Las rejas de Ciudad Juárez

Para empezar, el hecho de que haya un convoy con decenas de hombres armados que lleguen a la cárcel en plena luz del día, transitando libremente, habla de un deterioro colosal de la seguridad púbica en aquella ciudad: está controlada por la delincuencia.

Jaime Darío Oseguera Méndez

De vez en cuando, con penosa regularidad, los centros penitenciarios nos hacen recordar la sórdida realidad en que vivimos.

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La semana pasada en Ciudad Juárez, un comando fuertemente armado asaltó el penal a sangre y fuego dejando 19 muertos entre los que se cuentan diez custodios que se encontraban de guardia en un día de visita familiar.

Para empezar, el hecho de que haya un convoy con decenas de hombres armados que lleguen a la cárcel en plena luz del día, transitando libremente, habla de un deterioro colosal de la seguridad púbica en aquella ciudad: está controlada por la delincuencia.

La paradoja para el ciudadano es que cualquier persona que se pase un alto, no traiga placas o se le olvide el cinturón de seguridad, es sujeto de la vigilancia y castigo de las policías encargadas del primer contacto; entonces cómo es posible que se muevan con tanta prepotencia vehículos con gente armada hasta los dientes, lleguen a un penal, lo asalten, maten custodios, saquen a sus cómplices y escapen.

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Treinta reos se fugaron en el operativo; en realidad fueron rescatados por la delincuencia bien organizada, con capacidades logísticas, información, armamento, telecomunicaciones. Es absolutamente inaudito. Ni en las películas policiacas se ve una novela tan atroz y violenta. La realidad que supera lastimosamente a la ficción.

La información que se difunde es que las autoridades saben perfectamente quienes son los delincuentes internos y externos, conocen de su peligrosidad. De hecho ya habían tenido un motín recientemente y no se puso atención, siguió la omisión, hasta que explotó la bomba.

Hoy ya después del niño ahogado, llegaron cientos de custodios, guardias, soldados, marinos y demás cuerpos de seguridad a una ciudad que tiene años gritando por tranquilidad.

Los gobiernos van y vienen y no hay cambio en este tema. Siempre ha sido motivo de preocupación pero con poca acción y habrá que conocer la razón. Tal vez resulta redituable para algunos que las cárceles subsistan de esa manera, como un gran negocio.

La evolución del derecho penal desde hace más de cien años, produjo la idea de eliminar el suplicio personal contra los infractores, suponiendo que somos una sociedad racional, un estado moderno que en lugar de castigar ejemplarmente debería reinsertar en la sociedad a quienes se apartan de la norma. Suena bonito pero no ha sido así. Ni se castigan los delitos ni se readapta a los delincuentes. Hay que reconocer que el sistema penal es un fracaso.

No recuerdo que haya habido una tragedia de esta magnitud, con esa masacre. Hace algunos años, aquí mismo en Morelia, se vivió una situación profundamente penosa, triste, deplorable, en la que murieron algunos custodios y pasantes de servicio social de los juzgados penales a manos de internos que se hicieron de armas y se mataron entre sí.

A veces las cosas se definen por lo que no son. Así podemos decir del sistema penitenciario en México.

No es nuevo, más bien podríamos decir que es bastante común la violencia, independientemente de que vivimos en sociedades donde el concepto de prisión ha evolucionado hacia la readaptación social. No es cierto, la prisión es una marca; estigmatiza. Hoy lo que vemos a través de estos motines es lo más primitivo del mundo.

No es cierto que hayan desaparecido los suplicios contra infractores: la prisión es el peor suplicio para los inocentes, los pobres, los débiles.

Las cárceles no son un espacio de readaptación social. Absolutamente falso. Son más bien escuelas del crimen, donde quienes por error, culpa o pobreza son internos, tienen que someterse a las más arduas pruebas de violencia, vejaciones y maltratos.

El de readaptación no es un sistema. Solamente tiene el nombre pero es una cadena de terror para todos los involucrados: custodios, directivos, juzgadores y detenidos. Son islas de criminalidad. Entre la burocracia extrema y las formalidades jurídicas, se encuentran internos cientos o tal vez miles de inocentes que conviven con los grandes delincuentes.

No existe cosa tal como la reinserción social. No hay ayuda psicológica, atención a las adicciones, capacitación para el trabajo que sea suficiente para que al cumplir una pena, los individuos regresen a ser productivos en su comunidad. Salen lastimados por las agresiones. Pocas son las excepciones.

No es cierto que separen a los sentenciados y de alta personalidad del resto de reos. No sucede en la mayoría de los penales donde viven hacinados y en pésimas condiciones de salud e higiene.

En Ciudad Juárez el perfil de los reclusos está relacionado con los delitos federales relativos a la frontera y como tal, de mayor peligrosidad. Ahí y en muchos lugares, los internos controlan los penales a merced. Como si fueran en realidad las concesiones de ellos mismos. Se localizó al interior una gran cantidad de dinero en efectivo, habitaciones de lujo, drogas, armas ¡en la cárcel!

Tan desarrollada está la ciencia criminal como el derecho penal y tan primitivas que son las cárceles.

Los reclusorios no cumplen con la función para la que fueron creados. Hay excepciones pero son claras las muestras de sobrepoblación, violencia, violación a los derechos humanos por parte de los mismos reclusos.

Es conocido que desde algunos de estos penales se realizan actos de extorsión y manejo de bandas criminales. Encima de todo eso le cuestan al erario público fortunas

La estrategia por alcanzar la paz en el país pasa por la reestructuración de los sistemas penitenciarios.

El nuevo sistema de justicia penal, basado en la oralidad no ha disminuido el problema del acceso a la justicia, antes bien lo ha agudizado y ha cambiado la perspectiva del papel que juega el Poder Judicial federal y los locales.

Puede ser cierto que ha agilizado los procesos, sobre todo facilitando a los delincuentes libertad con base en sus propias garantías. Una gran contradicción del sistema: más ágil pero más injusto.

Eso es lo que se ve desde las rejas de Ciudad Juárez. Preocupantemente.