La casa del jabonero

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Peticiones flipantes

Jorge A. Amaral

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Una de las notas de la semana fue la exigencia del gobierno de la República, a través del presidente López Obrador (o viceversa), para que la Corona española ofrezca disculpas por las atrocidades cometidas durante la Conquista. La respuesta española fue de rechazo con toda firmeza, en virtud de que un hecho de hace 500 años no puede juzgarse con consideraciones éticas y políticas actuales.
No vamos a negar que el proceso de Conquista fue sumamente violento, millones de indígenas murieron, y los que sobrevivieron, en su gran mayoría convertidos en esclavos, vieron cómo sobre sus templos se edificaban iglesias y conventos católicos, cómo sobre sus dioses se imponían santos traídos por los españoles. Eso es un hecho, pero también es un hecho que ese proceso fue el que propició la conformación de la identidad de América, desde Canadá hasta la Patagonia, y que de no ser por eso no seríamos lo que hoy somos como sociedades producto del choque cultural y el sincretismo.
Ahora bien, es pertinente resaltar que antes del choque cultural vino un aplastamiento físico y moral a los pueblos que ya habitaban esta tierra, pero hoy, a pesar de siglos, a pesar de que las últimas décadas del siglo XX y primeras del XXI han sido de la reivindicación gubernamental, los indígenas siguen padeciendo marginación, pobreza y discriminación, pues según datos de 2016 del Coneval, en México, 7 de cada 10 indígenas viven en la pobreza, y de esos, 3 están en pobreza extrema, y los demás no es que sean ricos, es que apenas pueden rebasar la línea de bienestar mínimo. En educación, el 30 por ciento de la población de pueblos originarios presenta rezago educativo y el 20 por ciento carecen de acceso a servicios médicos.
A esto hay que sumarle los atropellos que aún viven, como la depredación de sus recursos naturales en aras de megaproyectos de infraestructura, como el Tren Maya, y la instalación de monocultivos, como sucede en Michoacán con el aguacate.
En este sentido, los indígenas se verían más favorecidos con políticas inclusivas y de respeto a los recursos naturales, con proyectos que realmente abatan el rezago educativo, con programas enfocados en la protección y salvaguarda de los derechos de las mujeres y niñas indígenas; vaya pues, ese sector poblacional se vería más beneficiado con acciones reales de los tres ámbitos de gobierno que con unas disculpas, porque con ello seguramente lo que se pretendía era reforzar la identidad mexicana y cohesionar a la población en torno a la figura del presidente, que con esa acción pretendió ponerse como nuestro amado guía en el interior y férreo defensor en el exterior, como el buen padre que nos educa en la casa y nos protege allá afuera.
Qué bueno que el presidente quiera defender el honor mexicano en el extranjero, eso se le agradece, pero también que exija una disculpa pública de Donald Trump por sus dichos y hechos, y que le exija otra al gobierno de Canadá por el daño que sus mineras han venido a hacer a México, porque eso también es saqueo y también ha muerto gente a causa de los conflictos que se han generado cuando alguien se opone a la devastación.
Y ya entrados en esa dinámica, el presidente debería pedir perdón a nombre del Estado mexicano por siglos de abusos a los indígenas, por las omisiones, la corrupción, la violencia, la pobreza, el olvido, la marginación y la falta de oportunidades; que a nombre del gobierno se disculpe con las víctimas de la represión y sus familiares, con los indígenas de Acteal, con las víctimas de Aguas Blancas; que se disculpe con todos los mexicanos por los embates de la delincuencia organizada, porque si estos grupos empezaron a crecer, y de forma más marcada a partir de la década de los 70, fue gracias a la corrupción, que ha dado cobijo y protección a los grupos criminales. Es cuánto.