Las personas al centro

Poner a la persona al centro y quitar el estatus de los autos como sujetos merecedores de derechos, es fundamental para darle la vuelta a muchas cosas.

CIUDAD POSIBLE

Inés Alveano Aguerrebere

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Este año tengo una mezcla entre optimismo y pesimismo. Lo primero por las posibilidades y lo segundo por la realidad cotidiana. Aún creo que muchos cambios positivos serían posibles con relativamente pocas acciones, y, sin embargo, seguir recibiendo noticias de muertes por hechos viales me mantiene con los pies en la realidad que nos rebasa.

Dos mujeres jóvenes (quizás madres) murieron en la víspera de Reyes Magos, cuando el transporte en el que se dirigían a la pizca de fresa fue golpeado a gran velocidad por un camión (aparentemente de la misma empresa). Dos hombres jóvenes murieron el fin de semana después de estrellar su vehículo subiendo por el “Ramal Camelinas” en Morelia. Se presume que el alcohol (además de la obvia velocidad) estuvo presente. Cuatro muertes, y al menos el mismo número de familias con dolor y duelo, que pudieron evitarse.

No quiero aburrirle mencionándole el enfoque sistémico de la seguridad vial, que mira más allá de las responsabilidades individuales. No quiero insistir que a nivel mundial ya se sabe qué deberíamos hacer para detener esas muertes de personas jóvenes y saludables. Tampoco quiero recordar la relación entre la forma de hacer ciudades y las muertes por hechos viales.

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Quiero que me ayude a imaginar el futuro si nos concentráramos en los municipios pequeños. (Esos son mi nueva esperanza). Para cambiar el mundo municipio por municipio. Particularmente, si dejáramos de tratar al peatón como ciudadano de segunda, y al vehículo como ciudadano. ¿Cómo sería la vida en Álvaro Obregón, Chucándiro, Indaparapeo, Santa Ana Maya, Tzitzio, Purépero, Sahuayo, Zamora, Pajacuarán, Tangancícuaro, Jiquilpan, Jacona, Chilchota, Chavinda, Cojumatlán, Marcos Castellanos, Ecuandureo, Venustiano Carranza? ¿Dejaría la gente su municipio si le brindara calidad de vida? Imagino gente caminando por la calle, en sus ocupaciones. Atendiendo sus negocios, paseando, comprando. Y los vehículos a las orillas de las localidades. O quizás sólo circulando en las calles principales. Calles arboladas, llenas de bancas para estar. Para tomar el fresco. Con niños y niñas jugando después de hacer la tarea. Personas conviviendo con sus semejantes. Localidades vibrantes. Sin ruido, ni humo.

¿Cómo sería la vida en Jungapeo, Zitácuaro, Tacámbaro, Churintzio, Puruándiro, Villa Morelos, Yurécuaro, Penjamillo, Pastor Ortiz, Buenavista, Aguililla, Coalcomán, La Huacana, Lázaro Cárdenas, Coahuayana y Aquila si dejáramos de venerar al vehículo motor como un Dios? ¿Si lo viéramos sólo como una herramienta útil en algunos casos, y como un estorbo roba-espacio vital en otros? ¿Si permitiéramos que sólo los vehículos de motor utilitario hicieran sus cosas, y olvidáramos la absurda idea de que el auto nos da estatus? ¿Si entendiéramos que es sólo un medio para un fin? ¿Si lo dejáramos de ver como el “default” para todos los viajes intraurbanos? ¿Si dejáramos de ver a la bicicleta y al transporte público como patitos feos? No es sólo cuestión de salvar vidas. De disminuir los momentos en que alguien expone su vida en el trayecto rumbo al trabajo, o después de cenar unos tacos acompañados de cervezas. También se trata de ampliar oportunidades. Ofrecer alternativas. Sanar lugares. La seguridad pública no se consigue con más policías o más vigilancia. Se logra con más bienestar social.

Poner a la persona al centro y quitar el estatus de los autos como sujetos merecedores de derechos, es fundamental para darle la vuelta a muchas cosas. Calidad de vida y seguridad son apenas el inicio. Recuperemos las calles, la vida, el bienestar para las personas. Seamos realistas, pidamos lo imposible.