Del populismo de los antipopulistas

Las mismas mediciones que registran apoyo al presidente ponen en evidencia el rechazo a los resultados de su administración.

Jesús Silva-Herzog

Somos testigos, diariamente, de la desintegración del juicio del presidente. Esa facultad elemental para distinguir el bien del mal, lo verdadero de lo falso está rota y se despedaza en fragmentos cada vez más alarmantes. ¿Con qué absurdo nos desayunaremos hoy? ¿Qué sentencia lunática nos brindará esta mañana? ¿Insistirá en sus manías de siempre o dará un nuevo paso en su colección de aberraciones inconcebibles? Lo notable, a estas alturas, es que esos evidentes trastornos de la razón no le cuestan al presidente. Su popularidad sigue alta y su partido se mantiene muy por encima del resto de los competidores.

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Ese respaldo que registran las encuestas es, sin duda, personal. No es reconocimiento a su gestión. Las mismas mediciones que registran apoyo al presidente ponen en evidencia el rechazo a los resultados de su administración. Tal vez se le ve incompetente pero cercano; se le percibe incapaz, pero auténtico, se advierte su ineptitud pero se premia su sencillez. Lo errores y desvaríos se disuelven en la imaginación colectiva cuando se contrastan con las andanzas de la oposición.

La alternativa opositora está muy lejos de recuperar el poder, pero ya prepara la cacería de los colaboracionistas. Así lo advertía el patrocinador de la alianza entre los partidos de oposición. “Hay que tomar nota de todos aquellos que, por acción u omisión, alentaron las acciones y hechos de la actual administración y lastimaron a México. Que no se olvide quién se puso de lado del autoritarismo populista y destructor.” El lenguaje es revelador. Quienes han cometido pecados “de acción y de omisión” merecen sanciones ejemplares. Es por eso que hay que hacer inventario de los perversos. Hay quienes piensan, como él, que debemos tener en la mira a lo que llaman “facilitadores” del nuevo régimen, a todos aquellos que creyeron en el proyecto de López Obrador, quienes lo defendieron, quienes votaron por él. Los científicos que votaron por Morena se merecen los estrangulamientos presupuestales y hasta las persecuciones; los estudiantes que lo apoyaron tienen en el embate contra las instituciones de educación superior, su justo merecido. Lo que ofrece esa oposición, desde su infinita arrogancia, es una política del escarmiento. Están convencidos de que la historia, muy pronto, les dará la razón y pondrá a los otros en su lugar. Y como sus adversarios dicen y repiten, imaginan que ese lugar es el basurero.

Esa oposición se ha tragado retórica del populismo y me temo que también su lógica. Al anuncio de esa política de purificación le llaman pedagogía cívica. Recuerdan la política de depuración emprendida por la ultraderecha polaca tras el fin del comunismo que también tomó nota de todos aquellos que fueran sospechosos de alguna colaboración, de algún diálogo, algún vínculo con el régimen comunista. La purga que anuncia Claudio X. González, el patrocinador de la alianza opositora, no hace más que alimentar esa polarización que beneficia, más que a nadie, al presidente que entiende a la perfección los resortes de esa mecánica. En esos impulsos está, quizá, la gran victoria del populismo: ha logrado cristalizar en sus antagonistas su propia lógica maniquea, su mismo impulso persecutorio, su brutal simplificación política, su siniestra lógica de guerra.

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Estos mensajes son recordatorios de que la lógica del populismo es contagiosa, que produce en sus antagonistas los mismos impulsos y las mismas simplificaciones que propaga. En julio de 1974, Pier Paolo Pasolini publicaba en el Corriere della Sera un artículo sobre el fascismo de los antifascistas. Tal vez habría que hablar hoy del populismo de los antipopulistas. Cuando se anticipa una política persecutoria, cuando se ofrecen purgas antes que reparaciones, cuando se pinta el mundo con los mismos dos colores se ha caído en la trampa que nos tiende el demagogo del palacio. No hay mejor premio para el populismo que producir una oposición a la medida de sus obsesionnes. Podrá vestirse con disfraces liberales, podrá invocar las razones de la técnica y la prudencia de las instituciones, pero en el fondo es remedo, muy malo por cierto, del populismo que dice combatir.