Liderazgo y competencia

La modernidad nos impera competitividad en las finanzas, en la política, en la ciencia y, sobre todo, en el deporte. Aquí la lucha es más marcada, ya que esta es una constante de retos y superación física, en la que cualquier límite y récord son la esperanza de superar, en una contienda que no implica aniquilación ni inmolación de los ponentes como en la antigüedad lo era para toda competencia.

Gonzalo Reyes

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La competencia es un factor natural para la supervivencia. Por instinto, cualquier ser viviente se ha visto en la necesidad de superar sus límites en el transcurso de su evolución y se ha visto obligado a competir ante cualquier adversidad para seguir perpetuando su especie. Por lo tanto, este mismo factor ha influenciado y orillado al ser humano hasta el extremo. En su más primitiva manifestación, la competencia sobre su entorno y ante sus congéneres fue para sobrevivir.

En sus orígenes, estos hechos se dieron en los terrenos más agrestes conforme se integraban las civilizaciones, donde ya habían moldeado sobre el entorno natural su sistema de vida. Muchos con el afán de superación personal sobre lo que tuvieran enfrente, porque quienes logran sobresalir del resto tienen más poder, el mismo que los ubica en lo más alto de la cadena que van fomentando en la lucha tras sus objetivos.

Así se ha comenzado con las jerarquías que, a través de los triunfos en la eterna competitividad de la vida, se vienen dando. Los retos siguen surgiendo, y la lucha clara y abierta se da posteriormente, ya cuando se han alcanzado las metas, ahora por gusto, por emoción y por satisfacción propias. Diversas actividades adquieren esplendor a través de la competencia, y los más audaces siempre han sobresalido para establecerse como los modelos a seguir y han sido los líderes que, tras los logros en sus pugnas, han proporcionado al género humano la prosperidad y el lugar de honor en la escala de la evolución sobre todas las especies.

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A pesar de tantos logros y al parecer en los límites de cualquier reto que ya haya sido superado, el factor competitivo no ha quedado de lado entre humanos; siempre existe quien intentará superar al triunfador. Estos aspirantes son aquellos que se arriesgan y ponen de frente su valor, su decisión y un orgullo inigualable en el afán de superar sentimientos encontrados, delimitando frustraciones en su lucha primero contra su “yo interno” y enseguida contra los demás, para triunfar sobre todos y así ser acreedores a la responsabilidad que nos permita ser los número uno.

La modernidad nos impera competitividad en las finanzas, en la política, en la ciencia y, sobre todo, en el deporte. Aquí la lucha es más marcada, ya que esta es una constante de retos y superación física, en la que cualquier límite y récord son la esperanza de superar, en una contienda que no implica aniquilación ni inmolación de los ponentes como en la antigüedad lo era para toda competencia.

El Jaripeo no puede quedar sustraído de la competencia, y más cuando el mexicano por naturaleza es competitivo; por ejemplo, entre nuestra gente de campo que desde su origen mantiene una lucha constante contra las inclemencias naturales y que además le apasiona la emoción de los retos que le dan una personalidad de valiente a carta cabal, ahí tenemos a los charros, a los jinetes, a los caporales, al ganadero, todos los que conforman el espectáculo y que compiten por ser los mejores al jugarse la vida en un volado ante la vista de los demás.

La competencia en el jaripeo se da desde su origen; los ganaderos han buscado tener los toros de más respeto por su bravura, por su fuerza y por estética también; los jinetes, por su parte, buscan vencer esos ejemplares para engrandecer su historia. Los charros entran al lienzo con sus mejores caballos solo por la satisfacción personal de verse frente a un toro poderoso que le dé la puntuación más alta ante el público que al final lo clasifica como un experto manejador del ganado y que lo hace que surja y se agrande su deseo por competir ante la vista de la gente, que se colma de satisfacción al atestiguar en esta actividad extrema, que nada tiene bajo un guion ni control ya que la fiereza de un toro lleno de mañas nadie la puede predecir.

Ahora después de los argumentos que han surgido entre los que fueron grandes competidores en la época que en verdad se peleaba en el jaripeo, ha surgido de nueva cuenta el tema del reto más grande para el hombre en los jaripeos de la plaza Monumental de Morelia. Y de todo el bajío y la tierra caliente de los estados de Guerrero y México y Morelos; se ha tocado de nuevo la cuestión y epopeya del que se considera el toro fuera de serie de cualquier época y cuando se comenta entre los conocedores del jaripeo, es sin lugar a dudas el As de oros de Huandacareo, al que se refieren.

Ahora, de nueva cuenta me doy a la tarea de desempolvar los apuntes que hace más de 40 años fueron publicados por la empresa de la plaza Monumental, en aquellos sencillos pasquines que de vez en cuando editaban para llevar sus estadísticas y que a la fecha son testimonio de esa historia que se hizo grande y legendaria al perdurar y fomentarse de boca en boca y de persona en persona en aquellas pláticas que sí generaban la expectación que ahora ya se ha perdido para engrandecimiento de las grandes gestas que se hicieron a través de una ardua y ruda competencia.

Y así, hablando de competencia y liderazgo en el tema de los toros de monta, tras consultar en los viejos folletines nos situamos en la historia del jaripeo como espectáculo; cuando vivía su mejor momento en la plaza Monumental de Morelia, en el año 1973. Ya habían pasado 15 desde que esta manifestación llegó a esta gran plaza.

Fue el domingo 1 de abril del año señalado cuando por la puerta de toriles apareció por vez primera un hermoso ejemplar que se destacaba de los demás por su majestuoso porte, su gran peso y alzada y su pelaje rojizo encendido, producto quizás de una cruza de pardo suizo con braman y rasgos de criollo como los que proliferaban en aquella época, todo un cromo, joven quizás arriba de los tres años; toro que trajo El Padre Chema de Huandacareo desde las alturas del cerro de Culiacán, en el bajío guanajuatense. Y ofreció la entonces fabulosa cantidad de 3 mil pesos a quien lograra quedársele arriba; entró esa vez sin nombre propio el toro.

El resultado fue una tumbada, un valiente intentó la hazaña y se convirtió en el primero en la larga lista de los que le rindieron pleitesías; ese mismo año se jugó el 14 de octubre y luego el 27 de enero ya de 1974 y ya le habían puesto a este toro El Nuevo Sol, el estímulo nadie lo pudo cobrar hasta el 28 de abril cuando don Salomón Rojas, le salió al paso y logró mantenerse arriba del majestuoso y joven toro y cobrar los 3 mil pesotes de aquella época.

El 26 de mayo de ese año se caló en sus lomos David Miranda El Llanero de Guerrero y terminó derrotado como en otras posteriores jugadas. Salomón Rojas lo montó de nueva cuenta el 14 de junio y el 27 de octubre para lograr consecutivamente la hazaña de quedarle arriba ante un público delirante, que domingo a domingo seguía en la plaza Monumental, los pasos del toro al que después nombraron “el As de Oros”.

El primer jinete que resultó lastimado por este toro en La Monumental fue El Seto de Celaya, el 8 de junio de1975 cuando el As de Oros, traía en sus lomos si le quedaban cinco mil pesos; a los 8 días “repite Huandacareo” y lo monta Ramiro Shoreque, quien desafortunadamente no lo contaría jamás tras su deceso en el mismo ruedo; posteriormente el toro se fue sin jinete ya que la fama ganada como aniquilador espantaba hasta al más pintado. Después “Pecos Bill”, excéntrico montador de aquella época pidió el toro y en cuantas oportunidades tubo salió directo al hospital resultado de la monta en su desafío; el 14 de marzo de 1976 Arnulfo Martínez, tras buscar la fama y fortuna que defendía el toro que para ese entonces sobrepasaba los mil kilos, encontró su lamentable final.

El domingo 4 de abril, del mismo año el toro como gran competidor, regresó a la plaza de toros Monumental de Morelia, con un premio súper escandaloso para la época, “10 mil pesos” a quien lograra dominarlo, pero el bovino siguió conservando su invicto y lograba al paso de sus presentaciones aumentar la recompensa al jinete que lograra quedarle hasta por 15 mil el domingo 12 de noviembre de 1978.

Fue entre un lapso en que solo los grandes del jineteo ranchero se atrevieron a montarle y que vinieron de diversos estados del país a la plaza Monumental, como Salomón Rojas quien ya no pudo quedarle, Servando Sánchez lo intentó, Ignacio Leal La Changuita y Julio “El Palpa”, así como “el Cable” que vinieron de los estados del sur y solo se llevaron fracturas y un tormentoso recuerdo, por eso en muchas ocasiones el toro se iba limpio sin jinete del ruedo de la Monumental; el domingo14 de enero de 1979 Francisco Valencia terminó sus días en este reto.

El 16 de noviembre de 1980, Salomón Rojas intentó de nueva cuenta lograr la hazaña de quedarle y fue derrotado por el As, un toro que ya entonces acusaba una edad avanzada y se manifestaba en su cambio de color, ya que para entonces se veía gris y encendido en negro en las extremidades; el 16 de diciembre, La Changuita de Santiaguito por fin cobró la recompensa que en más de 6 años nadie pudo quitarle en la plaza moreliana a este torazo; el 1 de febrero del 81 se repite la historia y cobra 20 mil pesos.

El 31 de mayo de ese año se anuncia el ultimo desafió entre ambos en el programa de mano que se repartía por todo Morelia y rancherías y ciudades circunvecinas, ese día el toro ya al estar reparando con su jinete bien montado saltó del ruedo al callejón con todo y “La Changuita” y se atoró de las patas posteriores para caer mal y desnucarse, mientras el hombre logra esquivarlo en la rodada, ahí quedó inutilizado el As de Oros y tuvo que sacrificarse para así terminar su carrera e iniciar una leyenda grandiosa del jaripeo que perdura hasta nuestros días, no solo en la historia de la Monumental donde la competencia estuvo grandiosa, sino de todas las plazas del país, donde este toro inigualable el As de Oros, revolucionó el espectáculo ranchero del jaripeo mexicano.

Liderazgo y competencia

Gonzalo Reyes


La competencia es un factor natural para la supervivencia. Por instinto, cualquier ser viviente se ha visto en la necesidad de superar sus límites en el transcurso de su evolución y se ha visto obligado a competir ante cualquier adversidad para seguir perpetuando su especie. Por lo tanto, este mismo factor ha influenciado y orillado al ser humano hasta el extremo. En su más primitiva manifestación, la competencia sobre su entorno y ante sus congéneres fue para sobrevivir.

En sus orígenes, estos hechos se dieron en los terrenos más agrestes conforme se integraban las civilizaciones, donde ya habían moldeado sobre el entorno natural su sistema de vida. Muchos con el afán de superación personal sobre lo que tuvieran enfrente, porque quienes logran sobresalir del resto tienen más poder, el mismo que los ubica en lo más alto de la cadena que van fomentando en la lucha tras sus objetivos.

Así se ha comenzado con las jerarquías que, a través de los triunfos en la eterna competitividad de la vida, se vienen dando. Los retos siguen surgiendo, y la lucha clara y abierta se da posteriormente, ya cuando se han alcanzado las metas, ahora por gusto, por emoción y por satisfacción propias. Diversas actividades adquieren esplendor a través de la competencia, y los más audaces siempre han sobresalido para establecerse como los modelos a seguir y han sido los líderes que, tras los logros en sus pugnas, han proporcionado al género humano la prosperidad y el lugar de honor en la escala de la evolución sobre todas las especies.

A pesar de tantos logros y al parecer en los límites de cualquier reto que ya haya sido superado, el factor competitivo no ha quedado de lado entre humanos; siempre existe quien intentará superar al triunfador. Estos aspirantes son aquellos que se arriesgan y ponen de frente su valor, su decisión y un orgullo inigualable en el afán de superar sentimientos encontrados, delimitando frustraciones en su lucha primero contra su “yo interno” y enseguida contra los demás, para triunfar sobre todos y así ser acreedores a la responsabilidad que nos permita ser los número uno.

La modernidad nos impera competitividad en las finanzas, en la política, en la ciencia y, sobre todo, en el deporte. Aquí la lucha es más marcada, ya que esta es una constante de retos y superación física, en la que cualquier límite y récord son la esperanza de superar, en una contienda que no implica aniquilación ni inmolación de los ponentes como en la antigüedad lo era para toda competencia.

El Jaripeo no puede quedar sustraído de la competencia, y más cuando el mexicano por naturaleza es competitivo; por ejemplo, entre nuestra gente de campo que desde su origen mantiene una lucha constante contra las inclemencias naturales y que además le apasiona la emoción de los retos que le dan una personalidad de valiente a carta cabal, ahí tenemos a los charros, a los jinetes, a los caporales, al ganadero, todos los que conforman el espectáculo y que compiten por ser los mejores al jugarse la vida en un volado ante la vista de los demás.

La competencia en el jaripeo se da desde su origen; los ganaderos han buscado tener los toros de más respeto por su bravura, por su fuerza y por estética también; los jinetes, por su parte, buscan vencer esos ejemplares para engrandecer su historia. Los charros entran al lienzo con sus mejores caballos solo por la satisfacción personal de verse frente a un toro poderoso que le dé la puntuación más alta ante el público que al final lo clasifica como un experto manejador del ganado y que lo hace que surja y se agrande su deseo por competir ante la vista de la gente, que se colma de satisfacción al atestiguar en esta actividad extrema, que nada tiene bajo un guion ni control ya que la fiereza de un toro lleno de mañas nadie la puede predecir.

Ahora después de los argumentos que han surgido entre los que fueron grandes competidores en la época que en verdad se peleaba en el jaripeo, ha surgido de nueva cuenta el tema del reto más grande para el hombre en los jaripeos de la plaza Monumental de Morelia. Y de todo el bajío y la tierra caliente de los estados de Guerrero y México y Morelos; se ha tocado de nuevo la cuestión y epopeya del que se considera el toro fuera de serie de cualquier época y cuando se comenta entre los conocedores del jaripeo, es sin lugar a dudas el As de oros de Huandacareo, al que se refieren.

Ahora, de nueva cuenta me doy a la tarea de desempolvar los apuntes que hace más de 40 años fueron publicados por la empresa de la plaza Monumental, en aquellos sencillos pasquines que de vez en cuando editaban para llevar sus estadísticas y que a la fecha son testimonio de esa historia que se hizo grande y legendaria al perdurar y fomentarse de boca en boca y de persona en persona en aquellas pláticas que sí generaban la expectación que ahora ya se ha perdido para engrandecimiento de las grandes gestas que se hicieron a través de una ardua y ruda competencia.

Y así, hablando de competencia y liderazgo en el tema de los toros de monta, tras consultar en los viejos folletines nos situamos en la historia del jaripeo como espectáculo; cuando vivía su mejor momento en la plaza Monumental de Morelia, en el año 1973. Ya habían pasado 15 desde que esta manifestación llegó a esta gran plaza.

Fue el domingo 1 de abril del año señalado cuando por la puerta de toriles apareció por vez primera un hermoso ejemplar que se destacaba de los demás por su majestuoso porte, su gran peso y alzada y su pelaje rojizo encendido, producto quizás de una cruza de pardo suizo con braman y rasgos de criollo como los que proliferaban en aquella época, todo un cromo, joven quizás arriba de los tres años; toro que trajo El Padre Chema de Huandacareo desde las alturas del cerro de Culiacán, en el bajío guanajuatense. Y ofreció la entonces fabulosa cantidad de 3 mil pesos a quien lograra quedársele arriba; entró esa vez sin nombre propio el toro.

El resultado fue una tumbada, un valiente intentó la hazaña y se convirtió en el primero en la larga lista de los que le rindieron pleitesías; ese mismo año se jugó el 14 de octubre y luego el 27 de enero ya de 1974 y ya le habían puesto a este toro El Nuevo Sol, el estímulo nadie lo pudo cobrar hasta el 28 de abril cuando don Salomón Rojas, le salió al paso y logró mantenerse arriba del majestuoso y joven toro y cobrar los 3 mil pesotes de aquella época.

El 26 de mayo de ese año se caló en sus lomos David Miranda El Llanero de Guerrero y terminó derrotado como en otras posteriores jugadas. Salomón Rojas lo montó de nueva cuenta el 14 de junio y el 27 de octubre para lograr consecutivamente la hazaña de quedarle arriba ante un público delirante, que domingo a domingo seguía en la plaza Monumental, los pasos del toro al que después nombraron “el As de Oros”.

El primer jinete que resultó lastimado por este toro en La Monumental fue El Seto de Celaya, el 8 de junio de1975 cuando el As de Oros, traía en sus lomos si le quedaban cinco mil pesos; a los 8 días “repite Huandacareo” y lo monta Ramiro Shoreque, quien desafortunadamente no lo contaría jamás tras su deceso en el mismo ruedo; posteriormente el toro se fue sin jinete ya que la fama ganada como aniquilador espantaba hasta al más pintado. Después “Pecos Bill”, excéntrico montador de aquella época pidió el toro y en cuantas oportunidades tubo salió directo al hospital resultado de la monta en su desafío; el 14 de marzo de 1976 Arnulfo Martínez, tras buscar la fama y fortuna que defendía el toro que para ese entonces sobrepasaba los mil kilos, encontró su lamentable final.

El domingo 4 de abril, del mismo año el toro como gran competidor, regresó a la plaza de toros Monumental de Morelia, con un premio súper escandaloso para la época, “10 mil pesos” a quien lograra dominarlo, pero el bovino siguió conservando su invicto y lograba al paso de sus presentaciones aumentar la recompensa al jinete que lograra quedarle hasta por 15 mil el domingo 12 de noviembre de 1978.

Fue entre un lapso en que solo los grandes del jineteo ranchero se atrevieron a montarle y que vinieron de diversos estados del país a la plaza Monumental, como Salomón Rojas quien ya no pudo quedarle, Servando Sánchez lo intentó, Ignacio Leal La Changuita y Julio “El Palpa”, así como “el Cable” que vinieron de los estados del sur y solo se llevaron fracturas y un tormentoso recuerdo, por eso en muchas ocasiones el toro se iba limpio sin jinete del ruedo de la Monumental; el domingo14 de enero de 1979 Francisco Valencia terminó sus días en este reto.

El 16 de noviembre de 1980, Salomón Rojas intentó de nueva cuenta lograr la hazaña de quedarle y fue derrotado por el As, un toro que ya entonces acusaba una edad avanzada y se manifestaba en su cambio de color, ya que para entonces se veía gris y encendido en negro en las extremidades; el 16 de diciembre, La Changuita de Santiaguito por fin cobró la recompensa que en más de 6 años nadie pudo quitarle en la plaza moreliana a este torazo; el 1 de febrero del 81 se repite la historia y cobra 20 mil pesos.

El 31 de mayo de ese año se anuncia el ultimo desafió entre ambos en el programa de mano que se repartía por todo Morelia y rancherías y ciudades circunvecinas, ese día el toro ya al estar reparando con su jinete bien montado saltó del ruedo al callejón con todo y “La Changuita” y se atoró de las patas posteriores para caer mal y desnucarse, mientras el hombre logra esquivarlo en la rodada, ahí quedó inutilizado el As de Oros y tuvo que sacrificarse para así terminar su carrera e iniciar una leyenda grandiosa del jaripeo que perdura hasta nuestros días, no solo en la historia de la Monumental donde la competencia estuvo grandiosa, sino de todas las plazas del país, donde este toro inigualable el As de Oros, revolucionó el espectáculo ranchero del jaripeo mexicano.