CIUDAD POSIBLE | Baches malditos, baches benditos

Anteriormente, se instalaban topes para calmar la velocidad en muchas calles. Hoy en día, esa labor la cumplen los baches.

Inés Alveano Aguerrebere

Yo también detesto los baches.  Los padezco mucho más cuando voy en bicicleta, que cuando circulo en auto.  Y me preocupa que nunca acabaremos de resolver ese problema. Es algo así como un círculo vicioso, porque nunca alcanza el dinero para reparar las calles mexicanas que ya existen, y seguimos construyendo más.

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Me acuerdo que desde hace unos 30 años ya decíamos: "Morelia te recibe con los baches abiertos". E imaginábamos con la administración municipal que lograría dejarnos todas las calles lisitas. Supongo que muchas ciudades mexicanas están en nuestra misma situación. Unas en mayor medida que otras: todas tienen baches.

Pero últimamente, que estoy metida en el tema de la seguridad vial, ya no los veo con tan malos ojos.  Le cuento que la Organización Mundial de la Salud declaró el periodo 2010 al 2020, como el decenio de la Seguridad Vial.  Y a nivel mundial, se estableció la meta de reducir a la mitad el número de muertos y lesionados por siniestros viales.  El año 2020 llegó con todos sus sinsabores, incluyendo la noticia de que no se cumplió esa meta.  Se lograron evitar algunas muertes, sí, pero no todas las que se habían planteado.

Lo más triste de todo, es que muchos países no tuvieron la oportunidad, la osadía o la voluntad acompañada de recursos, para invertir en la búsqueda de cero muertes por accidentes viales. Sin embargo, le apuesto un puñado de frijoles mágicos, a que los baches ayudaron mucho.

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Anteriormente, se instalaban topes para calmar la velocidad en muchas calles.  Hoy en día, esa labor la cumplen los baches.  Lo mismo en la ciudad, que en fuera de ella.  Me atrevo a asegurar que, en muchos países del 3er mundo, en que las muertes han disminuido ligeramente, mucho se debe a los baches. Y es que no se antoja ir rápido, en una calle llena de ellos.  La velocidad no sólo acaba con las vidas de personas a pie y en bicicleta, sino también con los ocupantes de vehículos, sean conductores o pasajeros, niños y adultos.  Entonces, si no podemos ir rápido, todos los usuarios de las vías están más seguros.

Pero el repavimentar calles y carreteras, sin volver a instalar los dispositivos de control de la velocidad en los tramos que se requieren, es retar a la muerte.  Es invitarla a nuestras ciudades y nuestras carreteras, vestida de exceso de velocidad. Nuestros gobiernos de los tres niveles, los responsables de proteger nuestra salud y nuestra vida, atentan muchas veces contra ella porque sus intervenciones en favor de la movilidad, descuidan la seguridad vial.

Ya es tiempo de que volteemos la mirada a otras formas de hacer ciudad, para que lo que hagamos en un tema, no perjudique en otro. Las muertes por siniestros viales no son la consecuencia del desarrollo económico. Son el resultado de nuestra obstinación en mover vehículos, en lugar de concentrarnos en disminuir la necesidad de trasladarnos para acceder a los bienes y servicios cotidianos.  

Mientras lo logramos, gracias a los baches, por mantenernos con vida. Y en las calles y carreteras repavimentadas, ¡sálvese quien pueda!