Los riesgos fatales de la adolescencia

Me pongo en los zapatos de esas familias.  Imagino la desesperación que deben estar viviendo. La conmoción, lo inconcebible, la negación, la rabia, la pena, el dolor… La impotencia.

CIUDAD POSIBLE

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Inés Alveano Aguerrebere

La adolescencia, una de las etapas más temidas por padres y madres. Puede citar rebeldía, desorden, falta de aseo, barritos, hambre sin fin, cambios físicos y de humor, como causa de desazones individuales y familiares. Pero en nuestro imaginario colectivo, nada va más allá de incomodidades y pleitos.

¿Cuántas personas prestan el auto a sus bendiciones de 15 años de edad?  Imagino que sólo las familias que tienen la posibilidad de un segundo o tercer auto, influidos tanto por la capacidad económica, como la falta de tiempo de llevarlos y traerlos a todos lados. (Evidentemente el transporte público es una opción, pero no es seriamente considerada por ciertas clases sociales).

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En una preparatoria en Morelia, pude notar que son más los varones adolescentes, los que son “beneficiados” con el vehículo propio para sus trayectos cotidianos.  A las mujeres quizás por razones de seguridad pública no se les sueltan el auto. La ironía, es que por procesos tanto biológicos, como sociales, los hombres suelen tomar más riesgos.  Por lo mismo, se accidentan más.

Escribo esto porque siento desgarrado el corazón. Al menos cuatro familias están padeciendo el horror de perder a sus hijos, o tenerlos gravemente heridos por un siniestro vehicular. En días pasados, cuatro adolescentes de 15 años de edad sufrieron un accidente fatal a las 11:30 am cerca de su preparatoria en Querétaro.  Dos de ellos murieron, incluyendo el conductor. Manejaban a 180 kilómetros por hora (lo digo en plural porque la influencia de los pares es muy potente a esa edad). Ejemplos de adolescentes muertos en auto o en moto abundan en Querétaro, en Michoacán y en toda América. 

Me pongo en los zapatos de esas familias.  Imagino la desesperación que deben estar viviendo. La conmoción, lo inconcebible, la negación, la rabia, la pena, el dolor… La impotencia.  No se puede dimensionar el remordimiento de haber hecho las cosas de manera distinta, haber hablado con sus hijos, lo necesario para que estuvieran vivos, sanos.  E independientemente de los gastos hospitalarios que pueden ser catastróficos, no alcanzo a dimensionar el vivir con el recuerdo.  

Ya he escrito aquí la importancia que tiene la infraestructura, el diseño vial.   Se tiene registro de múltiples accidentes relacionados con la velocidad en la avenida en la que los adolescentes chocaron.   En ninguna vía urbana, ni cercana a centros educativos, de salud, vivienda y servicios debería ser físicamente posible ir a 180 kilómetros por hora, vamos ni a más de 50. Pero eso está fuera de nuestro alcance como padres y madres de familia.

Lo que sí podemos hacer como padres y madres, es tener conciencia de los riesgos altísimos que pueden significar prestarles un auto a los 15, 16, 17 años de edad.

Lo que he aprendido de un amigo experto en seguridad vial, Paco de Anda Orellana, es que los jóvenes suelen accidentarse mucho más que los adultos. La primera razón es la falta de madurez biológica. El precortex-frontal del cerebro es la parte donde se desarrolla la sensibilidad al riesgo.  No termina de madurar hasta los 22 años. Cuando somos jóvenes no medimos el riesgo. Y eso nos hace tomar decisiones equivocadas. Además, están en un proceso de integración social, lo que los hace muy propensos (sobre todo los hombres) a querer pertenecer. Este deseo los empuja a “lucirse”, por ejemplo, elevando la velocidad, a realizar maniobras bruscas, a rechinar llantas...  La tercera razón es la falta de experiencia.  Cuantas más “horas de vuelo” un conductor es mejor conductor.

En países más preocupados por disminuir las muertes y lesiones por accidentes viales, los jóvenes de entre 16 y 18 años sólo pueden conducir acompañados por un adulto, y en plena luz del día. Después, pueden conducir solos, pero sólo de día, y de noche sólo acompañados por un adulto.  En esos países, el estado otorga “licencias graduales”.  Como México parece estar a “años luz” de esas políticas, lo mejor que podemos hacer como familias, es decidir seguir esas recomendaciones… Mi sugerencia es que evitemos dar permisos de manejo a menores de edad. Mejor empezar a los 18 años para evitar tragedias relacionadas con nuestros adolescentes. Háblenlo en las escuelas, compártanlo con los papás y mamás de los compañeros de sus hijos. No esperemos a otra tragedia más.