CIUDAD POSIBLE | La ciudad que nos abraza

Varios años vivió en el centro, y estoy segura que, al caminar hacia el mercado, o el pan, la tortillería y demás actividades, con más de una persona se paraba a conversar.

Inés Alveano Aguerrebere

Esta semana, mi fan número 1 cumple años. Ya 86. Y dado que ha sido uno de mis motores para seguir escribiendo, le dedico mi colaboración de hoy.

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Los recuerdos que tengo de ella son muchos. Las posadas organizadas en casa de sus papás son algo que disfruté a mares. Creo que ahí conocí las tradicionales: convivencia, cantos (voces lindísimas y afinadas), arrullo del niño Dios, colaciones, atole, ponche, etc. (Hablando de comida, siempre ha cocinado delicioso. Con ella probé el aspic de atún, entre otras maravillas culinarias).

Varios años vivió en el centro, y estoy segura que, al caminar hacia el mercado, o el pan, la tortillería y demás actividades, con más de una persona se paraba a conversar. Su sonrisa y su voz afable son lo primero con lo que se topan amigos, conocidos y extraños. Ella experimentó la ciudad caminable mucho antes de que yo llegara al tema de la movilidad.

Dirigió una juguetería por un tiempo. Yo llegué a pasar tardes enteras con ella. Y los juguetes tradicionales que vendía, eran mi fascinación. Desde pistolitas de madera con ampolletitas de pólvora, hasta matracas, sonajas y juegos de té.

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Cuando se cambió de casa, muchas de sus actividades siguieron siendo a pie, o en transporte público. Recuerdo que me llamó mucho la atención saber que iba a nadar. Y es que siempre parecía estar al servicio de los demás: su esposo, su hija (y luego su nieta), sus clientes, cocinando y atendiendo la casa.

Si me pidieran describir a Chelita en una sola palabra, diría “cuidadora”. Una persona que alimenta el cuerpo, pero también el espíritu. Una de mirada y palabras dulces, aunque seguro que también firme. Una que contagia el regocijo. Una siempre atenta a las necesidades de sus seres amados.

Creo que, si se tomara su personalidad y su esencia, para hacer una ciudad, sería mi ciudad ideal. Una que pone la sostenibilidad de la vida y los cuidados al centro de las formas urbanas. Una ciudad que te cuida, te deja cuidarte, te permite cuidar a otras personas y cuida el entorno. Una ciudad más justa social y ambientalmente. Una que considera que la vulnerabilidad es una característica innata de las personas. Una ciudad cuyo papel es proporcionar un soporte físico adecuado para satisfacer la red compleja de cuidados que es necesaria para sostener la vida.

Específicamente esta ciudad sería una que le apuesta a la reducción paulatina del dominio de los vehículos motorizados. Restringir el número de coches significa que las políticas públicas están comprometidas con la movilidad sostenible, fomentando una red de transporte público asequible y accesible, tanto en las estaciones de transporte como en los vehículos y conectada con una amplia red peatonal y con diferentes espacios (productivos, reproductivos, espacios de ocio, deporte…). Una cuyo modelo de transporte público no penaliza ni a las personas que viven en las periferias de clases trabajadoras, ni a las personas que se desplazan para hacer actividades no productivas, o fuera de los horarios convencionales de jornada laboral.

Una que prioriza la movilidad sostenible, a pie y en bicicleta. Una cuyos edificios tienen comercios y equipamientos en las plantas bajas y cuyas calles tienen elementos urbanos como bancos, sombras, fuentes y señalización que facilita caminar.

La ciudad que sería Chelita es favorable para el bienestar. Ella sería una ciudad que nos abraza.