Vientos moderados

Cuatro niños se tiran una y otra vez al agua justo a un costado de ese faro o chimenea de la que se murmura era parte del barrio El Bajo, demolido en nombre de la construcción de la rambla…

Gustavo Ogarrio

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Hay una voz interior que me dice que en ese primero de enero de 2004 en Montevideo se esconde algo muy importante de los significados de mi vida. Me gusta mirar de vez en cuando el mapa de Montevideo para reconstruir el recorrido que hice en bicicleta. He aprendido bastante de la geografía de esa ciudad en este ejercicio absolutamente secreto de mi imaginación. Después he compulsado mis hallazgos y reconocimientos en el mapa con otras visitas que he hecho posteriormente.

Trato de retener en mí todo el tiempo que puedo la sensación casi ficticia de haber bajado desde el barrio de Reducto por la calle de Millán para tomar San Martín y luego Agraciada y así llegar al Palacio Legislativo; dar una vuelta de vientos moderados alrededor del palacio de tres estilos arquitectónicos como piedras ajenas entre sí, sobrepuestas, esto para dirigirnos hacia la avenida del Libertador que comienza con una boca de dos edificios departamentales…dejarse llevar por la fuerza que hace bajar a las bicicletas en declive hasta sentir la brisa húmeda unas calles antes de llegar a la rambla. Cuatro niños se tiran una y otra vez al agua justo a un costado de ese faro o chimenea de la que se murmura era parte del barrio El Bajo, demolido en nombre de la construcción de la rambla hace más de cien años y lugar donde se presume nació el tango y del cual sólo queda ese ojo vigilante, esa delgada torre de superficie impecable que atestigua todos los atardeceres y la quietud de las aguas. No sé si la bicicleta tenga una filosofía, de lo que estoy seguro es que produce narrativas, historias, relatos, pero también silencios contemplativos a veces contundentes, aliados; en ocasiones casi épicos, en otras diáfanos. 

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