Un río

Este río que ahora nos habita como un pequeño monstruo no tiene nombre, ni ensueños ya que lo guíen hacia otros espantos, ni un cantar de pájaros que lo acompañe en su fluir de muerte. N

Gustavo Ogarrio

Por este río de tinieblas veo pasar el cadáver gigantesco del presente. Es la creciente por la que bajan los primeros frutos de algún pasado, manzanas podridas de un paraíso anacrónico heredado por soñadores de toda estirpe.

PUBLICIDAD

He sentido su rumor de agua sucia y un fluir de gatos moribundos que aúllan sin parar su propia expulsión de las promesas. He tenido alucinaciones y fiebres nada heroicas, madrugadas en las que se confunden en mí las huellas de una fuga masiva hacia el norte en medio del granizo y el eco de los que murieron de repente, sin pausa, sin grito, sin tiempo para el gesto de horror como defensa última contra lo incomprensible. Estoy hablando de la expresión desfigurada de los que fueron borrados por la bota temible de estas guerras inexplicables, como han de ser todas; de los que se repiten como uno sólo en las portadas de los diarios, de los que se va llevando este río de tinieblas del que nunca más les volveré a hablar. Veo también cómo las alucinaciones de las primeras noches urbanas produjeron esas manchas grises en las que se arracimaron miles de casas al borde de precipicios rurales que fueron habitados sin iluminaciones épicas. Veo tantas otras cosas que dejan escapar su vapor amargo y en las que es posible advertir el trabajo silencioso de la noche definitiva.

Es un río tan huérfano de ese comercio de vida, de esa astucia de sobrevivencia en la que los idiomas se cruzaban bajo el resplandor de las miradas insumisas de los comerciantes. Un río sin cantos de sirenas que reclamen sus propios Ulises, sin la cordura que dejaban los atardeceres en los que la sobrevivencia no solamente era un azar de metralla.

Este río que ahora nos habita como un pequeño monstruo no tiene nombre, ni ensueños ya que lo guíen hacia otros espantos, ni un cantar de pájaros que lo acompañe en su fluir de muerte. Nuestro río ha cambiado su atmósfera salobre por pesadillas con olor a venenos irascibles. Su antiguo espejo líquido de transparencia asombrosa ya es ahora la misma noche de miedos pedestres que arrulla todas nuestras especulaciones.

PUBLICIDAD