No se olvida

Revueltas escribe una crónica del 68 cargada de acentos trágicos y de resonancias míticas.

Gustavo Ogarrio

José Revueltas asume de manera trágica su intervención en el movimiento estudiantil de 1968 y su posterior encarcelamiento en el Palacio de Lecumberri. El Diario de Revueltas, titulado por él mismo con una frase de Goethe, “Gris es toda teoría”, y sus notas durante el movimiento de 68 y la persecución posterior a la matanza del 2 de octubre, es también un registro de esos hechos que van a constituir la experiencia de un Revueltas cronista con resonancias ecuménicas de un profundo dolor que lleva al límite la condición humana ante el exterminio gubernamental de estudiantes: “Pero todo está prohibido, el cielo, la tierra. No quieren que seamos habitantes. Somos sospechosos de ser intrusos en el planeta. Nos persiguen por eso; por ir, por amar, por desplazarnos sin órdenes ni cadenas. Quieren capturar nuestras voces, que no quede nada de nuestras manos, de los besos, de todo aquello que nuestro cuerpo ama. Está prohibido que nos vean. Ellos persiguen toda dicha. Ellos están muertos y nos matan. Nos matan los muertos. Por eso viviremos” (28 de octubre de 1968).

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¿Quiénes son “ellos”, los muertos que matan? Revueltas escribe una crónica del 68 cargada de acentos trágicos y de resonancias míticas, la caracterización de los “ellos” es una simbolización del poder destructivo del Estado. Pero también son los “monos” de la novela “El apando”, esa obra maestra de Revueltas y que también se puede leer, paradójicamente, como la culminación artística de este ciclo revueltiano que forma el arco que va del movimiento del 68 a su último encarcelamiento. Una sociedad del castigo permanente, una metáfora de presidio que sirve para comprender la pulsión carcelaria del Estado: todas y todos presos en el ejercicio de un autoritarismo con rasgos de exterminio que una tarde de octubre de 1968 asesina estudiantes en la Plaza de Tlatelolco.