monitoreo de eventos de seguridad, recibieron 5 amenazas que anunciaban los sangrientos desastres del día del Grito. El C4 del Estado pasó notificación a las instituciones de seguridad a nivel estatal y nacional, las cuales no calificaron a las amenazas como serias, condenando a muerte a 8 personas y a 132 heridos.

El miedo y la tensión tras los atentados incentivaban la politiquería, confrontando y acusando a los niveles de gobierno, tanto federal como estatal, de su complicidad. La discordia entre Leonel Godoy y Felipe Calderón venció sobre la coordinación intergubernamental en un momento crucial para el futuro de la seguridad del Estado en el cual sus instituciones vivían sometidas bajo el control de grupos del crimen organizado. Lacerando la investidura política ante el ojo de los mexicanos.

La bandera ondeaba en lo que sería un monumento circundado por la impunidad. Catorce años después no hay detenidos por los atentados. Los gobernadores en turno y los políticos que aspiran a subir en el peldaño jerárquico del gobierno utilizan el reconocimiento a las víctimas para patrocinarse, sin responder a una justicia real que aclare la verdad de lo ocurrido: ningún grupo armado se declaró autor de las olas de sangre, quienes estaban al mando del gobierno siguen activos y con puestos relevantes en el escenario político y los gobernadores en turno, tal como también lo declaró Ramírez Bedolla, piden año con año que se reabra el caso. 

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Inicio con el relato de los atentados no solo en forma de homenaje a las víctimas y de recordatorio necesario, sino también para hacer un paralelismo con el contexto actual. El pasado 15 de septiembre se volvió a entonar nuestro Himno Nacional, ondeaba nuestra bandera, se dieron las campanadas protocolarias y entre lisonjas y el clamor a la patria se gritó nuevamente “¡Viva Morelia!, ¡Viva Michoacán! y ¡Viva México!”.

Ahora, y por fortuna, sin víctimas inermes, pero desde el balcón podemos recordar la masacre de Zinapécuaro, la de San Juan Nuevo, la de Tarecuato, el pelotón de fusilamiento en San José de Gracia, los ataques de Aguililla y ante todo la infructuosa actuación de los mandos de seguridad, quienes parecen dar por perdido el control estatal. En su grito observamos también las prioridades políticas del Gobernador: la autonomía de los pueblos indígenas y el compromiso con la UMSNH. La primera tambaleándose ante el fallo de la SCJN.

El escenario nacional es una función espejo del escenario michoacano. Como adalid de la cuarta transformación, nuestro Presidente añadió arengas a la ceremonia: “Viva la democracia”, “viva la paz”, “muera la corrupción”, “muera el racismo” y “muera el clasismo”.

Las alusiones a la muerte de enemigos comunes del sistema político y sociocultural de los mexicanos aparecen como la bandera de la politiquería del Presidente, ajenos al sentimiento independentista, pero propios del anhelo del mexicano. Con el “muera” se pronuncia el fin existente pero irreal de cada uno de estos males y aparece el Presidente ostentado esta victoria ficticia. Recordando que en este gobierno la victoria no está en los hechos reales sino en la impregnación de lo ficticio en el imaginario colectivo ¡Muera lo real!

Tenemos ahora que suponer que triunfó la democracia mientras el Presidente y sus aliados políticos buscan a toda costa mermar el poder del INE mediante reformas corrosivas además de señalar y amenazar públicamente a los enemigos del gobierno, tal como sucedió con la votación de la reforma energética. La democracia encuentra su fosa en cada señalamiento y amenaza del Presidente que atenta contra la libertad de expresión.

Podemos gritar que ahora vive la paz mientras ondeamos la bandera ante los casi 20 mil homicidios dolosos durante este año. Podemos anunciarles a las familias de los 15 periodistas asesinados que su voz fue escuchada, y que el México bélico del que se fueron, en donde reinaba la impunidad, no es real.

El episodio de terrorismo el 15 de septiembre en Morelia funciona para explicar nuestra realidad política, en donde el gobernante, sordo por las adulaciones y ciego por su ambición, continúa con la ceremonia patriótica mientras abajo lo observa la realidad violenta, la impunidad y el fracaso de su propio gobierno. A las ocho víctimas del grito en 2008 y a la realidad: ¡Un sepulcro para ellos de honor!   

@DiegoHerrejonA