Gustavo Ogarrio Ha muerto el primer Papa latinoamericano, Francisco I, Jorge Mario Bergoglio, argentino; se dice que con él ha muerto también el último gobernante peronista. Descalificado y atacado por las corrientes más conservadoras al interior del catolicismo y por los anti-peronistas en la misma Argentina, Bergoglio dio lugar a una manera muy particular de expresar y actuar ante los problemas de la misma iglesia católica y de la crisis mundial en la que estamos atrapados desde hace algunos años. Un Papa sumamente expresivo, asertivo, austero hasta en las mismas disposiciones para su entierro, cuyo carisma y enfoques hicieron voltear a sectores no religiosos hacia el Vaticano. Se toma como ejemplo de la definición política de Bergoglio su posición ante el neoliberalismo, esto en la ya célebre encíclica Fratelli Tutti, en la que denuncia la desigualdad que produce este sistema económico, el individualismo inherente a su hegemonía espiritual, pidiendo el fin del “dogma neoliberal”. Sobre esta relación entre la iglesia católica y el peronismo, sobre la misma dimensión religiosa en la política, no estaría de más, por ejemplo, revisar el libro de Alejandro C. Tarruella, “Guardia de Hierro. De Perón a Bergoglio”, en el que se analiza la construcción de una matriz filosófico-teológica en esa línea que va de la recepción del pensamiento de la filósofa argentina Amelia Podetti a la incorporación de las ideas de Hegel, particularmente del concepto de universalidad y de la irrupción de América Latina en la historia eurocéntrica. Una filosofía de la religión católica, siempre articulada a la acción política basada en la premisa de la “opción por los pobres” planteada por la teología de la liberación, están presentes en la definición de lo que será la figura última de Francisco I. La escritora Mariana Enríquez ha dicho lo siguiente: “Sé que estaba en contra de muchas cosas que me parecen elementales, pero está bien, no le pido a la Iglesia que vaya en contra de su doctrina”.