El once

Las evocaciones de la memoria están marcadas por el lugar que ese pasado va adquiriendo.

Gustavo Ogarrio

La huella homicida de Pinochet y el alcance del asalto al Palacio de la Moneda la mañana del 11 de septiembre de 1973, se resisten a ser museificados y transformados en una dolorosa anécdota que debe ya asimilarse totalmente. Las evocaciones de la memoria están marcadas por el lugar que ese pasado va adquiriendo, ya sea para inmovilizarlo y abrir paso a su museificación, ya sea para su evocación política y cultural como legado que actúa en los momentos de mayor peligro. Augusto Pinochet, militar golpista que se autonombró el “salvador” de Chile ante la “lepra marxista”, también es motivo de una profunda revisión en el Chile de hoy y su lugar en la memoria es el de una omnipresencia como homicida ya incuestionable. Incluso, en algunos sectores extremadamente conservadores, paradójicamente, la figura de Pinochet perdió su condición de “salvador” de la patria al descubrirse en 1996 los desfalcos millonarios del ex dictador, cuando fue detenido en Londres a petición del juez español Baltazar Garzón para ser investigado sobre los asesinatos de ciudadanos españoles durante la dictadura chilena. Una franja importante de la opinión pública que había sostenido una complicidad abierta con la impunidad pinochetista se manifestó indignada, le perdonaban que fuera un asesino en nombre de la salvación de Chile, pero jamás que fuera también un ladrón del erario público. Esta imagen del pasado se volvió todavía más cuestionable e indignante a partir de las protestas del año 2019 en Chile. Al comenzar cierto derrumbe de la imagen neoliberal de Chile, también Pinochet terminó por consolidar su imagen de genocida y de quien le dio sentido a ese modelo económico a partir del terrorismo de Estado. El día de hoy, Pinochet, el neoliberalismo y el terrorismo de Estado se funden en un mismo significado.

PUBLICIDAD