Verdades sobre el avión presidencial

Ha sido redituable para hablar de los excesos, falta de transparencia y opacidad de lo que el Presidente López Obrador ha llamado los “gobiernos faraónicos”

Jaime Darío Oseguera Méndez

Primera: El avión Presidencial representa para el nuevo gobierno un emblema de la corrupción en administraciones anteriores. No importa su valor o la recuperación que puedan tener, lo van a explotar al máximo. No lo van a soltar. Ha sido redituable para hablar de los excesos, falta de transparencia y opacidad de lo que el Presidente López Obrador ha llamado los “gobiernos faraónicos”.

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El mensaje que más penetró en el votante e hizo ganar a López Obrador, fue el rechazo y combate a la corrupción. Señalar el avión, representó justamente la evidencia de que lo dicho era cierto. El avión no lo tenia “ni Obama”, es decir, ni los grandes y poderosos del mundo.

Venderlo, rifarlo, exhibirlo, es un acto de mera propaganda para justificar lo que propuso en la campaña. El cuento se complementa con sus viajes en vuelos comerciales y a través de carreteras donde hasta se le ponchan las llantas, como a cualquier ciudadano.

Es ambas cosas: mantiene vivo el contraste con el pasado reciente y comunica austeridad, lo cual le hace bien a este país.

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Segunda. El avión no lo puede vender, rifar, regalar, rentar o prestar el Presidente. No es de él. Seguramente se encuentra en un sistema de arrendamiento financiero a favor de Banobras o de alguna institución bancaria. Está bien que sea el Presidente y que lo hayan elegido millones de votantes pero esta visión patrimonialista es muy primitiva, artesanal.

Tendrá que haber un proceso de finiquito del precio total y una posterior desincorporación con procedimientos burocráticos tortuosos e inimaginables. Habrá que pagar impuestos, resolver problemas patrimoniales y fiscales, en fin, una serie de elementos que no son para nada compatibles con la compra de un boleto de lotería.

Tercero. El avión y su posible venta a través de un sorteo de la Lotería Nacional, exhibe que el Presidente no tiene buenos críticos ni opositores eficientes.

El país está sumido en la peor ola de violencia de su historia. No existe comparación entre la cantidad de homicidios dolosos en México con otros países incluso los que se encuentran en pleno proceso de guerra civil. La economía está detenida; la inversión privada desconfiada, el sistema educativo desarticulado y los partidos políticos  durmiendo el sueño de los justos, cómplices por omisión de las decisiones que, como ésta, son evidentemente superficiales.

En la democracia es importante un sistema de contrapesos. Las sociedades plurales como la nuestra, no soportan el peso de verdades únicas. Los individuos más peligrosos para el sistema no son aquellos que todo lo critican, sino los que todo lo adulan. Este gobierno tiene todo, menos buenos políticos opositores. Será que los tienen agarrados de sus expedientes bajo el brazo. Será que la complicidad paga más que el sacrificio de la reflexión. En el fondo los partidos deberían ver la trayectoria de López Obrador para que recuerden cómo construyó su ruta hacia el poder. Nada más que somos de memoria muy corta.

El sistema democrático requiere opositores de calidad, pero para tener la lengua larga hay que tener la cola corta y la calidad moral no es precisamente el signo de los tiempos políticos, así que por lo pronto no pasa nada.

El Presidente en verdad cree en lo que dice. Piensa que sus razonamientos son acertados y que además son inteligentes. Lo cree así porque no hay nadie que en realidad se lo refute en la arena política. No lo hacen los legisladores, gobernadores, dirigentes de partido o líderes sociales. Es megalomanía. Piensa que tiene la razón absoluta y que puede hacer lo que le venga en gana.

Cuarta y última. Lo del avión es sin duda alguna un distractor ante la falta de resultados de los primeros meses del gobierno. No es sencillo gobernar este país. Las cosas ciertamente son complejas pero se generó una expectativa muy alta que no se ha podido cumplir.  La agenda de prioridades del país, está absolutamente atada a la gran capacidad persuasiva del Presidente.

Nadie puede negar sus capacidades histriónicas y de comunicación. Hoy aún sobrevive una parte importante de ese bono democrático que lo llevó a la Presidencia, pero aún con todo lo generoso que es este maravilloso pueblo, más vale que no sigan siendo las frivolidades y ocurrencias el signo de esta transformación por la que votaron millones de mexicanos. Lo único que no hemos perdido es nuestra confianza en la democracia. A nadie le conviene que eso suceda.