El plan b de la reforma electoral

Nuestras sociedades son plurales, heterogéneas; hay muchas y muy variadas formas de pensar. Eso requiere que mayorías y también minorías estén representadas donde se toman las decisiones.

Jaime Darío Oseguera Méndez

Jesús Reyes Heroles uno de los políticos más inteligentes de la historia política en México dijo a mediados de los setenta, previo a la selección del candidato presidencial del PRI en aquella época, que cuando se trata de decisiones políticas importantes, primero debería estar el proyecto y después las personas. Primero el programa y luego el hombre.

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Expresa nítidamente que son más importantes las ideas, los programas, las instituciones que las personas, quienes pueden fallar, engañar, mentir o simplemente aparentar para ser electos en un sistema donde cada vez más, el fin justifica los medios.

El sistema de representación política pasa por una grave crisis en el mundo. Afecta tanto a los subdesarrollados como a los más industrializados. Tiene que ver con los altos niveles de ineficiencia y corrupción que se observan en el ámbito del gobierno en casi todos los países del mundo.

Podríamos decir que el sistema de representación es un “mal necesario”. No hay forma de que se reparta el poder sin equilibrios que eviten excesos, excentricidades u ocurrencias: primero el programa después el hombre.

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Nuestras sociedades son plurales, heterogéneas; hay muchas y muy variadas formas de pensar. Eso requiere que mayorías y también minorías estén representadas donde se toman las decisiones.

Es decir, el ciudadano no se siente tan bien identificado con los representantes que elige, lo que lastima de fondo el sistema democrático. En cierta forma los ve alejados, como parte de una élite.

La baja credibilidad en los políticos, afecta la calidad de la democracia, de hecho pone en riesgo su existencia. Esto es así, fundamentalmente por al menos dos razones: son caros los procesos electorales y, haciendo cuentas es muy bajo el nivel de eficiencia de los políticos electos. Se han vuelto poco confiables.

La confianza es el elemento central en el funcionamiento de las instituciones y los procesos políticos. Dicho al revés, donde no hay confianza o aumenta la desconfianza, no hay progreso ni producción ni desarrollo.

Ahí está la justificación de este ímpetu por cambiar las instituciones electorales; dejar huella, marcar el territorio. Cuando se cambia el sistema, de fondo está el interés por conservar o ganar el poder.

Esta semana se rechazó la iniciativa de reforma constitucional del Presidente López Obrador, pero de inmediato presentó el llamado plan b para modificar otras leyes secundarias con su mayoría simple. No descartamos que en este proceso se logren acuerdos para reformas constitucionales parciales una vez que le rechazaron la propuesta para desaparecer el INE.

Se comenta que sigue en el interés de Morena cambiar la forma de elección de los diputados, para que en lugar de ser electos por distritos, lo sean por medio de una sola boleta en cada estado donde aparezcan todos los candidatos de cada partido.

Actualmente la Cámara de Diputados se integra por 300 diputados electos por votación directa de mayoritaria relativa y 200 electos en circunscripciones plurinominales.

Lo que ha planteando el gobierno derivaría en los siguientes cambios:

Primero, desaparecer los distritos electorales, lo cual puede modificar nuestra forma de hacer política. La pretensión es que cada partido registre una lista de ciudadanos por estado para que los electores voten. No sabemos si habría jerarquías o si será posible distinguir si uno de los candidatos de la lista tiene mayores preferencias que otros.

Es un sistema absolutamente elitista, en el que sólo se van a beneficiar las cúpulas de los partidos.

Es como volver plurinominal todo el sistema. Será un error retomar esta iniciativa, porque justamente la desconfianza se produce por el alejamiento y la distancia del elector con sus representantes Hoy hay candidatos que, mal o bien, salen a hacer campaña en sus distritos y “raspan la suela”. A esos los conoce la gente, son a los que se les puede reclamar su trabajo.

Lo mejor de la propuesta es que desaparecen las plurinominales porque como ya se dijo, ahora todos son de lista, ¿Quiénes van a aparecer en los primeros lugares de las listas? Obviamente las élites y dirigencias de todos los partidos. En todos es lo mismo. No se diga entre los partidos satélites de los gobiernos en turno. Son los mismos de siempre porque nunca han podido ganar una votación; ni siquiera compiten. No se exponen a las elecciones ni al señalamiento de los votantes; al contrario, esperan pacientemente a que otros hagan campaña para recibir los beneficios a través de las listas.

Vamos a ver que es lo que retoman de esta iniciativa en el plan b.

Todo es un problema de diagnóstico. La crisis del sistema de representación tiene que ver con la manera en que el ciudadano percibe a su representante popular en el legislativo. No hay que desaparecer los distritos, sino hay que comprometer a los elegidos.

Si lo que se pretende es que cada partido tenga el mismo porcentaje de votos que de legisladores, una opción es que haya una gran bolsa de cien diputados, a elegir, entre los mejores segundos lugares de cada partido que hayan competido en los estados. Así, si un partido tiene el diez porciento de la votación pero no ganó ningún distrito, se le asignará el diez porciento de los diputados de entre aquellos que compitieron y que quedaron en los mejores segundos lugares.

Hay que privilegiar la campaña directa y el contacto con la gente para que el ciudadano pueda decidir con base en la cercanía. El esquema de votación por lista es centralista, inhibe la movilidad política y no ataca el problema de fondo: acercar a los políticos con la gente en sus problemas, en la colonia, la escuela, el centro de trabajo.

Definitivamente habrá que disminuir los diputados plurinominales. Acabar con ese sistema que es elitista, antidemocrático, centralista y en el fondo arcaico para las condiciones de alternancia real en la que nos encontramos.

Veremos cómo funciona el plan b de la reforma electoral.