Remesas y pobrezas

Las remesas constituyen una parte importante para las personas de bajos recursos en México, pues atienden los principales tipos de pobreza que existe entre la población.

Jaime Darío Oseguera Méndez

En este mar de lágrimas, donde las malas noticias abundan y las buenas escasean, ha resultado un bálsamo para la economía de nuestro país, el informe de que el dinero enviado por los mexicanos en Estados Unidos va a romper su máximo histórico y se va a ubicar por encima de los cincuenta mil millones de dólares en el país.

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Hemos platicado antes en este mismo espacio, como esas remesas se convierten en el más importante paliativo para la pobreza y marginación en muchas regiones de México.

En la literatura sobre el tema, es muy común hablar de las diferentes dimensiones de la pobreza. Es decir, para entender y tratar de resolver el problema, hay que desmenuzarlo. Hay varios tipos de pobreza: alimentaria, patrimonial, educativa, laboral, de acceso a servicios. Aquella idea de que la pobreza sólo se identificaba por los bajos niveles de ingreso monetario ha evolucionado de manera diametral.

Hemos ido discutiendo el tema del bienestar y desarrollo con tal profundidad que hoy, quien pretenda resolver el problema de la pobreza solamente dando dinero a la gente, está totalmente perdido.

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Proponía AmartyaSen, uno de los grandes en la literatura del tema, Nobel de Economía, distinguir entre “capacidades” y “realizaciones” de los individuos, es decir, las carencias, deficiencias o ausencias de éstas, para establecer políticas que mejoren la calidad de vida de las personas en todos los ámbitos: ingreso, alimentación, nutrición, salud, educación, etc.

No es suficiente, por ejemplo, solamente de aumentar en nivel de ingreso de las personas creando empleo, aunque es lo ideal en un primer momento, si no existe un sistema de salud o vacunación universal.

Que pasaría en un lugar con grandes condiciones de producción agrícolapero los campesinos no tienen acceso a servicios públicos, educación o patrimonio. Podrán ganar bien pero tener carencias sustantivas con un bajo nivel de bienestar.

De manera que esos varios tipos de pobreza se agrupan en tres grandes campos: la de ingresos, la de necesidades básicas insatisfechas y la de falta de capacidades.

Por eso son relevantes las remesas, más allá de la cantidad que es fabulosa para un país y estado como el nuestro, porque mitiga las presiones que tienen los gobiernos para eliminar la brecha de desigualdad.

En lo que se refiere a la pobreza laboral, las remesas actúan siendo un paliativo para quienes no tienen empleo, quedan temporalmente desempleados o los jubilados que no les alcanza el ingreso. Quienes tratan de ingresar al mercado laboral pero no tienen los medios suficientes para aguantar salarios bajos. También está medido que las remesas son una forma de apoyo para el inicio o el sostenimiento de negocios familiares que requieren de insumos para funcionar.

En vastas regiones donde se niega el acceso a las mujeres al mercado de trabajo, las remesas son un real mecanismo de subsistencia ante las condiciones de precariedad, marginación y discriminación contra las mujeres.

La pobreza de necesidades básicas insatisfechas, como salud alimentación y educación, seguramente sería más dramática sin las remesas.

La pobreza alimentaria, la más denigrante que notablemente existe en el país, seguramente es paliada con los recursos de las remesas porque, aunque no llega dinero solamente a los más pobres, es a ellos a quienes les sirve más. Suena dramático pero las remesas contribuyen a satisfacer las necesidades alimentarias básicas de los núcleos de población marginados.

La falta de acceso a la salud hoy en pandemia seguramente ha sido paliada con las remesas. No sólo de quienes cayeron en las redes del COVID, sino de todos aquellos que han dejado de atenderse, ir a hospitales a revisión, o quienes retrasaron cirugías y procedimientos médico quirúrgicos. Muchos de ellos han optado por atenderse en la medicina privada y lo hacen teniendo ingresos de remesas.

No se trata de sobre dimensionar el alcance del dinero que viene de Estados Unidos, porque efectivamente hay miles de familias a quienes no les llega o no les transforma la vida, pero un porcentaje importante de la población, principalmente en el sector rural, se beneficia con este fenómeno derivado del proceso migratorio.

La pobreza patrimonial que casi siempre es consecuencia de las otras, es notablemente una de las dimensiones en las que más ayudan las remesas. Miles de viviendas en la zona rural de Michoacán se construyen anualmente o se remodelan gracias a las contribuciones de quienes mandan dinero para sus familias. El sector de la construcción en escala mínima, en los pueblos, vive y se mantiene en gran parte gracias a estos recursos.

En la pobreza de capacidades se encuentra destacadamente el acceso a la educación. Habrá que estudiar con detenimiento cuantos estudiantes se mantienen en la escuela, a todos los niveles, a causa del apoyo que les llega desde Estados Unidos.

Falta analizarlo más, junto con otros fenómenos. Hay quien dice que los aumentos tan notables en las remesas, los genera la delincuencia organizada que cada vez más usa canales financieros de menudeo para transportar el dinero de regreso. No se sabe, pero en Michoacán el dinero que mandan los migrantes representa una cantidad mayor que todo el presupuesto de un año del estado.

Hace algunos meses cuando se anunció el aumento de las remesas se creó un falso debate: ¿Tenemos que festejar o no que haya un aumento en las remesas? Es una discusión mal informada para no decir que absurda. Sería importante aprovecharlas al máximo.

Aunque no es un fenómeno de beneficio exclusivo para los pobres, lo central es identificar que las remesas les pegan a las pobrezas. Antes hasta se construía obra pública con ese dinero en las comunidades. Los migrantes se siguen organizando cuando vienen y, desconfiados de los gobiernos, realizan obras de beneficio colectivo en todo Michoacán. Hoy no tenemos mucho de que presumir, pero sin esas remesas, serían aún más dramáticas nuestras pobrezas