Conversación

La Voz de Michoacán. Las últimas noticias, hoy.

Había buscado en sus palabras un motivo para compadecerme o para dejar de escucharlo. Sólo había huellas hipnóticas para él, pisadas invisibles de vacas de ojos mansos y dulces en su camino rutinario al sacrificio. Palabras tercas que se detenían en las pieles que colgaban del techo en bodegas que replicaban laberintos por los que escurría el hilo de esas sangres amables. Escuché un apellido polaco, quizás Dabrowski… y luego una historia de cueros y zapatos, pieles suaves, abrigos y bolsas; una navaja en el estómago del polaco y un canario huyendo por las calles del puerto.

            De pronto, al doblar en una esquina, ya estábamos entrando en esa guerra de tactos en un viejo bodegón de colores más bien sombríos. Tasando las tiernas pieles con las manos ásperas, curtiendo al adversario con la mirada. En las dos mesas largas las vacas sin alma se terminaban de transformar en negocios afortunados y en bofetadas oportunas para trazar las jerarquías. Cigarrillos largos en la boca, una tensa danza de gestos y de sombreros declinantes. Se bebía y se comía con una espesa y peligrosa asimetría. Dos hombres más bien tristes tocaban tambores al fondo de esa nave que crecía y crecía con cada golpe de vista. Había caballos que no se percibían, muertes antiguas que colgaban de las paredes, las risas exageradas de un gaucho fanfarrón, la mirada condenatoria de un inglés que exigía mejores acabados; velas y candelabros que alumbraban la dureza de ese comercio. Había una fiesta secreta por esos cueros duros ya robados; los combates por ese botín se repetían sin pausa, en un murmullo creciente de voces y de gritos sin alarma. Afuera, las embarcaciones se replegaban para resguardarse de las oscilaciones lunares.

PUBLICIDAD