Las huellas de Querétaro

Hoy se centra la atención también en la batalla campal, absurda, de total barbarie que observamos en el estadio de Querétaro y nos pone en alerta muy puntual sobre los otros ámbitos donde se generaliza la violencia.

JAIME DARÍO OSEGUERA MÉNDEZ

Es lamentable ver como la violencia se generaliza en el país. Ya no sólo se encuentra en el ámbito de lo estrictamente criminal hablando de la delincuencia organizada o la común,  que lastima generalmente a los habitantes de colonias, en los asaltos, transporte público, el robo de autos y otros delitos.

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Hoy se centra la atención también en la batalla campal, absurda, de total barbarie que observamos en el estadio de Querétaro y nos pone en alerta muy puntual sobre los otros ámbitos donde se generaliza la violencia.

Esta situación es particularmente preocupante en un estadio de futbol, entre los seguidores de los dos equipos, en medio de familias con muchos niños y mujeres que van a divertirse a un espectáculo público en el que teóricamente deberían estar a salvo, protegidos tanto por la seguridad pública del estado y municipio como por los cuerpos privados de seguridad o policía auxiliar que tienen protocolos para el uso de la autoridad más que de la fuerza.

Ya desde hace tiempo hubo señales claras de los problemas que presentan los estadios ante el enfrentamiento de las barras. Si no se garantiza la seguridad en los espectáculos públicos más populares en el país realmente estamos cayendo en un extremo de bestialidad sin reversa.

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Primero porque los equipos mismos han promovido y alientan este tipo de grupos, barras, porras, clubes de fans o grupos de animación como pomposamente les llaman ahora. Les permiten y facilitan el acceso al estadio en lugares preferentes, pagan en muchos casos los traslados a otras ciudades, pero ahora se sabe que no supervisan su entrada a los estadios, sí consumen alcohol u otras drogas y sí llevan algún tipo de arma.

Esta costumbre de las barras, importada de Sudamérica particularmente de Argentina, crea un ambiente propicio para la violencia a partir de la rivalidad de la competencia. Los equipos tendrían que llevar un control con acreditaciones de quienes son los que accesan y si sus conductas son las adecuadas.

No sabemos si los estadios tienen medidas de control como cámaras en lugares estratégicos y formas más prácticas de separar y aislar a los rijosos en zonas donde no se puedan agredir.

El lenguaje colectivo también juega en detrimento de la tranquiidad en la liga o los estadios. Cuando uno escucha a los comentaristas televisivos discutir, airadamente sobre cosas absurdas de tal o cual equipo o jugador, es claro que también contribuyen a la crispación general que se expresa al día del juego.

El lenguaje violento, polarizante de los políticos en general, forma parte sin duda de este ambiente enrarercido que enfrenta a los aficionados mientras las élites de dueños se reparten jugosass ganancias.

En el estadio de Querétaro casi todo salio mal. Al menos fuera de control. La falta de seguridad, el descuido de las barras, la infraestructura insuficiente. La masa se despersonaliza, se transforma en un ente colectivo que piensa muy distinto en conjunto, a diferencia de su manera de actuar indifvidual. Freud lo explica muy bien en su “Psicología de las masas”, la masa hace cosas que no harían los individuos cotidianamente. Muchas veces se vuelve irracional y actúa de manera impulsiva porque adquiere una sensación de fuerza que no tiene en lo individual; en la masa nadie es responsable de los actos de los demás.

La tragedia en Querétaro pudo ser aún mayor porque un estadio con miles de personas es absoutamente incontrolable y además la policía no actuó. O no lo hizo adecuadamente y en este asunto tienen gran culpa los clubes de futbol quienes por hacer más grande su negocio no contratan personal suficiente y capacitado para estas contingencias.

Parte de la justificación de la salida del equipo de Morelia de la ciudad, fue justamente porque los clubes piden dinero a los gobiernos para atender tareas que deben estar consideradas en sus costos. Mientras más ahorren, obtienen jugosas ganancias.

Habrá que revisar también el otro gran negocio de los estadios que es la venta de cerveza. En muchos lugares del mundo ya no se venden bebidas después del primer tiempo o están totalmente prohibidas desde el inicio. En casi todos lo estadios de beisbol se deja de vender desde la séptima entrada de manera que al final del encuentro, la propensión al pleito es mucho menor.

Si como decía César Lus Menotti, de las cosas menos importantes, la más relevante es el fútbol entonces debería haber más control, más cuidado y certeza de lo qué pasa en ese ámbito que genera pasiones y un gran mercado económico para los dueños.

No le falta razón al Presidente López Obrador cuando dice que hay que moralizar al país. Es decir, se ha convertido en un problema de cultura colectiva y de conciencia personal. Sin embargo, este reconocimiento a la necesidad de cambiar nuestras actitudes, no es suficiente.

La televisión sigue siendo una fuente central de imágenes violentas en los jóvenes, y del famoso “aspiracionismo” mal entendido que provoca el interés de ganar dinero a toda costa, antes que pasar la vida trabajando sin resultados.

Hemos dicho que la cohesion social se logra por varias vías y creo que no se ha estudiado lo suficientemente el hecho de que la pandemia nos alejó de las escuelas, universidades y la socialización en los centros de trabajo.

Querétaro exhibe nuestras grandes deficiencias en materia cultural. No podemos generalizar, pero ya habíamos visto a los seguidores de Tigres contra los de Monterrey en las atropellándose; a los de Pumas contra América enfrenándose en las calles de la CDMX. Es el momento de parar estas acciones antes de que haya otra tragedia colectiva de otras dimensiones.

Todo cuenta: el discurso, las imágenes, los controles, la acción policial, la polarización de la política, la video violencia y más aún, algo en lo que no se ha reparado, la frustración de no tener un futuro claro, promisorio por parte de miles de personas que encuentran en el esstadio tal vez el único escape a su terrible realidad.