José Agustín

En la escritura de José Agustín late una batalla que es también un viaje contemplativo de playas como Caleta, en Acapulco, y una inmersión psicodélica en la propia conciencia

Gustavo Ogarrio

José Agustín ha muerto y nos ha dejado a solas con su escritura, con la perturbación sonora de sus descripciones y esas refracciones de tiempo y de espacio, altamente perceptivas, olfativas y tangibles, de sus narraciones. En su obra todo es narrativo y productor de una nueva estética: la alteración y el ataque a la conciencia nacional desde el viaje lisérgico de una generación, esto a través de un lenguaje desopilante y poético, grasoso y audaz, grosero y “alivianado”, preciso en su extravío de mundos: el de antes de los años 60 y el de esa misma generación al que dio lugar con sus textos, movimientos estudiantiles y desobediencias. Parafraseando un pasaje de su novela “Se está haciendo tarde”: no perdían la conciencia, pero tampoco la poseían. En la escritura de José Agustín late una batalla que es también un viaje contemplativo de playas como Caleta, en Acapulco, y una inmersión psicodélica en la propia conciencia; es la laguna de Coyuca en la que dos mujeres pelean a muerte la batalla lisérgica por su propia miseria y destrucción en nombre de la búsqueda de un nirvana de bahía turística: la risa y el horror; el rictus del más allá en el laberinto sideral de los alcaloides triptamínicos, la derrota absoluta del yo ante los propios miedos escondidos en la conciencia domesticada, las posibilidades del infierno en el corazón del edén. José Agustín nos concedió el castigo de habitar un paraíso mucho más cercano, pueril, degradado, infernal, pero absolutamente nuestro; abrió las puertas de una percepción total de una experiencia inexistente para la literatura nacional en ese momento; el intercambio verbal que provenía del coloquio “juvenil” de los años sesenta. Su prosa es un balanceo rítmico y gruesísimo en una lancha “rodeada de árboles y palmeras” que no tienen sentido, una ceremonia alucinatoria cuyo soundtrack nos hipnotiza con su órgano de olas de mercurio.

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