Origen

Me gustaría pensar que tienes también, como todos los que alguna vez te habitamos, un origen desgarrado.

Gustavo Ogarrio

No sé nada de tu origen. Me gustaría pensar que vienes de una bola de fuego, de un pentagrama desquiciado que te transforma cada mañana en este viejo rinoceronte blanco. Sin embargo, también presiento que vienes de alguna batalla siniestra, encubierta por delirantes historiografías; nacimientos y muertes de epopeya que crecen bajo el caramelo envenenado de nuestras épicas menores. Me gustaría imaginar que tu origen simplemente se anida en el vértigo prerromántico del otoño, en las hojas muertas y en los helados rosas que anuncian pulmonías lamentables de jovencitas cloroformizadas por el día a día de tus infiernos. Me gustaría pensar que tienes también, como todos los que alguna vez te habitamos, un origen desgarrado. Días y noches desfiguradas por el huracán del presente. Palos de ciega y palos de muerta. Esta ciudad lunar fue alguna vez el telescopio por el que miramos a las estrellas batirse contra la nada. Nadie podrá arrancar nuestras serpientes de cobre que nacieron en la lengua de madrugadas imperfectas y en las que el viento negro no tiene patria ni mirada láctea ni ecuaciones amorosas creciendo en los ojos suburbanos. Nadie podrá regresarnos a la fotosíntesis perversa del mediodía o al pie de nuestras plazas repletas de ancianos carcomidos por la estadística y el crecimiento de las balas. Nadie, pero nadie, volverá a engañarnos con la profecía mortecina: “de mil héroes la patria aquí fue”. Seremos infiernos alados. Máquinas de promesas decapitadas. Nuestra verdadera identidad guarda para los que vendrán su caricia de tiniebla, el corazón embrutecido del elefante de cantera y la sangre monocromática de los que nunca fuimos los hijos predilectos del Jardín de la Nueva España.

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