La carta

     Los músicos del espanto ya recogen sus instrumentos, apagan las voces con las que seguramente cantarían el estallido de este magnífico suicidio que es mi soledad. T

Gustavo Ogarrio

Ya habrás hallado la carta en la que sólo soy un lento atardecer, las letras en las que mi alma no tiene remedio y almuerza el sonido de los tambores que sólo atraen los retratos de nadie, la verdad simple de una tristeza definitiva que ya no necesita del artificio para nombrarte en su aullido maligno y sin redención.

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     Sin embargo, daría mi caminar de perro extraviado y fosforescente por un par de miradas tuyas, te entregaría una vez más las claves secretas de este deseo vehemente de morir, me quejaría de la almohada incómoda que no hace más que despertarme para escuchar la indómita llegada de tu respiración en la galaxia de la noche. Tengo que admitir que esto no es más que un carnaval de fantasmas, una mueca sin importancia de la eternidad, una simple ceniza de olvido.

     A estas alturas de mi incendio sin estepa, ya te habrás dado cuenta de que nada de lo que he dicho tiene sentido, tampoco nariz, mucho menos ese contrabando de horas moribundas que hacen verdadera la vida. La cuestión es más simple: es una lástima que tú estés allá y yo aquí. Es una lástima que mi vecino suba el volumen del radio y que yo no haga más que evocar la tarde en la que me enseñaste a atacar la felicidad de la avenida Madero, la estupidez de la comida china, el fulgor de mis mentiras con las que tu sonrisa se volvía una trampa de bestias satisfechas. Es una calamidad que mi cursilería muera de hambre, que tus ojos de tempestad ya no se mezclen con la agria novedad del fin.

     Los músicos del espanto ya recogen sus instrumentos, apagan las voces con las que seguramente cantarían el estallido de este magnífico suicidio que es mi soledad. Te lo tengo que decir: sólo queda la garra de la noche, unos colmillos invisibles que al bajar por la pared de la cocina hacen temblar mi cadáver de araña espeluznante y la absoluta certeza de que nada detendrá tu partida de este infierno disecado por los siglos.

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