El tiempo

Diciembre dejó un enero herido de muerte. “La pandemia no ha terminado”, dice una voz en la radio que se va transformando en un absurdo: nada ha terminado.

Diciembre dejó un enero herido de muerte. “La pandemia no ha terminado”, dice una voz en la radio que se va transformando en un absurdo: nada ha terminado.

Gustavo Ogarrio

¿El tiempo se detiene? ¿Tuerce la boca? ¿Se marchita antes de renacer? ¿Languidece en la memoria reciente que ya no recuerda el afuera sin tapabocas? Tengo muchas voces adentro, murmullos de sol y silencios de metal que se van acomodando en mí como si estuvieran organizando una procesión. Tengo ya anécdotas que tienen que ver con el tráfico nuevo, las olas contemporáneas del asfalto y esos cláxones que furiosos despiertan del letargo de marzo, de abril, de mayo y de junio…los meses ya viejos de la pandemia, porque los meses nuevos van sepultando el sonido de los pájaros y el silencio implacable y violento de la ciudad en esa quietud de ambulancias y de sirenas que aúllan en una soledad ya domesticada y que se aleja zigzagueando tristemente por las calles y avenidas otra vez desiertas en la noche.

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Diciembre dejó un enero herido de muerte. “La pandemia no ha terminado”, dice una voz en la radio que se va transformando en un absurdo: nada ha terminado, no es necesario repetirlo porque todo se desvanece en la espera. ¿Qué se espera cuando se espera? No lo sé. Creo que nadie lo sabe con certeza. Las vacunas…los abrazos posteriores…otro tiempo sin tiempo... He estado tres veces en cuarentena estricta por haber creído que estaba contagiado. El tiempo va y viene; se cruzan sus símbolos perennes con los pájaros en retirada y con las llamadas que informan sobre nuevos contagios y muertes. El tiempo es esa rebanada de futuro negado, es esa risa tronante que se le escapa en nosotros al miedo, es la rueda de la fortuna, la tensa calma de todos los días. Es la tristeza irrefutable de los que se van. El tiempo, ¿cuándo de verás fue nuestro? A veces creo que el tiempo sólo pertenece a los pájaros, al claxon enfurecido, a esa abstracción que identificamos como enero…al follaje de los árboles y de los edificios, al vacío de estos días moribundos.