El Jaripeo y La Voz de Michoacán, eternamente agradecido

Han transcurrido 32 años desde que se me brindó la oportunidad de escribir y difundir mi opinión en estas páginas: en un honor que tengo que agradecer a La Voz de Michoacán

Gonzalo Reyes González

Han transcurrido 32 años desde que se me brindó la oportunidad de escribir y difundir mi opinión en estas páginas: en un honor que tengo que agradecer a La Voz de Michoacán, que cambió para siempre la intención de mi vida; cuando nunca y ni si quiera imaginaba que durante ya más de 3 décadas pudiera estar expresando por el tan preciado valor que es la escritura, una propia opinión y en especial, en el tema que en lo particular como a miles y a millones en nuestro país nos apasiona.

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El Jaripeo, argumento que habla de la grandeza de una cultura no difundida de nuestra mexicanidad y que durante casi el inicio de mi aportación para la opinión en este diario, me había propuesto desentrañar; no solo al limitarnos en su concepción que es el espectáculo de la monta de toros; nos hemos adentrados en temas antropológicos y en la forma de  vivir que se ha sostenido desde el campo, por la derivación del trabajo del jaripeo en nuestra patria y que ha dado sustento a millones, desde mucho antes que se creara nuestra nacionalidad, al ser nuestro México, un país eminente ganadero al que durante siglos le ha dado tanto orden y sustentabilidad el trabajo agropecuario.

Actividad que en el escaparate del trabajo dio lugar a la concepción de un espectáculo que por siglos conformó el nuestro, un folclor lleno de tradición, donde se muestra a una concurrencia, como los hombres del campo se distraían con los elementos naturales que han tenido de y en su labor agraria.

Estos elementos naturales que trajeron de Europa, son el ganado mayor: equinos y reses que fueron las bases para la ganadería y un sostén en la agricultura que por siempre ha dado alimento a la población mexicana: que así y de paso nuestra gente halló otras alternativas de esparcimiento sobre estos elementos; en un suceso que llamaron jaripeo, cuando las faenas del campo las realizaban a la vista de la concurrencia en el corral de reconocimiento de los pueblos. donde para la ocasión se desarrollaba alguna festividad; en los primeros espectáculos que se ofrecieron en presencia del pueblo, al cual exhibían el manejo del ganado y donde lo desafiaban para mostrar la superioridad.

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Este tema, casi desde un principio en que tomamos parte en este diario, lo empezamos a desglosar al mismo tiempo que tomábamos nota e informábamos sobre el acontecer del espectáculo que domingo a domingo se desarrollaba en la Plaza de toros Monumental de Morelia, en la que fue la última gran época del jaripeo de honor; antes de que se diera el giro a la evolución musical y a la jugada a caballo de toros bravos, que nosotros impusimos ante la nula aprobación de las empresas de antes que tenían en la cúspide los sucesos de montas al toro realizadas desde el cajón metálico.

En el año 1994 cuando con Pancho Mora, intentamos darle el sabor ranchero a las jugadas con el uso del caballo como se hacía en los orígenes, cuando tenían que derribar al toro, ideamos meter emociones de miedo y peligro con toros bravos, ya que en aquella época era muy difícil ver un toro de lidia en un jaripeo, pero si había muchos toros serranos que no se dejaban manipular y que acometían sobre de lo que se moviera en el ruedo, los bravos eran toros no deseados en las jugadas a cajón porque no reparan, al salir a embestir y bravear y eso es lo que nosotros tratábamos. De ver a los hombres de a caballo capases de sortear a un animal que como en el origen del jaripeo no se dejaba y los hacia sudar y esforzarse para contenerlo y poder dominarlo eso es lo que pretendíamos.

Logramos el objetivo; tuvimos oportunidad de realizar al menos 4 jaripeos en la Monumental de Morelia, con toros bravos anunciados así para lazarse a caballo; del mismo modo lo hicimos en la plaza de toros La Haciendita de Zinapecuaro; y en La Escondida de Charo; en Tejaro y en Cotzio y en la plaza David Liceaga de Maravatio, así como en el que fue el Lienzo Charro de La feria de Morelia, donde ahora está el Pabellón don vasco. En algún aniversario de La Voz de Michoacán. También cuando se nos confirió realizarlos en el Lienzo Charro de Morelia, hace ya 28 años en otra fiesta charra de nuestro periódico; y el logro más grande fue el que nos dieran la oportunidad de efectuar y hasta la fecha el único jaripeo con toros bravos y caballos en El Palacio del Arte, de Morelia.

Tanto que vivimos y que nos cambió el proyecto de vida, gracias a La Voz de Michoacán, desde que iniciamos en el año 1993, cuando mis planes estaban puestos en ejercer mi profesión en ganaderías en el noreste del país, donde ya habíamos hecho pruebas de campo y estábamos con un contrato por firmar y que al final no rubriqué, porque mi plan era ejercer mis estudios en alguna ganadería de toros bravos que si me llegó pero muy tarde, ya cuando contaba con una carrera y me había entrado la pasión por las letras en este diario, de lo cual no me arrepiento, porque no solo me hizo conocer y desarrollarme en un complejo ganadero, conocí y pude trabajar aleatoriamente en una infinidad de ganaderías que hasta creo me es difícil recordarlas a todas en las que me dieron oportunidad de adéntrame al mundo apasionante de la crianza del ganado bovino; incluso conocí desarrollos donde se criaban búfalos de agua, los cuales por igual los metimos a la jugada del jaripeo.

En el año 1993, tuve la satisfacción de asistir como corresponsal y escribí varios reportajes de la vida entre el ganado cebú de la costa michoacana, con quien fue grandioso amigo el señor Rodolfo Maldonado, en su rancho “Chuta”, cerca de la playa Las Peñas; ahí desde antes se introdujeron sementales Indobrazil; ya con este cebú de las grandes orejas y de mucho más rendimiento en carnes, se mejoró sustentablemente la producción del rancho de mi compadre Rodolfo Maldonado y más se logró cuando se consiguió un semental europeo de la línea charoláis, que le vino a dar aun mayor rendimiento cárnico a las grandes cajas que ya tenía este ganado prevaleciente en cebú.

Las faenas campiranas que por allá se realizan son casi siempre en mulares: estos equinos tienen un instinto de supervivencia extremamente desarrollado y son más aptos para los caminos irregulares, cargan mucho más y avanzan con firmeza y mayor sentido; con estos ejemplares sobre sus lomos recorrimos la inmensa ladera de la serranía que viene de Tumbiscatio y que confluye precisamente en Chuta; andábamos sobre los breñales e inclinadas laderas protegidos con la cuera de venado, al paso de las mulas, entre las cabezas de las reses que al paso iban mejorando en su productividad.

El agua nunca falta en su gran estero; por el cual mucha gente se ha esforzado en desarrollar su producción pecuaria, siempre al cuidado de los grandes depredadores, los pumas  y otras variedades de felinos, incluso en algunas ocasiones en la montaña se han dejado ver los jaguares y ahora en los esteros ya es común ver  lagartos que han proliferado; el venado cola blanca, “el colorado torito” es otro de los mamíferos que subsisten en el ecosistema de grandes hectáreas que se tiene destinado para el ganado serrano y los pecarís de collar también abundan. Y en un tiempo se desarrolló libre una piara de cerdos, que en el afán de mejoramiento porcino habían llevado de la raza durock, pero que al paso de un huracán quedaron libres y se tornaron en salvajes y dañeros hace más de 20 años.

A la vez que estábamos en armonía con el ganado, tuvimos oportunidad de asistir y documentar para La Voz de Michoacán, espectaculares jaripeos al estilo de la costa; por allá es otro candor y sabor el que se imprime para la jugada de los toros, pero con el mismo fin de someterlos para montarlos y sacarles en su jugada todo el brío que llevan dentro, estuvimos en la plaza de toros Gonzalo Godoy, de Petacalco, en Guerrero, cuando El Charrito de Guacamayas, llevó una selección de los mejores toros de Guanajuato, para mostrar el estilo de los jaripeos del centro del país. Así como en el Lienzo charro Las Palmas, que se localiza a pocos kilómetros antes de llegar a Lázaro Cárdenas; Ahí vimos en acción los toros de Colima de Jorge Fernández y jinetes del mismo estado.

En otra oportunidad y en la plaza de toros El Abajeño, también en Lázaro Cárdenas, ahí estuvimos en jaripeos y dirigiendo al micrófono, ante una selección de toros de la región y jinetes de La Costa Grande. A la vez que nos permitieron actuar con la Banda El Recuerdo, de Cuanajo, la que tuve privilegio de manejar y proyectarla en diversos estados donde el jaripeo ha sido un gusto.

El señor Benito Patiño, jinete en la época de Salomón Rojas y de los mejores charros de Guanajuato, que radica en esa demarcación costera. Hace 28 años nos invitó con la Banda El Recuerdo, que vio en Tarimoro, Guanajuato y en Santa María Huirimangaro, para trabajar en un jaripeo en Petacalco, mismo que documentamos en estas páginas en el siglo pasado, a la vez que estábamos en el rancho de mi compadre Rodolfo Maldonado, en Chuta, que está a pocos kilómetros del Rancho El Rosario, del Charrito de Guacamayas: de donde salieron tantos toros que le dieron proyección a grandes ganaderías de aquel entonces. En recuerdos que La Voz de Michoacán, me dio oportunidad de vivir.

Por eso y tantas cosas más El Jaripeo, como una identidad nacional, gracias al aprovechamiento zootécnico y sustentable de las especies domésticas para consumo, me ha permitido realizar como a millones de personas, una vida plena y enriquecida cada vez más en conocimientos, para así poder haber desarrollado la forma mas honesta de vida, con el progreso pleno de una familia que hemos integrado con valores y respeto; el jaripeo de su cultura campirana y primitiva nos dio tanto a la par de La Voz de Michoacán, que ahora mis dos hijas son flamantes profesionistas, que se identifican con nuestras tradiciones y mexicanidad que emanan de nuestras tradiciones de subsistencia, gracias a los aprovechamientos zootécnicos que mi carrera en agronomía aplicada en argumentos naturales nos ha permitido comprender el motivo de nuestras vidas, ahora que permea la sinrazón animalista.